sábado, 26 de julio de 2014

Reflexiones sobre la Debilidad Política de los Católicos (III)

R. P. Lic. Horacio Bojorge, SJ
El caso filipino [35]
En 1985 Filipinas, el único país católico de Asia, vivía el surgimiento de una modalidad distinta de revolución, que reflejaba las ideas de Juan Pablo II sobre la Iglesia en el mundo moderno.
Ya desde fines de 1979, la Conferencia Episcopal Filipina intensificaba sus críticas públicas al gobierno del presidente Marcos, cuya actividad represora iba en aumento. En carta pastoral de febrero de 1983 acusaba al gobierno de violación sistemática de los derechos civiles y mala gestión económica, agravada por corrupción en gran escala; también protestaba por el arresto o intimidación de sacerdotes y monjas a causa de su labor por la justicia y advertía a Marcos que sin reformas básicas las tensiones irían creciendo.
A los seis meses, el 21 de agosto de 1983, Benigno Ninoy Aquino, destacado opositor de Marcos que regresaba del exilio, fue asesinado de un tiro en la cabeza en el aeropuerto de Manila al bajar del avión. Un mes más tarde, medio millón de filipinos tomaba las calles como protesta contra el régimen. El 27 de noviembre, día en que Aquino hubiera cumplido cincuenta y un años, la Conferencia Episcopal publicó otra carta donde subrayaba la reconciliación como principal requisito de un verdadero cambio social.
Los primeros meses de 1984 fueron de constante ebullición. En julio, otra carta de la Conferencia Episcopal reflexionaba sobre el asesinato de Aquino como ejemplo de una cultura de violencia instalada por Marcos e insistía en la conversión y reconciliación como única vía de cambio social.
En octubre una comisión independiente concluyó que Ninoy Aquino había sido asesinado por una conspiración militar. En enero de 1985 fueron acusados veinticinco responsables, entre ellos el general Fabián Ver, jefe del Estado Mayor. En Julio, la Conferencia Episcopal condenaba en un Mensaje “el creciente recurso a la fuerza para dominar a la gente”, una alarmante realidad “que nosotros los pastores no podemos ignorar”. En setiembre hubo nuevas manifestaciones contra Marcos. El 3 de noviembre, Marcos aceptó celebrar elecciones a principios de 1986. El Cardenal Sin y sus Obispos auxiliares recordaron el deber del voto. El 19 de enero se publicaba un alerta contra la intención del fraude electoral: “un acto gravemente inmoral y anticristiano”. Así fue. El 7 de febrero, las elecciones fueron fraguadas y Marcos arrebató el triunfo a su opositora, la viuda Corazón Aquino. La Conferencia Episcopal, sin pelos en la lengua, denunció el fraude sin antecedentes, afirmaba que un gobierno así elegido no tiene base moral y sostenía que el pueblo filipino tenía la obligación de corregir la injusticia de que había sido víctima “por medios pacíficos no violentos, a la manera de Cristo”.
A pesar de que en la Secretaría de Estado del Vaticano reinaba un gran nerviosismo, el Cardenal Sin y sus Obispos, sin reclamar ni esperar el apoyo Vaticano, tuvieron la valentía de seguir con su campaña, declarar moralmente ilegítimo el gobierno de Marcos e invitar al pueblo filipino a tomar medidas no violentas.
El 16 de febrero, durante una misa para la victoria del pueblo celebrada ante un millón de fieles, la viuda de Aquino, Corazón Aquino hizo un llamado a una campaña de resistencia no violenta contra el régimen que la radio católica “Veritas” retransmitió a todo el país. Seis días más tarde el Ministro de Defensa y un General, segunda autoridad del Estado Mayor, rompieron con Marcos y se atrincheraron en dos puntos. Los insurrectos se pusieron en contacto con el Cardenal Sin y le pidieron ayuda pues estaban ciertos de que sus posiciones serían atacadas. El Cardenal Sin les preguntó si apoyarían a Cory Aquino como presidenta electa. Le dieron garantías de que sí. El Cardenal Sin fue a la Radio “Veritas” y llamó “a todos los hijos de Dios” para que fueran a los campamentos y protegieran al Ministro de Defensa rebelde, al General y a las tropas leales. 
