martes, 12 de octubre de 2010

LA JUSTICIA NO CRISTIANA





Nimio de Anquín[1]

Todos los hombres apetecen el bien, de manera que toda su actividad está constantemente orientada hacia el propio bien. Pero el concepto de bien no es igual para todos. Con frecuencia los hombres se equivocan acerca de lo que persiguen, y juzgan bien lo malo o lo simplemente inconveniente. La justicia – al dar a cada uno lo suyo – es un bien y en cuanto tal, una finalidad que todos los hombres apetecen. Pero en cuanto tratan de fijar el concepto de justicia, el acuerdo concluye. Y ciertamente, no es fácil determinar “que es lo que a cada uno” pertenece, que es lo que le corresponde en justicia. Sobrevienen entonces las disputas y las contiendas más feroces. Y todos invocan la justicia, todos se presentan como campeones de la justicia, como cruzados de la justicia: es la confusión universal, el caos de los principios.
Estamos en uno de esos momentos de confusión, en que la noción de justicia parece oscurecida, y en que no encontrándose un tribunal humano que resuelva la disputa y dé a cada uno lo suyo, los hombres han empuñado las armas para realizar la justicia. Ardua y casi irrealizable tarea es decidir quién tiene la razón, a quién asiste el derecho de la justicia. La misma suerte de las armas no decidirá nada, y el juicio histórico, como obra humana, estará lleno de vacilaciones y tinieblas.
Sin embargo, el pesimismo no debe embargar el corazón humano, porque ese ideal es factible en las sociedades cristianas, y se realizará totalmente algún día cuando el cristianismo reine definitivamente entre las naciones, cuando la ciudad terrestre sea un reflejo fiel de la ciudad celeste. Mientras llega ese instante, el hombre debe tatar de clarificar su sentido de justicia como una cooperación personal al orden futuro de las cosas. Y la mejor manera de clarificar su conciencia, consistirá en asociar la justicia a la caridad en el fondo de su corazón.
Esa asociación sólo puede realizarse en las almas cristianas, porque fuera del cristianismo no hay caridad. En las sociedades no cristianas la caridad no existe, porque la caridad es el amor de amistad con Dios a través de Dios, de amistad con el prójimo. La amistad con Dios ha sido instituida por Cristo mediador, y donde falta este Mediador, no puede haber caridad. Y por eso digo que en las sociedades no cristianas la caridad no existe.
El orden cristiano es el orden de la caridad, y por consiguiente está excluida de él la sociedad liberal, porque la sociedad liberal al instituir la libertad como un fin en sí, como un absoluto, como un mito sacro, aísla a los hombres en vez de unirlos y fomenta el más cruel y mezquino egoísmo. Hijos de la sociedad liberal son, el supercapitalismo, la lucha por la vida, la ley de hierro de Lasalle, el malthusianismo, el birth control, la fecundación artificial, y todas las aberraciones y pecados contra natura de la sociedad contemporánea. El hombre liberal al recluirse en sí mismo, al encastillarse en su libertad, al transformar la libertad en un dios, ha roto toda relación con el Dios verdadero y con el prójimo. Y así ha nacido el absurdo concepto de self-made man, del hombre que se hace su propio destino, lo cual en realidad significa que el hombre ensoberbecido, rechaza por superflua la Gracia divina, prescinde de toda relación con Dios creador y redentor y se cree igual a Él. Este es el sentido del apóstrofe de Rubén Darío, cuando refiriéndose al self-made man, le increpa:
Y pues contáis con todo, falta una cosa: Dios!
Tiene todo y le falta todo, es decir, cree tener todo y le falta todo, porque su riqueza ilimitada, su poderío ingente, su fortuna colosal, sus construcciones ciclópeas son nada frente al poder infinito de Dios. La sociedad liberal, es el mundo de la libertad sin la Gracia, y además el mundo sin la caridad y por eso, allí no puede haber justicia cristiana.
