martes, 13 de agosto de 2013

El Gobierno derrotado por Cristina.


Por Gabriela Pousa  
Es sabido que cuando de elecciones se trata abundan análisis, la mayoría de los cuales no explican nada. Y es que la explicación al resultado de un comicio, muchas veces es tan obvia y sencilla que no requiere exegetas de lo inefable, ni traductores de aquello que surge a simple vista, y este caso es un ejemplo concreto.


Los números hablan por sí mismos, sitúan en un orden cronológico a unos y otros sin margen para confundir quién está primero y quién segundo. Así pues, es en la brecha entre los porcentajes obtenidos, y en la motivación del voto donde posiblemente se halle algún dato que enmarque lo sucedido. Vamos pues por esas pequeñas-grandes diferencias que en la vida, y aquí también en consecuencia, marcan las diferencias.
Hay una realidad inexpugnable: el kirchnerismo no necesitaba competir con nadie en especial para advertir su debacle. Dejando a todos los actores de las PASO de lado, basta contrarrestar los resultados obtenidos por el gobierno el pasado domingo con los del año 2011 para darse cuenta que confundieron el camino.
En el trayecto perdieron más de la mitad de las adhesiones. Aquel 54% que se convirtiera luego en bandera de la Presidente, hoy se reduce a un mísero 26%.
La democracia limitada al concepto de mayoría absoluta queda de ese modo finiquitada. En lo sucesivo habrá que hablar de un régimen de mayorías relativas. De allí que la interpretación que hiciese la jefe de Estado tras conocerse el escrutinio sólo pueda enmarcarse dentro del realismo mágico del relato. Si alguno esperaba de la mandataria otra reacción frente al fracaso es porque ha vivido alejado de lo sucedido en el país en los últimos 10 años.
Cuando de política se trata es conveniente diferenciar entre la teoría y la práctica. En teoría perdió el Frente para la Victoria, en la práctica perdió Cristina. ¿En qué se sustenta lo dicho? No es difícil descubrirlo. En primer lugar, fue la mismísima Presidente quien instaló las elecciones primarias como un plebiscito de su gestión al frente del Ejecutivo.
En segundo término, quien ganó la provincia de Buenos Aires dejando al descubierto la magnitud del fracaso oficialista fue ni más ni menos que Sergio Massa, un hombre salido de sus entrañas.
Pero el nombre “Sergio Massa” todavía no dice nada. El mismo caudal electoral podría haber tenido Martín Insaurralde de estar en su lugar, es decir articulando su futuro político con empresarios, sindicatos y otras intendencias en lugar de hacerlo con la Presidente. Y es que tampoco fue nadie a votar en contra de Martín Insaurralde, un mero actor de reparto en esta película cuyo única protagonista es Cristina. Muy por el contrario, nadie se atrevería a negar que sí ha habido votos en contra de aquella.
Con esto está claro que el rechazo no fue predominante hacia un estereotipo como lo es el FPV, sino hacia la jefa o directora del mismo. De hecho, en el búnker del intendente de Tigre, se observaban varias caras que hasta no hace mucho fueron indiscutibles marcas registradas de aquel entuerto nacido al amparo de una transversalidad fallida o tal vez fallada…
Uno de los primeros en presentarse ante las cámaras y comentar resultados fue Alberto Fernández quien se refirió al triunfo de su ex sucesor al frente de la jefatura de ministros, como un logro “nuestro”. Por un momento parece que en su afán de ir por todo, el kirchnerismo fue también por la derrota de Cristina. Es decir, se ganó a sí mismo…
A ese contexto, suma el exabrupto de Malena Galmarini, el no saludo de un militante a Mauricio Macri, el asalto a la casa de los Massa, y demás chicanas que signaron la campaña. Todo ello no hizo más que mostrar la debilidad de una fuerza vencida por la soberbia y la cerrazón a una realidad que siempre se mostró preclara.
Cristina tuvo a su favor los cacerolazos y movilizaciones del 13 de septiembre, del 8 de noviembre y del 18 de abril pero optó por hacer caso omiso a todos ellos y mantenerse en el paralelismo de un país creado por y para si misma. No quiso escuchar y terminó auto derrotándose.
Esta lectura no pretende quitar méritos a los partidos y fuerzas que obtuvieron triunfos en la última contienda sino que busca poner en evidencia el brutal poder de auto boicot que signó al oficialismo desde el momento en que decidió desconocer su impericia para la gestión, y convertir a todos y cada uno en culpables, conspiradores y agoreros de males.
¿Por qué atribuirle a la Presidente el mayor porcentaje de la derrota? Por la simple razón de que es muy difícil diferenciar cierta intencionalidad a la hora de votar, por ejemplo, a Sergio Massa o a Francisco De Narváez, a Martín Lousteau o a Alfonso Prat Gay entre otros. Justamente, el desafío de los vencedores radica en mantener o incluso aumentar sus caudales electorales en Octubre próximo para tener chances de entrar a jugar en el poder legislativo nacional.
Los pases y las alianzas serán de ahora en más quienes han de demostrar hasta qué punto se ha entendido el mensaje de la sociedad.
La población no ha ido mayoritariamente a votar una alternativa precisa a Cristina sino que ha manifestado su rechazo a la misma. Ella situó a gran parte de la ciudadanía en la vereda de enfrente, ella la señaló como adversario y la subió al ring sin preguntarle.
Ni el radicalismo, ni el PRO, ni UNEN ni ninguna de las demás propuestas han alcanzado porcentajes que las tornan exclusivas. Por el contrario, todos ellos son inclusivos de un voto que le dio la espalda a la mentira sistemática, a la afrenta como metodología, a la concepción bélica de la política.
Antes de terminar, vale destacar una de las tantas paradojas que arroja una elección. Y es que hay realidades y hay símbolos, y estos últimos hablan por sí mismos. Ejemplo de ello es un tuit del radical Eduardo Costa, a través del cual invita a festejar su victoria electoral en la provincia de Santa Cruz.
Por último, cabe sintetizar las causas madre de lo que acaba de pasar. Así ha sido la inflación quien se comió a un vasto sector de aquel 54%, mientras que otro tanto cayó víctima de la inseguridad, sin sensación. Posiblemente, alguna parte también haya sido diluida por la porfía de la ostentación que sitúa al gobierno en la cima de la corrupción.
Ahora bien, si aún sin reacción frente a la adversidad o con escasa percepción de crisis, los resultados son lo que son, es dable predecir que el “fin de ciclo” es algo más que un slogan vacío porque nada hace prever que el gobierno tenga a mano un plan B para ofrecer.
Gabriela Pousa



PP.info. Perspectivas Políticas. (12/8/13)

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