La ancha avenida Epifanio de los Santos, que unía ambas bases rebeladas, se convirtió en el escenario de la revolución. Durante tres días cientos de miles de filipinos desarmados llevaban Rosarios, flores y alimentos a los tanques con los que Marcos amenazaba a los rebeldes, formando un gran escudo humano entre las tropas del gobierno y los campamentos. Jóvenes y viejos, laicos, religiosos, sacerdotes, de todas las clases sociales, todos acudieron a la avenida revolucionaria. Los que durante años habían vivido en el conformismo tenían la ocasión de convertirse en resistentes no violentos.
Se recordará cómo todo este proceso terminó en la salida de Marcos al exilio y la subida al poder de Cory Aquino. Y se recordará a esta viuda devota del Corazón de María dirigiendo el Rosario con las muchedumbres.
Juan Pablo II aprobaba al Cardenal Sin y a los católicos filipinos. En situaciones como la de Polonia y Filipinas, los pastores tenían la obligación moral de defender la dignidad humana de los estragos y atropellos a sus derechos de unos gobiernos malvados. Esa defensa tenía consecuencias públicas, y a decir verdad políticas, pero no era una toma de partido en el sentido de que la Iglesia se erigiese en alternativa dentro del juego del poder. Se trataba de una toma de partido a favor de un cambio en el propio juego.
No olvidar la dimensión religiosa de la opresión y la injusticia social
Parece importante que en la lucha de los creyentes por la justicia y los derechos humanos, no se pase por alto la dimensión religiosa del problema. En ocasión de la carta de los provinciales jesuitas latinoamericanos, preguntado por mi superior provincial acerca de mi opinión, se la expuse a pedido suyo por escrito, en estos términos:
“Yo hubiera deseado que la carta hiciese observar que la ruina material, social y moral en que la adveniente cultura con sus recetas neoliberales sume a los pueblos latinoamericanos, es una opresión del pueblo católico, es decir: de la Iglesia. Y que puesto que el hombre es una unidad, su opresión material, es, como la esclavitud egipcíaca del pueblo de Dios, y como la Babilónica también, una opresión que tiene sentidos y efectos espirituales: sume a muchos fieles en situaciones de miseria que son ocasión próxima de pecado y a veces de apostasía; difunde vicios sociales y espectáculos corruptores, en los que se exaltan y glorifican los pecados capitales y se denigran las virtudes. Que se hubiese dicho claramente que las políticas de trabajo y de vivienda impiden a los fieles tener los hijos que quisieran, educarlos como quisieran; mientras que, por el contrario, muchos ven con dolor que sus hijos se desvían por los caminos de los vicios, de la prostitución y de la droga.
En Egipto, el pueblo estaba oprimido por la dura servidumbre. Pero el aspecto más afligente de la esclavitud era el religioso: ya no celebraba fiesta ni se alegraba con su Dios. Por eso Dios le dice al Faraón: deja salir a mi pueblo para que me celebre fiesta en el desierto. La finalidad de la liberación del pueblo esclavo del Faraón, es la celebración cultual. Eso está muy claro en la Carta de Juan Pablo II «Sollicitudo Rei Socialis», donde el Papa afirma que la meta de la preocupación social de la Iglesia es la celebración Eucarística [36].
Al mismo tiempo, como en Babilonia, donde el pueblo estaba por sus pecados, y no inocentemente, como en Egipto, un resto fiel, heroico y mártir, pudo santificarse en medio de la opresión y ser semilla del pueblo que retornaría. También en estas situaciones hay chances de santidad que hubiese querido que se nos señalaran en términos explícitos. Pero parecería que muchos tienen pudor de usarlos e influyen también, desde las tribunas, a los Provinciales.
Bien puede hablarse de una persecución de hecho por medios político-sociales y económicos, que genera situaciones que conducen al pecado y a la apostasía de muchos, pero que también pudiera ser vivida religiosamente, como una coyuntura martirial y de santidad.
Por otra parte, habría que señalar los efectos espirituales adversos que tiene la adveniente cultura para la evangelización de los no creyentes. En una palabra, a todo ese cuadro tan bien pintado en la Carta de los Provinciales Jesuitas de América Latina, le falta, a mi parecer, la explicitación de su sentido espiritual. Y por no culminar en ese diagnóstico, deja con hambre de lo más, de lo último verdadero y definitivo.
