lunes, 5 de agosto de 2013

La Princesa y los filósofos off sale.


por Carlos Daniel Lasa. 
No nos resulta una novedad que la Sra. Presidente no tenga en cuenta las leyes de la República; por estos días, viola adrede la ley de veda electoral.
Resulta paradójico que en una institución republicana, la primera mandataria detente una suerte de poder absolutista por cuanto su voluntad está por encima de toda ley.
La visión de la Presidente guarda cierta convergencia con lo sostenido por el famoso libertino Gabriel Naudé (1600-1653). Este libertino fue un médico y filósofo que pasó su vida entre Francia e Italia y, en la historia del pensamiento occidental, fue el eslabón que unió el naturalismo renacentista con el primer Iluminismo [1].
Su posición filosófica establecía una jerarquía entre moral, religión y política. Consideraba que existía una doble moral: una para la gente común y otra para el Príncipe; por otra parte, la religión se le presentaba como el primer instrumento en manos del Príncipe para mantener y consolidar su poder; además, en el ámbito político, sostenía un profundo desprecio por la masa frente a los derechos absolutos del gobernante.
René Pintard, en su famoso libro sobre el libertinismo erudito, comenta la posición de Naudé en estos términos: “Despreciando a la muchedumbre y al mismo tiempo al individuo, aboliendo toda idea de derecho excepto la del que gobierna, haciendo de la política una disciplina autónoma respecto de la moral, soberana respecto de la religión, Naudé rompe con todos los frenos susceptibles de restringir la autoridad de aquellos que gobiernan” [2]. Refiere Naudé: “Muchos sostienen que el príncipe verdaderamente sabio y capaz debe no sólo gobernar según las leyes, sino incluso por encima de las leyes, si la necesidad así lo requiere” [3]. Ahora bien, es preciso decir que la única necesidad que lo requiere siempre tiene sólo un nombre: el poder.
La tesis de Naudé se utilizaría para la justificación del Absolutismo llevado al extremo. La autoridad del Rey, por un lado, no tiene ya ninguna ley que regule su ejercicio y, por el otro, los súbditos carecen de toda dignidad, de todo derecho, siendo reducidos a la condición de un rebaño al que es menester dirigir.
El derecho, en la concepción de Naudé, pierde todo poder regulativo sobre el ejercicio del poder y, junto a ello, su capacidad para legitimar la acción política. La única legitimación posible la encuentra Naudé en la materialidad de los hechos. De este modo, no va a darse, dentro del mismo Estado, división alguna que conduzca a la descomposición.
Observemos cómo la Presidente sigue a Naudé en la concepción absolutista del poder; y lo sigue también, cosa que ha hecho manifiesta a partir de la designación de Bergoglio como Papa, en lo que hace a la importancia dada a la religión para el mantenimiento del poder político.
Para nuestro libertino, como también para el libertino anónimo autor del Theofrastus redivivus, la religión es un complejo de normas ético-políticas destinadas a ser observadas por el pueblo, sin contenido alguno de verdad [4]. Ahora bien, el gobernante sabe, como también los auténticos filósofos (que no son sino ateos), que el pueblo no vive de razones sino de supersticiones que les brindan las religiones. De allí que el gobernante deba usar de la religión para que los súbditos respeten las leyes y, sobre todo, su poder.
Lamentablemente, no resulta edificante para la trama íntima del espíritu de la Nación entera que su Presidente desprecie las leyes, haga uso y abuso de lo sagrado y, por si esto fuera poco, otorgue un trato desconsiderado a sus ciudadanos.
La princesa y la cohorte de filósofos off sale que la secundan y la asesoran, perseveran en su error, haciendo caso omiso a toda advertencia y pisoteando aquella virtud a la que debiera tender tanto el buen gobernante como el que se precie de ser filósofo: la sabiduría.

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Notas

[1] Cfr. Lorenzo Bianchi. Rinascimento e Libertinismo. Studi su Gabriel Naudé. Napoli, Bibliopolis, 1996, p. 34.
[2] R. Pintard. Le libertinage érudit dans la première moitié du XVII° siècle. Geneve-Paris, Slatkine, 1983, p. 549. La traducción es nuestra.
[3] Gabriel Naudé. Consideraciones políticas sobre los golpes de Estado. Estudio preliminar, traducción y notas de Carlos Gómez Rodríguez. Madrid, Tecnos, 1998, p. 16.
[4] Cfr. Tullio Gregory. Theofrastus redivivus. Erudizioni e ateismo nel Seicento. Napoli, Morano Editore, 1979, p. 31

Agosto 4, 2013

Fuente: ¡Fuera los Metafísicos!

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