martes, 17 de diciembre de 2013

Una Argentina, dos realidades: récords en 0 Km y turismo conviven con saqueos y conflictos sociales.


por Fernando Gutiérrez.
El Gobierno ha estímulado el consumo en sectores medios y altos para reactivar la economía. Sin embargo, lejos de haberse "derramado" bienestar hacia los segmentos más bajos, esa política hasta los perjudica. ¿Quién financia a quién? ¿Son éstos los "saqueos de la abundancia"?
La "Argentina K", diciembre de 2013. Un país que se puede resumir en algunas pocas postales:
Las concesionarias no dan abasto ante la demanda por autos 0km, mientras festejan su año récord con casi un millón de unidades vendidas.
En las agencias de viaje se forman largas filas de gente ansiosa por confirmar su reserva de pasajes aéreos y hotel, en una temporada histórica en la que más de siete millones de argentinos vacacionarán en el exterior.
Las cadenas de electrodomésticos siguen despachando smartphones como pan caliente -se venden cuatro por cada celular tradicional- en un mercado que ya tiene más de 58 millones de líneas de telefonía móvil.
...y casi 2.000 comercios saqueados en violentos incidentes, que dejan el trágico saldo de 11 muertos en las calles y casi $600 millones de pérdidas materiales.
"¿Cómo se ha llegado a esto?", es la pregunta que más se escucha por estos días en los debates televisivos, en las notas de análisis, en los discursos políticos y en los foros de Internet. 
Y las respuestas, claro, están teñidas por posturas políticas: para algunos está la presencia evidente de una mano conspirativa, mientras que para otros no caben dudas que el detonante de los problemas es la inflación. 
Según de qué lado del campo ideológico se ubique quien polemiza, habrá todo un arsenal de argumentos para plantear.
Del lado oficialista, se insistirá con la diferencia entre estos saqueos de hoy y los que conmovieron al país en los traumáticos días de 2001. 
Por eso es que la frase más repetida en los medios de comunicación afines al Gobierno ha sido "esto no es por hambre".
Así es que el ministro de Justicia, Julio Alak, sacó a relucir la estadística oficial de desempleo como una "prueba" irrefutable de que en la Argentina de la década ganada no puede hablarse de estallidos sociales.
Como siempre, quien expresó con más claridad el pensamiento K fue Luis D'Elía, quien, sin filtro alguno, escribió en Twitter esta expresiva frase: "Los muertos del 19/20 de diciembre luchaban contra el neoliberalismo, los muertos de estos días fueron a robar en complicidad con la Policía".
Del otro lado del mostrador, los opositores acérrimos al kirchnerismo ofrecían también sus "pruebas" concluyentes: los saqueos son el resultado de la inflación y, además, de la degradación moral que vive un pueblo gobernado por funcionarios corruptos.
No explicaron, claro, por qué con estos mismos niveles de suba de precios Cristina Kirchner fue reelecta con un 54% de los votos en un clima de paz social, ni por qué la opinión pública decidió ignorar, en plena campaña electoral, el escándalo de corrupción de Shocklender-Madres de Plaza de Mayo, ampliamente difundido en los medios.
Con smartphone y un futuro incierto
¿Cuál es, entonces, la Argentina real? ¿La que consume como nunca, y donde los marginales eligen llevarse LCD porque ya tienen sus necesidades básicas satisfechas? ¿Son estos los "saqueos de la abundancia"?
¿O es la que mantiene un 26,9% de población bajo la línea de pobreza y un 5,8% en situación de indigencia, según las cifras del relevamiento social de la Universidad Católica?
La explicación, como se ve, no es tan sencilla ni admite una única respuesta. Y a veces es tan paradójica que la propia Cristina Kirchner admite su confusión.
"La paradoja es que los que aún no han podido ser incluidos, los que tendrían derecho a ser críticos, porque no han podido todavía acceder al empleo formal, son los que más apoyan este modelo", afirmaba la Presidenta hace tres años, cuando se producían las ocupaciones de los terrenos en el parque Indoamericano.
Su explicación en aquel momento era que la población más pobre "es la que mejor entiende que este es un modelo de largo aliento".
Pero luego llegaron los accidentes de trenes, las inundaciones, el colapso del sistema eléctrico.
Y, con el pasaje de la "reactinflación" a la "estanflación", ya hace dos años que el salario no crece en términos reales.
Y el tercio de la población que sigue trabajando en el sector informal no cuenta con el mecanismo protectivo de las paritarias, de manera que es el primero en sufrir la pérdida de ingresos en tiempos inflacionarios.
Es en esos momentos cuando se tornan insuficientes las señales de prosperidad de los sectores marginales que Cristina suele destacar en sus discursos, como el hecho de que en la villa 31 se construya en altura o que haya muchas antenas de DirecTV en asentamientos irregulares.
Esa insuficiencia es reconocida, por lo bajo, en el propio kirchnerismo, tal como lo dejó en claro el influyente Horacio Verbitsky, al advertir que las tensiones pueden resurgir "en cuanto una merma en el crecimiento económico y la generación de empleo exacerba ánimos y requerimientos".
En el fondo, lo que tácitamente se está admitiendo es la persistencia de la pobreza estructural, aderezada con el condimento de una cultura consumista.
Como afirma el economista Federico Muñoz: "La clase baja fue empujada a un frenesí consumista en bienes de rápida obsolescencia; cuando llegue el ocaso de la bonanza, muchos hogares humildes se percatarán que la fase de auge les dejó un smartphone, una moto y -con suerte- un auto, pero poco y nada que les asegure un mejor pasar futuro".
Otros plantearon el mismo fenómeno de la pobreza consumista con más ironía, como Jorge Asís, quien señala: "Los indicadores imaginarios que aluden al descenso de la pobreza sucumben cuando aparece la impunidad para cargarse un supermercado. El excluido marginal de hoy está peor que el de 2001. Se encuentra culturalmente excitado por el relato de la ‘inclusión social'".
¿Falta o sobra "modelo"?
Queda pendiente un debate de fondo luego de los trágicos sucesos de fin de año. 
Consiste en determinar si el nivel de consumo actual es insuficiente, y entonces es necesario que el Gobierno lo estimule para generar un crecimiento económico que se "derrame" hasta los pobres. O si, por el contrario, el boom consumista es impulsado artificialmente y, de esa manera, termina siendo un causante de la pobreza.
La postura del Gobierno parece clara: cuanto más se gaste, mejor. En la campaña electoral, el diputado -y ex viceministro de Economía- Roberto Feletti, lo definía con una claridad que exime de comentarios: "El Gobierno, entre apuntalar el consumo o priorizar el ahorro, se decidió por lo primero. Por eso, optó por restringir los dólares. Dijimos: 'vuelquen el ahorro a pesos o a consumir'".
En consecuencia, un argumento central en la campaña proselitista consistió en cómo el Gobierno había revitalizado la economía por la vía de inyectar $4.500 millones en los bolsillos de los argentinos de clase media.
Curiosamente, la actitud kirchnerista parece convalidar la "teoría del derrame" popularizada en los años '90, que proponía una mejora de la economía que apuntalase la situación de los sectores altos, para que éstos luego fueran derramando su mejora del ingreso hacia el resto.