Sería una debilidad verdadera, un error, una deserción de nuestros intereses divinos y de nuestra identidad de Hijos de Dios, someter nuestra crítica a las opresiones que somos objeto, a una censura previa, por no molestar los oídos del Faraón”.
Errores católicos en el desempeño del poder político [37]
Quiero seguir reflexionando ahora con ustedes sobre algunos hechos históricos que nos pueden enseñar a evitar errores que, a juicio de agudos analistas, han cometido los católicos en el ejercicio del poder político.
Una de las formas más sutiles de la persecución del Anticristo consiste en usar a los católicos, jerarquías o fieles, para sus propios fines, cediéndoles el poder, o parcelas controladas de poder, o ilusionándolos de que han obtenido o se les ha confiado el poder político. Puede también intentar embriagarlos con los éxitos que les permiten alcanzar, como pago del servicio que prestan los católicos a los fines que ellos no han fijado, y de la renuncia a su fe o a su identidad, en el ejercicio del poder político.
Las añejas triquiñuelas de los soberanos para usar a la Iglesia para sus fines las describe así Carl Amery:
“En la historia de Europa siempre ha habido soberanos que –de buena o mala fe– han delegado determinadas tareas a la Iglesia o las Iglesias. Tareas que, por un lado, evitaban o rechazaban ellos mismos como peligrosas para el sistema, y por otro les daban ‘controles internos’ adicionales, que completaban convenientemente los medios, legales o ilegales, del Poder del soberano sobre la Iglesia. Quizás fue Constantino el primero de esos soberanos; en todo caso, la restauración de los Hohenstaufen, en la Alta Edad Media, se sirvió más o menos hábilmente de una ideología derivada del Cristianismo, y la técnica se perfeccionó del todo en el galicanismo y el josefinismo. Eso no quiere decir que esos intentos hayan sido puramente negativos para la Iglesia. Incluso en el justo momento histórico, produjeron cambios importantes y positivos en el ‘Catolicismo’, es decir en las encarnaciones [culturales] de la Iglesia dentro de cada nación y época. Para nosotros, lo más importante es que esos soberanos intentaron por un lado limitar o destruir el influjo de la Iglesia, pero que, por otro lado, le concedieron un ‘sector’ [de poder] en el que no sólo le dejaron las manos libres, sino que incluso la estimularon poderosamente” [38] .
El intento del poder político de usar a la Iglesia y a los católicos es algo a lo que debemos estar atentos, y me pareció no podía dejar de señalar aquí. Sobre todo porque nos prepara para comprender mejor lo sucedido después de la segunda guerra mundial con el catolicismo europeo.
Causas del fracaso político de las democracias cristianas en Europa
Es digno de meditarse el hecho de que tras la segunda guerra mundial, Europa fue reconstruida por partidos cristianos (las democracias cristianas) y por grandes hombres de estado católicos (De Gasperi, Adenauer, etc.) y lo que resultó es un mundo neopagano y descristianizado. ¿Cómo fue posible y a qué se debió? 
Se debió –afirma Augusto del Noce– a que los partidos que lideraron estos grandes hombres, las democracias cristianas, pusieron su confesionalidad de lado por principio metódico y se dejaron convencer por el Poder Mundial, de que el espectro del comunismo que aterrorizaba a Europa occidental sería conjurado por el ensalmo del bienestar material y no en el poder de la fe y del espíritu. Crearon, pues, estados del bienestar secularizados [39]. Ese fue el equivalente político de la inversión antropológica en teología.
¿Cómo sucedió esto? La secularización había penetrado en la teología, es decir, en el pensamiento cristiano: se había impuesto la convicción de que no le corresponde al cristiano crear un orden cristiano. No era necesaria la fe, bastaba la coincidencia moral entre católicos, liberales, socialdemócratas, republicanos. Se postulaba nuevamente el imperativo liberal de confinar la fe en el templo y la sacristía, cohonestado con la afirmación naturalista de que ‘lo importante es la moral’ y el ‘misterio cristiano’ es prescindible. Tras lo cual se concentraba el dilema ético en la disyuntiva y el conflicto democracia-totalitarismo, fascismo-antifascismo. Se minusvaloraba y consideraba marginal la dimensión religiosa del conflicto. Escamoteando y ocultando el dilema religioso: teísmo o ateísmo político.
