domingo, 28 de septiembre de 2014

No lo veo, luego no existe


por Alfonso Aguiló

    En muchas ocasiones creemos en cosas que no vemos, y creemos porque comprobamos sus efectos. Si oyes a un pajarillo que canta en la espesura, ¿pensarás que canta el matorral? No es serio decir: no lo veo, luego no existe. No ves el pajarillo, pero lo oyes.
No ves el alma, pero hay muchas razones que hacen suponer la existencia del alma.

No ves la electricidad, pero ves sus consecuencias.

      No ves el calor, pero lo sientes. No ves las bacterias ni los virus, pero notas sus efectos.
    No encontrarás el alma diseccionando un cuerpo, de la misma manera que si echas abajo el matorral ya no estará el pajarillo, pero no por eso debes decir que el matorral ha dejado de cantar. Negar la existencia de lo que no es directamente perceptible por los sentidos es negar la existencia de la parte más importante de la realidad.
    En la mente humana se dan dos fuerzas contrapuestas. Por una parte, la sensación de que en el hombre hay algo más que el conjunto de vísceras que componen su cuerpo. Por otra, la inicial negativa de los sentidos a admitir la existencia de algo que no pueden ver, medir, oír, oler ni tocar. No es fácil demostrar a los sentidos que el alma existe, pero no son ellos los que deciden si algo existe o no.
    Podemos aplicar al problema del alma una analogía que propuso Rupert Sheldrake y que encuentro particularmente afortunada.
    Imagínate una persona que no sabe absolutamente nada sobre aparatos de radio. Piensa, por ejemplo, en un hombre de ciencia de hace unos cuantos siglos. Ese hombre ve uno de esos aparatos y se queda encantado con la música que sale de él, y enseguida trata de entender lo que allí sucede.
    Está convencido de que la música procede totalmente del interior del aparato, como resultado de complejas interacciones entre sus elementos. Cuando alguien le sugiere que la música viene de fuera, a través de una transmisión por ondas desde otro lugar, lo rechaza argumentando que él no ve entrar nada en el aparato. Dice que eso sería una explicación ilusoria y cómoda de una realidad compleja que hay que investigar.
    Nuestro hombre no termina de entender bien la procedencia de la música del aparato. Sin embargo, piensa que algún día, después de mucho investigar las propiedades y funciones de cada pieza, logrará entender los secretos de sus procesos y sabrá de cuál de sus elementos sale aquella preciosa melodía.
    Quizá logre averiguar la composición de cada pieza, e incluso intentará hacer otro aparato lo más parecido posible. Pero ya se ve que no comprenderá cómo funciona el transistor hasta que acepte que existen realidades, como las ondas de radio, que no se ven.
    Volviendo al término de nuestra comparación, podemos decir que la ciencia como tal no puede alcanzar directamente a Dios, pero el científico experimental puede descubrir en el mundo las razones para afirmar la existencia de un Ser que lo supera.



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