sábado, 5 de noviembre de 2011

Crisis aparente y decadencia real.


por Héctor Julio Martinotti
Despiértenme las aves con su cantar no aprendido, no los cuidados graves de que es siempre seguido el que al ajeno arbitrio está atenido (Fragmento de la Oda a la Vida Retirada de Fray Luis de León).
Es lugar común referirse a la “crisis” en que aparece envuelto el torso social argentino actual, pero se trata sólo de un diagnóstico de ilusos.

Prefiero referirme a la decadencia, en el sentido que la crisis supone la presencia de un desorden percibido y rechazado, con convulsiones más o menos intensas y disenso generalizado, lo que resalta la capacidad de reacción y posible recuperación; solamente posible porque la historia es ajena al campo de la necesidad.
En cambio, cuando la mejor parte de la comunidad (fuere o no mayoritaria) acepta con resignada abulia un futuro sin destino propio, cuando el desorden objetivo (miseria, marginación, impunidad, entrega, etc.) no impacta suficientemente las almas, en suma: cuando
La enfermedad no “duele” es difícil recuperar el organismo, estamos casi seguramente en la antesala de la muerte. A esta situación casi irreversible, tanto para los organismos individuales como colectivos, reservamos el mote de decadencia. No vale la pena explicar porqué se corresponde mejor a nuestra circunstancia, pero sí que tampoco la muerte o disolución comunitaria es inexorable en este caso. Que requiera soluciones heroicas y que tampoco éstas son infalibles es una cosa, que la necesidad histórica surja aquí no, porque no existe necesidad alguna que subsistamos ni que desaparezcamos, ni esfuerzo ninguno que nos garantice nada jamás. La vida individual y colectiva es siempre una aventura; que los espíritus burgueses amantes de las certidumbres sangren por la herida, yo acepto gustoso el desafío.

I. El diagnóstico correcto.
Si se yerra en la naturaleza y alcance del mas es inevitable equivocar el pronóstico y por ende el remedio.
Para nuestra supuesta crisis los manosantas regiminosos recetan “un poco más de lo mismo”; si hay desórdenes por libertinaje, todo se cura con más libertad (Código de Convivencia); si falta la democracia, más democracia (antes representativa ahora semidirecta); cuando hay miseria, pues a profundizarla (contratos de trabajo precarios) y si hay dependencia a incrementarla (con relaciones carnales contra natura). Es la medicina del doctor Purgón
Por eso son falsarias todas las explicaciones que privilegian causalmente las insuficiencias educativa, productiva o conductiva. Aún cuando se las personalice: fallan los maestros, los industriales o la clase dirigente. Como si cada sector no reflera, en su esfera, los efectos comunes de una sociedad invertebrada. Tampoco satisface el diagnóstico preciso privilegiar factores internos (incapacidad criolla) o externos (imperialismos), cuando ambos son dos “momentos” de una misma realidad, perteneciente al mundo interdependiente al que asistimos y contra el cuales vano enojarse porque de él nadie puede bajarse.
Nuestra homogeneidad racial, atacada primero por la inmigración marginal y reforzada luego con la emigración selectiva son, a la vez, factores internos condicionantes de nuestras deficiencias funcionales que, cotejadas con las ambiciones hegemónicas de turno, produjeron la decadencia que soportamos y que se proyecta en todos los ámbitos de la convivencia argentina. ¡Basta de poner el carro delante de los caballos!.
Queda así anticipada nuestra propuesta sintomática: la invertebración social como consecuencia del empobrecimiento cualitativo (racial) y cuantitativo (demográfico) de la materia prima humana, cuyas “formas” políticas, económicas o culturales solo han mimetizado modelos foráneos al servicio de intereses extranacionales. Pero ellos se han impuesto luego – no antes – de la descomposición estructural de la sociedad tradicional: leyes de matrimonio civil (con divorcio o sin él); enseñanza estatal y laica, sufragio masificador, ahogo del federalismo real, mentalidad impuestívora estatal y empleomanía prebendaría.
A fines de siglo el país estaba maduro para aceptar resignado la receta de las privatizaciones enajenadoras de nuestra soberanía y la protección del “Sheriff” de la ONU.
Lo gracioso sería que para salvarnos de la muerte a que nos sume la decadencia (disolución de la integridad territorial) nos abracemos a los flagelos que nos debilitaron al punto de lamer la mano que maneja el látigo que nos domina.