“La falta de reconocimiento por parte de la Democracia Cristiana, de la esencia antirreligiosa del comunismo –ha dicho Augusto del Noce– se reflejaba en el modo equivocado de afrontarlo. La ilusión estaba en pensar que para su extinción sería suficiente la simple difusión del bienestar. Sin reparar en que la consolidación de la ‘sociedad opulenta’ eliminaba, efectivamente, la miseria, pero al mismo tiempo iba dando lugar a un extrañamiento y soledad hasta entonces desconocidos entre los hombres. Debido a esta coincidencia entre abolición de la miseria y extensión de la alienación, la sociedad opulenta, minada en su interior por una literatura de alienación que la presenta como invivible y reclama su transformación [revolución] ejerce de hecho una función procomunista” [40].
La debilidad de la fe de los católicos [nótese bien: no la debilidad política, sino la debilidad de la fe, que es en realidad su única y verdadera debilidad] se demuestra en que estuvieron dispuestos a admitir que ‘el misterio de la verdad’ y ‘la verdad de su misterio’ es, realmente, algo prescindible. Esa debilidad cultural, la pagó el catolicismo con la instrumentalización política de que fue objeto para construir una sociedad que hacía extraña y obsoleta la realidad cristiana.
Los cristianos no se mantuvieron al margen de la historia ni de la política –como temía y quería evitar Maritain–, más aún, las democracias cristianas europeas fueron gobierno y construyeron un mundo. Pero ese mundo no sólo resultó a-cristiano, sino anti-cristiano [41].
A los católicos se les concedió el poder político a cambio de que cedieran la configuración de la cultura. Se les puso a administrar el agua y se les quitó el dominio de la fuente. Otra vez, los creyentes construyeron pirámides para el Faraón. Sin advertirlo, se dejaron esclavizar.
La asimilación como error político de los católicos 
La renuncia a la propia fe y a la propia identidad es un error en primer lugar y sobre todo, religioso. Su inmediata consecuencia se manifiesta en el orden de la cultura. Por fin se manifiesta en el orden político. Tal fue el error que cometieron muchos ilustrados e inteligentísimos fieles católicos en su actuación política. De la naturaleza y del proceso de esa asimilación cultural se han dicho cosas que quiero resumirles aquí [42]:
A partir de la creación de los dos bloques en Europa, después de la segunda guerra mundial, la asimiliación del cristianismo y en particular de los católicos a las ideologías dominantes, va sufriendo diferentes transformaciones.
En la década del 50 y del 60 el catolicismo se americanizó. Ante la cruel persecución comunista, el mundo libre nos ofrecía por lo menos eso: la posibilidad de rendir culto y enseñar la doctrina a nuestros niños en libertad. Pero nos resultó difícil a los católicos distinguir entre el anticomunismo yanqui y nuestros propios sentimientos ante el régimen perseguidor. Se nos politizó fácilmente la mirada sobre el bloque comunista y muchos perdieron de vista la verdadera entidad del marxismo y a la vez la del capitalismo, porque, en realidad, ambos se oponían en el mismo orden de cosas.
Ya a fines de la década de los 60 y en la década de los 70, sin embargo, se infiltra en el catolicismo el marxismo: tercermundismo evangélico, teología de la revolución y teología marxista de la liberación. Nos aplican en América Latina las recetas de Antonio Gramsci.
Al llegar los 80, la ideologización asume la forma del humanitarismo: la Iglesia reducida a una forma más de una religiosidad vaga a la que se retorna tras las décadas de materialismo.
Hay algo que es común a este apoyar el hombro contra diversos postes. Todos estos ‘ismos’ tienen su origen, más o menos consciente, en la búsqueda [o la aceptación ingenua cuando nos es ofrecido] del apoyo del poder y en la creencia de que a su sombra se podría revitalizar la fe. En realidad se está renunciando al propio origen e identidad. Pero sobre todo se está ignorando el carácter mixto, en parte anticristiano y demoníaco, de los poderes mundanos.
