jueves, 28 de noviembre de 2013

Los arreglos de la Guerra Cristera, “una paz a medias”.

Entrevista con Manuel Olimón Nolasco, sacerdote católico e historiador.
por Gilberto Hernández García 

El año 2009, después de varios meses de minuciosa investigación en los archivos de la National Catholic Welfare Conference (Conferencia Nacional de Bienestar Católico) de Estados Unidos, el sacerdote Manuel Olimón Nolasco publicó una serie de cinco libros que cubre la historia de México de 1926 a 1938, época en la cual el gobierno trató de prescindir de la raíz religiosa del pueblo y derivó en un enfrentamiento entre la Iglesia y el Estado.
El reconocido doctor en historia, miembro del Instituto Mexicano de Doctrina Social (IMDOSOC) y catedrático de la Universidad Pontificia de México y de la Universidad Iberoamericana conversó con nosotros sobre la investigación que realizó en torno a los acuerdos que pusieron fin a la Cristiada.
Han pasado más de ochenta años desde aquellos acuerdos que pretendieron poner fin a la Guerra Cristera, ¿Qué ha representado este acontecimiento en la vida de nuestro país?
Es una realidad del pueblo mexicano, campesino y católico, que durante muchos años se había evitado mencionar en la historia, no sólo en la historia oficial, sino en la historia “católica”. El último volumen de “Historia de la Iglesia en México” del padre Cuevas, por ejemplo, termina simplemente con una frase puesta en latín: “Sangre de mártires, semilla de cristianos”, pero no tocó el tema. Es entendible porque se escribió en 1929, pero ni siquiera en las posteriores ediciones de los años 30 a los 50 se aludió al tema.
Hay mucho que decir sobre el movimiento cristero, aunque en mis últimos libros el enfoque no es totalmente sobre el movimiento, sino a las negociaciones para resolver la controversia Iglesia –Estado.
Usted recurrió a un archivo que no había sido investigado, ¿Qué luces encontró en ellos sobre este conflicto?
Fundamentalmente se trató de un archivo cuyo original está en Washington y es propiedad de la Conferencia del Episcopado de Estados Unidos. Es valiosísimo porque ofrece todos los datos desde la perspectiva estadounidense; la riqueza del mismo, unos treinta mil documentos, es invaluable. “Rasqué” un poco pero el contenido no se agota.
La parte central de este archivo son los libros que escribió el padre John J. Burke, que era secretario de la llamada entonces Conferencia del Bienestar Católico. Desde 1925 empezó a interesarse de los asuntos mexicanos por indicaciones de su episcopado y del delegado apostólico en aquel país, hasta finales de octubre de 1936 cuando él falleció.
En este archivo se documentan hechos que no se habían conocido, por ejemplo que monseñor Piani, como delegado papal, hizo una visita secreta a México en 1936 o por ejemplo el contenido de una entrevista que el padre Burke sostuvo con Calles en Veracruz.
¿A qué se refiere cuando dice que en las negociaciones para solucionar el conflicto religioso en México hubo una “diplomacia insólita”?
No es tanto por la forma en que se llevó sino por la persona que fue la clave: el propio padre Burke. No creo que haya habido otro caso similar en que un sacerdote está en medio de todo el polígono de relaciones para conciliar las partes. Encontramos que en este afán se relacionó con la Santa Sede, el Papa Pio XI, con el secretario de Estado Gaspari, después con el cardenal Pacelli; luego con el episcopado de Estados Unidos –porque era el secretario general de la conferencia–; con el Delegado apostólico en Estados Unidos; con el episcopado mexicano, con varios de los obispos; con monseñor Ruíz y Flores, que era el Delegado apostólico en México; con el embajador de Estados Unidos en México; con el embajador de México en Estados Unidos. Él fue el que estuvo en el centro, por eso digo que es una función inédita.
¿Qué visión tenían en Estados Unidos del conflicto Iglesia–Estado  mexicano? 
Había una presión de la opinión pública católica hacia el Congreso y hacia el Departamento de Estado. Un conglomerado de instituciones católicas junto con el episcopado fue el que dio el primer balance y ante las posiciones radicales que hubo, tanto en México como en Estados Unidos, se decidió no apoyar la guerra interna o una invasión que derrocara al Gobierno mexicano, como algunos querían como única salida al conflicto.
Esto causó tensiones fuertes entre esos grupos de católicos estadounidenses –entre ellos los Caballeros de Colón– y su episcopado. En México esas fricciones se dieron entre la Liga de defensa de la religión y la facción episcopal más favorable a un arreglo.