Con tarifas subsidiadas, dólar barato para viajar o comprar autos, el alivio en el impuesto a las Ganancias, la clase media generaría un shock de consumo que se haría notar en toda la actividad económica. 
Tesis rara para estos días en los que el Papa Francisco -"argentino y peronista", según el afiche de Guillermo Moreno- cuestiona en un documento la teoría del derrame y critica la exacerbación consumista como forma de paliar los problemas sociales.
El lado oscuro del boom
Lo cierto es que en la Argentina hay motivos para afirmar que el boom consumista no sólo no alivia la pobreza sino que la consolida. Los datos que aportan los analistas son bien ilustrativos:
El subsidio al gas por cañería sólo llega al segmento de clase media y alta de Capital y las grandes ciudades. Un 70% de los hogares del interior no tiene acceso a la red de gas y debe pagar el precio de mercado por la garrafa.
"Mientras la mayoría de los hogares pobres sufre severas carencias de infraestructura básica -por ejemplo cloacas- se derrochan enormes cantidades de recursos fiscales en subsidiar un consumo al que la gran mayoría de los pobres no puede acceder", afirma un documento de la Universidad Católica.
Del monto que el Estado destina a subsidiar al sistema eléctrico, el 42% va al quinto estrato más rico de la población, mientras que el quinto más pobre apenas recibe 6,4%, según una estimación de Jorge Gaggero, economista del Plan Fénix.
Sólo el monto de gasto público destinado al subsidio del gas para la clase media y alta representa nada menos que el doble de lo destinado a la Asignación Universal por Hijo, la gran credencial kirchnerista de la asistencia a la población marginada.
El boom automotor se sintió, sobre todo, en los autos de alta gama que, gracias al abaratamiento generado por el atraso cambiario, aumentaron sus ventas un impactante 44%.
En contraste con el punto anterior, el atraso cambiario provocó en cinco años una caída promedio del 50% en los márgenes de ganancia de los productos que exportan las economías regionales, según una investigación de la Fundación Mediterránea.
La mejora en el empleo que exhibe el Gobierno se está logrando sobre la base de más puestos de trabajo en el Estado. Según un informe de la consultora Economía & Regiones, en las provincias se pasó de una tasa de 36 empleados públicos cada 1.000 habitantes a una de 47.
Para peor, los puestos estatales casi no están accesibles para la población más pobre. Una investigación del recientemente fallecido economista Ernesto Kritz demostró que en la administración pública el acceso a estas posiciones alcanza casi exclusivamente a familias de clase media.
El presupuesto de los tres programas nacionales para obras hídricas destinadas a evitar inundaciones equivale apenas al 10% del dinero destinado a Aerolíneas Argentinas, según estima la Fundación Idesa. 
¿Y dónde está el Estado?
En definitiva, puede observarse cómo cada dato de consumo en auge tiene la contracara de un financiamiento a cargo, justamente, de los sectores más desprotegidos de la sociedad.
Pero el dato que más destacan los analistas es que a esta situación se llegó con un récord de presión impositiva -algunos economistas la calculan en torno del 42% del PBI- y con un gasto público creciente.
"Lo que hemos vivido en estos días es la consecuencia del saqueo del Estado que hizo la política mediante la inflación", grafica Sergio Berensztein, director de la consultora Poliarquía, para quien el rasgo más destacable que deja esta crisis social es la ausencia de dicho Estado.
"El incumplimiento del pago de un sueldo razonable a los empleados públicos y la mentira de generar puestos de trabajo que no son sustentables terminan generando este tipo de comportamientos", señala.
Mientras tanto, siguen subiendo las cifras del boom, las del gasto público y de las pérdidas humanas y materiales causadas por los saqueos. Como en un país que se da el "lujo de la miseria".

16/12/2013
iProfesional.

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