Se trata de un fenómeno semejante al constantinismo del siglo IV, que, cuando buscaba el apoyo del Imperio, estaba ya desconfiando de la vitalidad inherente al hecho cristiano.
Ahora el objetivo ya no es corregir la fuerza de unas instituciones, pero sí el respaldo del poder hegemónico. No se entabla un franco diálogo con él desde la propia identidad sino que se acepta la disolución en sus categorías. En realidad, la historia de estos treinta años es, en gran parte, la historia de múltiples integrismos occidentalistas, que han ido cambiando su rostro. 
¿Qué es un integrismo? El integrismo se caracteriza por identificar la vitalidad de lo religioso con el poder. En el fondo, en confiar más en la acción política que en la fuerza de la propia identidad de fe generadora de cultura. 
Mientras eso sucede, el humus cristiano a fuerza de no alimentarse termina por desaparecer. Los valores tan traídos y llevados no han sido capaces de sostenerse por sí mismos y han dejado de ser mentalidad común espontánea.
La gran alianza de posguerra entre el mundo y las democracias cristianas ha esterilizado la fe y convertido los humanismos en vagas utopías. Pero se impone que pongamos término a nuestras reflexiones.
Quienes quieran seguir profundizando en la meditación de estos temas, e ir más allá de las recetas prácticas, podrían leer la que considero la obra más importante de los últimos tiempos en el catolicismo argentino y latinoamericano. Me refiero a «La Cultura Católica» de Fray Aníbal E. Fosbery O.P. [43].
Después que Antonio Gramsci, uno de los mayores y más inteligentes enemigos de la fe ha llegado a la conclusión de que la lucha contra los católicos, para ser eficaz, debe empezar en el terreno cultural, para que el camino político sea por fin eficaz, no podemos los católicos ser tan ciegos como para ignorar el consejo del enemigo. 
Más que por nuestra debilidad política deberíamos preocuparnos por nuestra debilidad cultural. Y más que por nuestra debilidad cultural, debería preocuparnos la debilidad de nuestra fe, que, como muestra Fosbery, es la fuente de la cultura católica.
La cultura católica no es un punto de partida sino un punto de llegada 44. El punto de partida de la cultura católica a lo largo de toda la vida de la Iglesia, ha sido la fe y principalmente la fe celebrada en el culto. La fe, no como un instrumento para generar cultura, o para usar políticamente. Sino la fe, como lugar de reposo en el fin último.
Orientaciones prácticas 
“Entonces ¿qué tenemos que hacer, hermanos?”. Es la pregunta de la que parte Fr. Aníbal Fosbery en su obra. Y es la pregunta con la que quiero introducir la conclusión de esta conferencia.
¿Qué hacer?
Siento que no tengo otras propuestas para hacerles que las que propuse recientemente al final de una conferencia tenida en Buenos Aires. No los considero consejos míos, sino invitaciones proféticas que el Señor me envía a predicar y hoy les llegan por mi intermedio: 
¿Qué hacer? En primer lugar: no temer. La civilización de la acedia es la que teme. Teme al Espíritu Santo, a los creyentes, a la comunión de Dios con los hombres. Sus raíces se nutren de los profundos terrores del príncipe de este mundo y de las tinieblas. Como dice Santiago: los demonios tiemblan. La civilización de la acedia no merece detenerse a contradecirla. Sí es necesario tenerla discernida y conocida para no sucumbir a sus engaños. Es una civilización profundamente infeliz y enemiga de la felicidad. Su Faraón es mentiroso y homicida desde el principio. Desde la Cruz, en adelante, la pasión de los que aman a Dios es su derrota. 
¿Qué hacer? En segundo lugar: amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. Allí está al mismo tiempo la felicidad y la derrota del pecado.
Bien dice San Juan: “No hay miedo en la caridad, la caridad perfecta exorciza el miedo” (1 Juan 4, 18). El gozo de la caridad, exorciza la acedia. El que ha asistido a un exorcismo y lo ha visto retorcerse de ira, de sufrimiento y de odio ante la alabanza o un canto de amor, sabe que Juan dice la verdad. La caridad ardiente es ella sola un poderoso exorcismo que destruye el dominio del espíritu de la acedia.