La visión de Estados Unidos se fue purificando y el embajador en México que entró en esto –y que fue muy criticado–, platicó con el padre Burke y tomaron la delantera. El caso es que en 1929 aparentemente se soluciona todo, pero en realidad esto apenas empezaba, porque las tensiones entre la Iglesia y el Gobierno se prolongaron hasta 1938.
Uno de los títulos que llama la atención en su investigación es el de “Paz a medias”, ¿por qué ese título?
Porque los acuerdos no trajeron la paz que se esperaba, completa. Ahora yo puedo sacar todas las entretelas de lo que sucedió, porque muchas de estas cosas –y este fue, digamos, el problema de monseñor Ruiz– estaban bajo secreto y algunas cosas bajo secreto pontificio; entonces se criticaba porque no se sabía lo que se estaba haciendo y el peso que tenían las negociaciones, que si algo se filtraba a la prensa se echaba para atrás lo conseguido.
El asesinato de Obregón atrasó las cosas: yo creo que León Toral lo hizo con conciencia errónea pero finalmente respetando su conciencia, pero él ni nadie sabía que ya estaban por resolverse las cosas. Por eso le puse “paz a medias” porque hay un echarse para atrás de parte del gobierno.
¿Qué hechos fueron determinantes para que se destensaran las relaciones entre el gobierno y la Iglesia en aquella época?
Yo creo que la visita de monseñor Piani en 1936 y el nombramiento como arzobispo de México de monseñor Luis María Martínez; particularmente el cambio en la política del presidente Lázaro Cárdenas, que también empezó muy radical y que se dio cuenta de que el país no podía eternizar este conflicto.
Haciendo un balance de esa época, ¿quién gana y quién pierde, y qué es lo que se ganó o se perdió?
Yo creo que se perdieron las radicalidades, los extremos. Eso fue bueno. Uno de esas radicalidades fue tratar que la Revolución fuera omniabarcante, es decir que todo fuera revolucionario o que la educación fuera socialista: es que iba más allá de la educación laica, que se proponía como neutra, esta no era neutra, sino militante, en contra; pero también resultó otra quimera porque eso no concordaba con la realidad del pueblo mexicano. Entonces ahí hubo una pérdida. De parte de la Iglesia también las facciones radicales no pudieron llevar adelante sus planes, aunque muchos de ellos eran de muy buena voluntad. Hablo de la Liga de Defensa de la Religión.
Considero que una de las grandes ganancias para el pueblo católico fue que se salvó el sacerdocio; y esto se ha dicho poco, pero en parte también fue el pensamiento del padre Burke, aunque él ya no lo vio; esa es la gran obra: salvarlo a través del seminario de Montezuma, Nuevo México. Sin ese seminario, fundado en territorio de Estados Unidos, la Iglesia mexicana no hubiera podido seguir adelante, Los obispos de Estados Unidos apoyaron, incluso con dinero, para la formación de los nuevos sacerdotes. Una institución que dio fruto por 35 años. Esa fue como la fase final del apoyo de Estados Unidos, en 1937, a la Iglesia de México en aquellos tiempos aciagos.
Con todo este panorama amplio de aquel momento complejo de las relaciones Iglesia Estado, ¿qué opinión le merece a usted las reformas de 1992 que reconoce personalidad jurídica a la Iglesia y el laicismo que enarbolan algunos sectores políticos en México?
Yo creo que el mismo concepto de libertad religiosa hoy es muy distinto de lo que era hace setenta años y que hay una palabra que todos deberíamos evitar: tolerancia, porque hay que ir más allá; no digo que debemos ser intolerantes, sino que hay que darle a cada quien su lugar, sin prejuicios. El concilio Vaticano II dice muy claro que la Iglesia no necesita más espacio que para realizar su misión correctamente; ese “más espacio” en la sociedad supone que se puede tener ciertos bienes materiales, un área para enseñar, para tener libertad de comunicación, etcétera.
Yo creo que la reforma del 1992 fue incompleta, siempre lo dijimos así, sólo que en ese momento era hasta donde se podía llegar, era el momento político. Ahora es tiempo de una relación más civilizada. En septiembre del año pasado, en la reunión que tuvo Benedicto XVI con el presidente de Francia, se dio un paso importante cuando se habló de la laicidad positiva,  que todavía en México a algunos les  parece impensable; sin embargo creo que ese es el camino.


Posted date: noviembre 27, 2013 In: De Viva Voz

El Observador de la Actualidad.

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