II. Recordando a Spengler
No recurrimos al concepto de raza con un talante darwiniano ni determinista, peo tampoco al idealismo utópico de la “raza espiritual”; por el contrario, si se trata de una categoría aplicable al hombre, debe recoger la composición indisoluble de su esencia anímica-corporal, imposible de disociar sin la muerte e inconveniente de olvidar sin macanear; de manera que el proceso histórico de homogeneización por endogamia recoge los rasgos espirituales que le transfiere el pasado compartido, como los rasgos corporales que el clima y el suelo condicionan y refuerzan. Todo ello sin perjuicio que los mestizajes inevitables completen o comprometen las virtualidades iniciales que cada etnia es capaz de aportar. En síntesis: la fortaleza étnica es resultado combinado de endogamia biogenética, aculturación coherente y mestizaciones compatibles. Ninguna de las tres condiciones fueron convenientemente contempladas en nuestra política poblacional, ni en los análisis teóricos retrospectivos ni prospectivos.
Así por ejemplo el decaimiento de la familia devora la raza de las naciones y no sólo de la nuestra, por eso la decadencia es un fenómeno contemporáneo propio de los pueblos de raza blanca; fenómeno reversible bajo ciertas condiciones que nada augura nuestra cultura de opereta, pero en todo caso impracticable sólo fronteras adentro.
La voluntad de perdurar mediante los herederos va perdiéndose como norte del matrimonio. No se vive más que para sí mismo, no para el porvenir de la estirpe. La comunidad, constituida por un tejido orgánico de familias, se disuelve en una suma de átomos individuales, cada uno de los cuales pretende extraer de su vida y de las ajenas la mayor cantidad posible de goce. La emancipación femenina no quiere librarse del varón – como proclama – sino del hijo, de la carga de los hijos; y la emancipación masculina rechaza los deberes para con la familia, la nación, la milicia y el Estado. Homo homini lupus.

III. Avizorando el futuro.
Hace dos décadas un grupo de pensadores franceses asociados al Club de L’Horloge había diagnosticado para su patria la “espiral de la muerte” producto de la implosión demográfica, consistente en una tasa negativa de crecimiento poblacional genuino (migraciones aparte), como asimismo el carácter de “sociedad autófaga” que posee aquélla que consume sus propias reservas genéticas (por emigración y por mestizaje mediatizador).
Como espectro desprendido de semejante desvitalizaciòn racial acecha la anomia; la atomización, el mercantilismo y el totalitarismo metapolítico (la tiranía de los medios de información a los que se ha sumado la educación pública). Son los bacilos que se ceban en la vida terminal de un torso social al que, previamente, se le han anemiado los anticuerpos.
Cabe pues preguntarse si la Argentina posee aún anticuerpos y cuáles son los métodos idóneos para reforzarlos.
Seguramente ninguno de los empleados para debilitarlos, por la sencilla razón que están en poder de nuestros enemigos.
A no hacernos ilusiones vanas con la minúscula e inocua libertad para disentir que aún conservamos: es una estrategia que sirvió para la decadencia, no prediquemos tampoco nosotros un poco más de lo mismo. Primero hay que detectar esos anticuerpos, tal vez no sean tantos como para no permitir la comunicación directa. Que en esto consiste el apostolado. De cualquier modo estoy pronto para librar combate: con medios desfavorables, con vaticinios desesperados y con indiferencia cómplice. Lo entretenido del asunto es que, en todos los casos, aún con chances diferentes, el resultado es incierto.
Los enemigos de Dios, de la raza blanca y de la Patria criolla creen que, porque nos han vencido, la lucha terminó: ¡que la inocencia les valga!.
(publicado en abril de 1998 en el no. 5 de Fuerza Nacional)

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