¿Qué hacer? Aspirar ardientemente al carisma mejor, al camino mejor. Desear intensamente el fervor de la caridad y pedirla, pues es un don. Nadie es culpable de no lograrla, sino de no pedirla. 
En este mundo frío: los tibios se congelan. Hemos de ser nosotros, los hijos de Dios los que lo encendamos y calentemos en el fuego del Espíritu Santo. Para eso fuimos engendrados en ese Espíritu, para eso fuimos llamados, para eso fuimos preservados. 
No hay otra dicha que la caridad, no hay otra desdicha que el pecado. Y ningún pecado más grave y más difícil de sanar que la tristeza opuesta al gozo de la caridad. Tristeza que anima a la Babilonia moderna y la incita contra el pueblo de Dios. El Príncipe de este mundo no lo juzga con mirada humana por las debilidades de la carne, sino que teme de él lo que puede ser por el poder divino.
Si queremos instaurar el Reino de Cristo, o construir la civilización de la caridad, que no es la de la filantropía, hemos de saber que el terreno no está vacío y que los que lo ocupan organizan la resistencia contra Jerusalén. Pero se nos manda no temer y se nos manda amar con todo nuestro ser. Si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros?
Los que van por el camino de la Caridad, que es la única que permanece después que pasa todo, prevalecerán: todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe.
La Reina de las Siete Espadas 
Hay una obrita poética de G. K. Chesterton que tradujo bajo seudónimo el Padre Castellani, de la que quiero citarles unos versos para terminar. En esta obrita, Chesterton presenta a siete caballeros de María: Santiago de España, San Dionisio de Francia, San Antonio de Italia, San Patricio de Irlanda, San Andrés de Escocia, San David de Gales y San Jorge de Inglaterra. Son siete campeones de la cristiandad que aparecen aquí solamente como tipos de las diferentes naciones, explica Chesterton, y no tienen coincidencia con los santos históricos que les dieron nombre, sino que desempeñan un rol de figuras de santidad legendaria. Cada uno de ellos habla de sus luchas. Y al final, todos acuden juntos a María lamentando sus derrotas:
“Perdimos las tizonas en la batalla; y nos rompimos el corazón contra el mundo
Desde que salimos de delante de ti, con el estandarte dorado ondeando en el viento
Desarmados, derrotados y dispersados vuelven ahora tus paladines
Retornan de la tierra de los dioses mudos. ¿También tú vas a quedarte muda?
Se quedaron esperando. Minuto a minuto el susurro se ahuecaba de un horror de duda;
Hasta que de pronto, una voz que sonaba lejana y apagada por la pena, como hablando consigo misma, les dijo:
¿Es que no sabéis, vosotros, los que buscáis, dónde escondí yo todas las cosas?
Lejos, como la última perdida batalla; vuestras espadas las tengo guardadas en mi corazón
Y pareció que las espadas caían, con un estruendo como el de los rayos cuando caen.
Y los fantásticos caballeros se inclinaron para reunirse y ceñirse de nuevo para la pelea.
Todo se volvió negro, sonó una trompeta, pero en este relámpago de negrura.
Con el ruido de las espadas caídas, me desperté: y el sol ya estaba alto”.
Siempre hay luz al final del camino de los que aman a Dios, porque para los que aman a Dios todas las cosas cooperan para el bien45. Y esa luz, no es otra cosa que el Corazón de Nuestra Madre, que guarda allí las obras del amor.
Oración 
Padre, engéndranos, en esta hora, y en cada hora; en este día, y en cada día. Queremos recibir el ser de Ti siempre y en cada momento aquí sobre la tierra; y en el cielo eternamente, para que podamos glorificarte como Tú lo mereces. Danos el ser, el ver, el oír, el pensar, el entender, el querer tu voluntad, el recordar tu caridad, el quererte sobre todas las cosas. Oh Tú Padre, fuente de caridad, de donde venimos y hacia donde vamos. Gozo nuestro y paz nuestra. Felicidad nuestra. Te adoramos, te alabamos, te bendecimos. No tenemos felicidad fuera de Ti. Darte gloria es la felicidad de tus hijos. No nos dejes caer en la tentación en esta civilización de la acedia en la que nos has colocado, que se entristece por nuestras alegrías. Líbranos del Malo. Que nada pueda su tristeza contra el gozo de tus hijos. Para que nada empañe tu gloria y la que le diste a tu Hijo Jesucristo. Amén.