Menos la puede haber en la sociedad comunista, que no solamente no es cristiana, sino anticristiana. El comunismo ruso es ateo, y por eso los Pontífices lo llaman radicalmente perverso. El comunismo es una construcción levantada sobre el ateísmo absoluto, y quién niega a Dios está contra Dios, pues la criatura que niega a su padre está contra su padre. Si se rebela contra su padre quiere decir que no lo ama, de manera que el comunismo pone en la cumbre de su concepción el no amor a Dios, que luego nomás se transforma en odio a Dios, porque la presencia necesario y perenne de Dios, es un testimonio que exaspera al alma comunista, que la exalta y la enloquece de furor. Y por eso digo que concluye por odiar a Dios. Odia al ser que niega. Y si odia a Dios, ya no hay la mínima posibilidad que ame a nadie. No nada más anticristiano y antinatural que el comunismo. Es antinatural, porque la idea de Dios es natural al hombre, y el comunismo trata de borrar del alma del hombre esa idea naturalmente existente en ella; y es anticristiano, porque reniega y blasfema de la Redención, de Cristo, del Mediador, y del Hijo del Padre de todas las cosas. El comunismo está fuera del alma del hombre natural y contra el hombre redimido, es decir, contra el hombre cristiano, contra el mundo nacido al pie de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo.
Por consiguiente está en la antípoda de la caridad y aún del amor natural. Ningún hombre digno puede ser comunista, y ningún hombre cristiano puede entrar en relación accidental con él. El comunismo es esencialmente satánico. Sus raíces están en el infierno y su instrumento no pude ser más que el odio. La cruzada contra el comunismo reúne así, no solamente a los cristianos que se confiesen hijos de Dios Padre, redimidos por su Hijo, sino también a los hombres que simplemente tienen la fe en Dios y que no han renegado de su condición de creatura. Todo los hijos de Dios contra los hijos de Satán; todos los hijos de la luz, contra los hijos de las tinieblas.
En el comunismo no puede haber justicia, sino una palabra que tiene las letras de la justicia, pero que guarda un contenido de odio inextinguible. Aquí ya no se trata del hombre ensoberbecido como en la sociedad liberal, sino del hombre que odia. El uno es hijo del otro, porque el mundo liberal es el mundo del egoísmo y del egoísmo nace el odio. ¡Abajo el burgués!, grita el comunista, porque lo odia. Ha allí la lucha del odio contra la soberbia, al lucha del mundo comunista contra el mundo liberal – burgués.
Ni el mundo comunista ni el mundo liberal – burgués, pueden dar la justicia, porque ambas carecen de la caridad y ambas están distantes, infinitamente distante del orden cristiano de la Gracia. Esta privación o lado negatico los une accidentalmente, pero el odio radical en realidad los separa en el fondo. La justicia sólo puede darla la caridad cristiana, porque el fundamento del orden que en ella impera es la caridad, y la caridad como dice el Apóstol, es “la plenitud de la ley”. Allí se realiza la justicia, es decir, se realiza “en Dios que es caridad” y por ello es “sol del justicia”. La verdadera justicia es la justicia cristiana, la justicia en estrecha alianza con la caridad, con el amor a Dios, y a través de Él, con el amor al prójimo.
Nuestra sociedad que es de origen cristiano y cuya realización es la católica apostólica romana instituída por Nuestro Señor Jesucristo, es en su principio antiliberal y esencialmente anticomunista. El pueblo argentino si es un pueblo cristiano, no puede fomentar como vínculo de asociación el egoísmo liberal burgués, ni menos aceptar como fermento de la sociedad el odio comunista. Somos un pueblo cristiano - católico, y por eso anhelamos justicia fundada en la caridad, es decir, en Dios mismo.





[1] Esta conferencia de D. Nimio de Anquín, fue pronunciada el día 21 de noviembre de 1942 en las trasmisiones que realiza por L.S.2 Radio Prieto la audición “Seamos Más Argentinos”.

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