miércoles, 27 de marzo de 2013

Entre Bergoglio y Ratzinger hay más semejanzas que diferencias.



por Andrea Tornielli    
Las imágenes de los dos Papas que se abrazan, que rezan juntos (casi hombro a hombro), que platican amablemente e intercambian regalos, están destinadas a permanecer esculpidas en la historia. Nunca había sucedido que un Pontífice renunciara por vejez y se quedara cerca del sucesor (y además que vistiera todavía como Papa).
Nunca había sucedido que el obispo de Roma estuviera al lado del Papa emérito, para tenerlo como referencia y para pedirle consejo. 
Las imágenes de los dos Papas vestidos de la misma manera indica una realidad absolutamente inédita. Y al mismo tiempo, gracias a la sensibilidad y a la humildad de ambos, se trata de una realidad que ya podemos considerar desde ahora «normal». 
En estos días, muchos comentadores han subrayado los elementos de novedad en el estilo de Papa Francisco y una especie de discontinuidad con respecto al Pontificado anterior. Hay algunos que se preocupan por el hecho de que el nuevo Papa atrae mucha simpatía por parte de los fieles (y también entre los no creyentes), como si la única actitud verdaderamente católica fuera la de provocar malos humores, polémicas y antipatías. 
Hay otros que insisten en que Francisco no es “pauperista” y exponen obstáculos político-doctrinales cada vez que el nuevo Papa se refiere a los pobres, como si Jesús no hubiera hablado de ellos. Otros, en cambio, puntualizan que el nuevo Papa está en contra del aborto. Pero también hay otra vertiente, aquella en la que se encuentran todos los que subrayan las novedades no tanto para describir a Bergoglio sino para compararlo con su predecesor. 
Inmediatamente después de la elección, comenzaron a circular leyendas metropolitanas. 
Según una de ellas, Francisco habría rechazado la capa de terciopelo rojo bordada diciendo al maestro de ceremonias pontificias Guido Marini: “¡Esta se la pone usted! El carnaval ya se acabó”. Un chiste un poco grosero hacia un ceremoniero. 
Por lo que ha podido constatar Vatican Insider, estas palabras no salieron nunca de la boca de Bergoglio. Francisco simplemente dijo que prefería no usarla, sin hacer ningún chiste sobre el carnaval, sin humillar al obediente maestro de ceremonias. 
El “aguachirle” sobre la continuidad o la falta de continuidad basada solamente en el uso de paramentos, zapatos rojos o solideos corre el riesgo de hacer que pase a un segundo nivel la verdadera continuidad entre Benedicto XVI y Francisco. 
La verdadera continuidad entre Benedicto XVI y Francisco radica en muchos aspectos y en muchas alusiones e insistencias que hemos escuchado en estos primeros días del nuevo Pontificado: la humildad, la consciencia de que la Iglesia es guiada por el Señor, el no protagonismo del Papa. Benedicto XVI, después de su elección, dijo: “el Papa debe hacer resplandecer la luz de Cristo, no la propia luz”. Francisco, al reunirse con los periodistas dijo que el “protagonista” es Cristo y no el Papa. 
También la sensibilidad ante el cuidado de la creación (cuyo centro es el hombre) y la defensa del ambiente es un elemento común entre ambos Pontífices. Por no mencionar el tema del carrierismo y de la “mundanidad espiritual” en la Iglesia: solamente aquellos que han olvidado las profundas homilías del Papa Ratzinger sobre estos argumentos pueden creer que no hay una continuidad esencial . Solamente aquellos que no conocen sus escritos sobre la liturgia pueden pensar que lo más importante eran los tejidos y paramentos. 
En cuanto a la “discontinuidad” entre Ratzinger y Bergoglio, habría que preguntarse cuánta ayuda recibió Benedicto XVI de sus colaboradores para transmitir el alma de sus mensajes. De esta manera se puede salvar a Pablo VI de ciertos “montinianos” que se consideran los únicos custodios de su memoria. Así habrá que salvar a Benedicto XVI de ciertos “ratzingerianos” que en más de una ocasión han pretendido enseñarle incluso cómo hacer el Papa. 
Quienes hayan visto el excepcional video del encuentro de ayer en Castel Gandolfo, con el Papa emérito y su sucesor arrodillados para rezar, hombro a hombro porque «somo hermanos», comprenderán muy bien el aprecio recíproco y la profunda comunión entre ambos. Quienes hayan escuchado las palabras de Papa Francisco al regalarle a Benedicto XVI un ícono de la Virgen de la Humildad («Pensé en usted, porque durante su Pontificado nos ha dado muchos ejemplos de humildad y ternura») no tienen dudas para reconocer justamente en la humildad una de las características más fuertes y que ambos comparten. 
Las imágenes de Castel Gandolfo desmienten tanto a los cantores de la discontinuidad, que ironizan sobre el Papa Emérito, como a los que pretenden exaltar a Benedicto XVI para desacreditar a tanto a su antecesor, Wojtyla, como a su sucesor, Bergoglio. 
En la humildad de aquel abrazo ambos parecen indicar que no son ellos los protagonistas y que la tarea de la Iglesia (como en tantas ocasiones lo han recordado ambos) es la de reflejar una luz que no es propia, sino que proviene de lo alto.

Actualizado 25 marzo 2013
Religión en Libertad.   
   

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