Notas:

[1] Conferencia dictada en Rosario de Santa Fe, el 3 de agosto del 2000. Publicado como artículo: “La debilidad política de los católicos” en Gladius 18 (2000) nº 49, págs. 49-81.
[2] Y nuestra autora prosigue: “Un sujeto manipulado por los signos (lenguaje), a quien se lo propone formar desde la más tierna edad (Nivel Inicial) como un ser crítico, constructor de la realidad, quien, para crecer, debe cuestionar la realidad más cara a su ser y a sus afectos: su familia, la Patria, las tradiciones culturales, la Religión. Un ser despegado de todas esas realidades que son el sostén ontológico y existencial.
Una transformación educativa que instaura una guerra semántica, por la cual las palabras, los conceptos han sido vaciados de contenido esencial y cargados de una significación ideológica extraña a nuestro ser argentino. En la cual la familia, la persona, la identidad, los valores, el pensamiento, la creatividad, la trascendencia, la universalidad, han sido “resignificados” dentro del contexto materialista, ideológico, dialéctico, subjetivo, donde nada es duradero, firme, seguro, permanente, estable.
La triple relación del hombre (consigo mismo, con el mundo y con Dios) ha sido trocada por una horizontalidad asfixiante y utópica, que se resuelve en una interacción social estéril, en la que la hermandad, el amor, el sacrificio no tienen cabida ni fundamento. Sólo se postula la reverberación del resentimiento, en aras de una convivencia pacífica vana, si no se basa en la justicia” (Marta S. Siebert, “La transformación educativa argentina”, en: Gladius 13 (1997) Nº 39, págs. 135-189; nuestra cita en págs. 187-188).
[3] Publicado en Editorial Encuentro, Madrid 2001, 380 págs. Ha dado lugar a numerosos comentarios y a un debate aún en curso cuyos principales hitos pueden verse enhttp://ar.geocities.com/teologiasdeicidas y en http://ar.geocities.com/acedia2000;www.horaciobojorge.org  
[4] «En mi sed me dieron vinagre. La civilización de la acedia. Ensayo de teología pastoral», Ed. Lumen, Bs. As. 19992, pág. 114ss.
[5]  El Papa Juan Pablo II se refiere a las controversias conciliares entre progresistas y conservadores afirmando que son “controversias políticas y no religiosas a las que algunos han querido reducir el acontecimiento conciliar” (en: «Cruzando el Umbral de la Esperanza», Plaza y Janés, Barcelona 1994, pág. 168).
[6] Julio Meinvielle, «El Progresismo cristiano», Ed. Cruz y Fierro, Bs. As. 1983, nuestra cita en p. 188.
[7] CIC 675.
[8] CIC 676.
[9] Cf. Ap 13,8
[10] Cf. Ap 20, 7-10.
[11] Ap 21, 2-4; CIC 677.
[12] Isa 7, 9b.
[13] 1ª Jn 5, 4.
[14] “Mártires del siglo XX”, en: Diario Zenit, Jueves 4 mayo 2000.
[15] Véase el sagaz diagnóstico de Leonardo Castellani, en sus trabajos reunidos en el volumen, «La Reforma de la Enseñanza», Ed. Vórtice, Buenos Aires 1993.
[16] Josef Pieper, «El fin del tiempo», Herder, Barcelona 1998, p. 120.
[17] Ap 13, 10.
[18]  2 Tes 2, 4.
[19] 2 Cor 11, 14-15.
[20] Mt 13, 25. 39.
[21] Ef 6, 10-12.
[22]  2 Cor 12, 9.
[23] Alfredo Sáenz, «Antonio Gramsci y la revolución cultural», Ed. Gladius, Bs. As. 19975, pág 40. 
[24] Alfredo Sáenz, «El Nuevo Orden Mundial en el pensamiento de Fukuyama», Ed. Del Pórtico, Bs. As. 2000.
