miércoles, 3 de noviembre de 2010

¿Qué lógica tiene la lógica económica?


Un libro de Claudio Mario Aliscioni indaga en una de las facetas peor entendidas de la filosofía hegeliana, a partir de un análisis de su “Filosofía del Derecho”. El padre de la dialéctica fue un precursor del “Estado de bienestar”.

Por MIGUEL WIÑAZKI

El capital en Hegel lo trabaja con minuciosidad precisamente“hegeliana”.
El texto es una aproximación diferente y mucho más detallada a la dimensión económica de los escritos de Hegel que cierta habitual vulgata marxista que sitúa al autor de la Fenomenología del espíritu simplemente como un precursor de Marx y como un constructor aún reaccionario del concepto de dialéctica, que en Hegel es una dinámica del Espíritu y en Marx el movimiento mismo de la historia material.
Aliscioni parte para su análisis, que es, en rigor, un “Estudio sobre la lógica económica de la Filosofía del Derecho”, del concepto de “cameralismo”. El cameralismo es una tradición y una filosofía económica, que casi nadie retoma en sus estudios, con notas propiamente germánicas y surgida en el interregno sociopolíticamente critico que siguió a la paz de Westfalia en 1648, cuando el estado medieval, descentralizado en feudos, tiende a unificarse en el Estado Absoluto o absolutista, en el Estado Total. El cameralismo es un esquema burocrático unificado, que centraliza fiscalmente al Estado y a su administración y que sirve de base para concebir precisamente al Estado posmedieval de la Europa Central, como un cuerpo unificado. “Lo que se ha conformando… es en definitiva, el aparato estatal moderno. O sea, una estructura de mando unitaria y centralizada”.
Claro que, como remarca Aliscioni, la introducción de Adam Smith en Alemania desdibuja ese estatismo rígido. En ese quiebre emerge la obra hegeliana. Habitualmente, Hegel es visto en lo económico como un continuador de Adam Smith. Hegel, claro, toma elementos del ideario liberal británico, pero un análisis de su doctrina económica estaría incompleto si no tuviera en cuenta que Hegel también incluye elementos de su propia tradición económica alemana, que justamente es la del cameralismo policial. Y es este elemento propiamente germano el que a menudo se pasa por alto en los estudios sobre Hegel, pese a que el filósofo le da su espacio al incluir a la Policía cameral como parte importante de su planteo. Policía que no es sólo un elemento ligado a la seguridad, como ocurre hoy en día, sino que por entonces también cumplía, en el mismo rango, tareas ligadas a la asistencia social, lo que décadas más tarde dará lugar al Estado del bienestar de Bismark.
Esas categorías hegelianas son válidas hoy. Hegel apunta a la exclusión. En una época como la suya (y la nuestra) muy inestable, Hegel busca el orden político ¿Cómo lograrlo? Evitando la exclusión social y promoviendo una política de regulación del capital y de asistencia social. En su criterio, no hay posibilidad de paz social sin empleo y sin contención social. Es esto lo que lo hace actual hoy, cuando nosotros vemos que el capital sin controles –un pecado para Hegel– fluye desbocado y genera fracturas sociales costosísimas. Buen lector de diarios, Hegel ve el surgimiento de la pobreza en las calles de Londres y en su propio país y reclama un Estado que ponga límites. Hegel dice sí al mercado (Smith) pero con controles y regulación al servicio de lo universal (cameralismo). Esa es la síntesis que busca.
Desde ese andamiaje histórico crujiente, Hegel despliega su filosofía del Derecho que es una filosofía del Estado centralista y absoluto en el que lo económico está supeditado a la política, entendida la política como la función centralizada de un Estado unitario. Pero esa supremacía de la política no implica la fusión de la política con la economía, sino la fusión de economía y derecho y, por lo tanto, “la economía y la administración de justicia se corresponderán indisolublemente”. El de Hegel no es imperio del mercado puro, sino el de un Estado Ideal (en el sentido hegeliano del término) en el que domina un componente ético determinante de “un fin moral en la comunidad”, lo cual incluye, de manera no negociable, para Hegel, el derecho a la propiedad privada.
El componente moral permite comprender el concepto de plebe, según Hegel. No pertenece a la plebe quien es pobre, no necesariamente, sino aquellos que transitando efectivamente por debajo de un nivel de subsistencia mínimo, padecen el malestar de carecer de la honra para ganarse la subsistencia por el trabajo.
La visión que Hegel tiene del capital, y que expone con valiosa documentación Aliscioni en este trabajo, no es el de “la riqueza muerta”.
El capital no es un tesoro guardado bajo tierra. Hegel no practica un fetichismo del capital, sino que comprende el concepto de circulación, que permite, siempre que se maneje con necesaria destreza, el aumento del capital mismo y por lo tanto la posibilidad de una distribución más equitativa.
En el fondo, lo que moviliza al sistema económico es la habilidad y el esfuerzo del trabajador para incrementar su capacidad productiva, lo que –según Aliscioni– determina “una importantísima revalorización del trabajo humano”. Esa revalorización es un punto crucial, y Aliscioni lo ve y describe con precisión. Es un aporte no enfatizado hasta ahora de la visión que del trabajo y de los trabajadores tiene Hegel, que resalta la mirada empírica y no meramente, inocentemente, idealista que a veces se le atribuye.
Hegel es la culminación del idealismo filosófico, pero por eso mismo no es un idealista ingenuo. Comprende el mundo de la vida, de los trabajos y los días, y de la economía.
Sin embargo, Hegel ve en la máquina una amenaza para los trabajadores que pueden dejar de ser dueños de su propio obrar. En un sentido, resuena en esa visión un cierto medievalismo, pero a la vez se manifiesta una intuición de la enajenación en la explotación capitalista, que habrá de generar el maquinismo fabril temprano que pesará sobre los trabajadores mismos.
El trabajo moderno, para Hegel, podría al fin reemplazar a los trabajadores por las máquinas.
¿Estaba equivocado? A la vez, y por las razones precedentes, es un duro critico de la Iglesia, en cuanto ésta atesora un capital muerto que no incrementa ni interviene en los procesos de intercambio necesarios para la expansión capitalista.
Ni el industrialismo maquínico extremo que disolvería la figura de los trabajadores y del trabajo mismo como quid de lo humano ni la acumulación teocrática feudal figuran en el ideario hegeliano.
Hegel propone un mercado equilibrado con intervención estatal, que regule el desenfrenado afán de ganancia, que no estimula el crecimiento ni el empleo. Pretende la expansión de una dinámica económica moral que le permita ser “persona” al trabajador que prevalece, antes que la máquina, en un esquema productivo que pueda considerarse humano.
“La meta política de la economía hegeliana –interpreta el autor– es sin duda la estabilidad del Estado. Hegel percibe una relación directa entre crecimiento económico y orden social.” Para Aliscioni, traduciendo a Hegel a terminología contemporánea, no es posible el crecimiento sin equidad.
Su brillante y original exégesis hegeliana agrega un aporte filosófico necesario al énfasis moral en el que debe sustentarse toda filosofía económica.

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