[25] Comm. In 2 Thes. Cap. 2, Lec. 2.
[26]  O.c. Lec. 1.
[27] Josef Pieper, «El fin del tiempo», Herder, Barcelona 1998, p. 125-126.
[28] Josef Pieper, O.c. p. 126.
[29] Josef Pieper, O.c. p. 141.
[30] Véase: Joaquín María Alonso, «Fátima ante la Esfinge. El mensaje escatológico de Tuy», Ed. Sol de Fátima, Madrid 1979.
[31] Aunque el término antiteo no sea usual, es, sin embargo necesario. Porque el ateísmo militante y perseguidor, es más que un agnosticismo, es positivamente opuesto a Dios, ya sea como idea ya sea como realidad. La partícula privativa a-teo no pinta suficientemente la positiva oposición combativa que expresa la preposición anti-teo.
[32] Véase el artículo de: Darío Composta, «El malestar de la Santa Sede frente a la democracia liberal» en Gladius 16 (1999) Nº 44, pp. 103-118 
[33] George Weigel, «Biografía de Juan Pablo II. Testigo de Esperanza». Ed. Plaza y Janés – Mondadori, Barcelona – Milán 19993, pp. 1052-1053.
[34] George Weigel, «Biografía de Juan Pablo II. Testigo de Esperanza». Ed. Plaza y Janés. Mondadori, Barcelona – Milán, 19993.
[35] Tomamos estos datos de: George Weigel, O.c., págs. 679ss.
[36] “La Iglesia sabe que ninguna realidad temporal se identifica con el Reino de Dios, pero que todas ellas no hacen más que reflejar y en cierto modo anticipar la gloria de ese Reino que esperamos al final de la historia, cuando el Señor vuelva. Pero la espera no podrá ser nunca una excusa para desentenderse de los hombres en su situación personal concreta y en su vida social, nacional e internacional, en la medida en que ésta, sobre todo ahora, condiciona a aquélla.[...] El Reino de Dios se hace, pues, presente ahora, sobre todo en la celebración del Sacramento de la Eucaristía [...] Quienes participamos en la Eucaristía estamos llamados a descubrir, mediante este sacramento, el sentido profundo de nuestra acción en el mundo en favor del desarrollo y de la paz; y a recibir de él las energías para empeñarnos en ello cada vez más generosamente, a ejemplo de Cristo que en este Sacramento da la vida por sus amigos” (Sollicitudo Rei Socialis 49).
[37] Tomamos estos datos de: George Weigel, O.c., págs. 679ss.
[38] Carl Amery: «Die Kapitulation oder Deutscher Katholizismus heute. Nachwort von Heinrich Böll». Ed. Rohwolt, Hamburg 1963, cita en págs. 9-10. Hay trad. Castellana: «La Capitulación. El Catolicismo alemán hoy», Ed. Nova Terra, Barcelona 1966, cita en pág. 15.
[39] Véase: Massimo Borghesi, «Postmodernidad y Cristianismo. ¿Una radical mutación antropológica?», Ed. Encuentro, Madrid 1997, el capítulo: “La Crisis del catolicismo político según Augusto del Noce”, pp. 121-140.
[40]  Massimo Borghesi, «Postmodernidad y Cristianismo…», p. 128-129.
[41] Massimo Borghesi en: «Postmodernidad y Cristianismo…», Ed. Encuentro, Madrid 1997, el capítulo: “La crisis del catolicismo político en A. del Noce”, nuestra cita en pp. 128-129.
[42] Sigo aquí, comentándolo libremente, el pensamiento de Fernando de Haro, en su Introducción a la obra de Massimo Borghesi, «Postmodernidad y Cristianismo. ¿Una radical mutación antropológica?», Ed. Encuentro, Madrid 1997, ver pp. 20-21.
[43] Ed. Tierra Media, Buenos Aires, 1999, 736 págs.
[44] A. Fosbery, O.c. p. 716.
[45] Romanos 8, 28



Fuentes:

http://es.catholic.net/biblioteca/libro.phtml?consecutivo=522&capitulo=6591  /  http://www.horaciobojorge.org/debilidadpolitica.html



23 de julio de 2014

Fuente: Josef Pieper- Centro de Humanidades

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