martes, 11 de noviembre de 2014

Obras de Jordán Bruno Genta (1)

Por  P. Javier Olivera 
A 40 años del asesinato del profesor Jordán Bruno Genta (1909- 27 de octubre de 1974), muerto por Dios y por la Patria en la solemnidad de Cristo Rey, presentaremos aquí y en el próximo post dos apuntes biográficos realizados por su hija, María Lilia Genta y su esposo Mario Caponnetto. En el próximo daremos a conocer algunas de sus obras, confiados en que su ejemplo nos mueva a buscar la Verdad que hace libres para...Que no te la cuenten…
Jordán B. Genta. Apuntes biográficos[1]. Por María Lilia Genta
A diez años de su muerte, los jóvenes nos preguntan acerca de la trayectoria espiritual e intelectual de mi padre. Alguien con buena pluma y talento de historiador acometerá esta tarea que me excede. Pero intentaré dar algunas respuestas. Aparte del dato concluyente de su sangre derramada “sobre el asfalto y el lirio”, como diría mi madre, su figura ha quedado, por imperio de las circunstancias políticas que rodearon su muerte, un tanto parcializada en el Genta de Guerra Contrarrevolucionaria o El Nacionalismo Argentino. No desmerezco, en absoluto, la eficacia de estos libros que ya forman parte de todo proceso de “iniciación” de quienes se acercan a nuestra doctrina. Nosotros comenzábamos por la lectura de los discursos de José Antonio y en nuestro interior se unían la fervorosa adhesión a su poética-política y la reverente admiración frente a su muerte: las cinco rosas de sangre sobre la camisa azul. La generación de nuestros hijos tiene mártires propios, argentinos. Es justo que el testimonio final y los escritos “combativos” sean los que la conmuevan más. Pero la conmoción es sólo el primer paso hacia la reflexión.
Para intentar un perfil de Jordán B. Genta y señalar algunos hitos de su camino hacia el martirio, apelaré a testimonios escogidos de las cartas que el Padre Elíseo Melchiori me enviara después de la muerte de su “amigo y hermano Jordán”. Ellos tienen un valor inmenso. Recuerdo las palabras que el Padre pronunciara durante una Misa que rezó en la iglesia del Socorro: “si pude permanecer fiel a mi sacerdocio fue sólo gracias a Dios y a Jordán”. Hubo en esta amistad algo misteriosamente teológico que me fue develando Elíseo —maestro de la epístola— en sus cartas, pero como todo lo mistérico, nunca totalmente.
Quiero centrar estas pinceladas biográficas de mi padre en su aventura hasta llegar a Dios y a la imitación de la Cruz. Imposible entender cabalmente la escena final en que cae acribillado, intentando concluir el Signo de la Cruz, sin comenzar por referirme a mi abuelo, Carlos Luis Genta. Tesis y antitesis. Era don Carlos enjuto y amargado; comía solo, incapaz de la compañía en la mesa, cuidando su estómago supuestamente enfermo (murió casi centenario). Tenía un carácter de los mil diablos, cascarrabias insoportable de toda la vida y no por efecto de los años; y, para mayor desgracia, muy culto y “leído”. Sin pasar aún a antinomias espirituales, nada podía contrastar más con su porte que la gruesa figura de su hijo Jordán, amante de la buena mesa y las largas sobremesas y del “bon vin” compartido con los amigos. Como la otra cara de la hiel amarga de don Carlos, la alegría de vivir y la risa, la risa incomparable de mi padre, que fue maestra en mi vida tanto como su palabra y su muerte.
Fue don Carlos también —y esto es lo que importa— un ateo contumaz como ya no quedan. Su vida giraba en torno de un singular odio a Dios y en el cultivo cotidiano de ese odio. Las “sociales-democracias” nos han matufiado tanto las cosas que ahora los cristianos son socialistas y los marxistas trabajan de cristianos. Todo anda mezclado, las mayorías ya no se preguntan si existe Dios o no. La religión ha quedado relegada a una muestra folklórica para turistas en las viejas ciudades del Occidente “cristiano”. Pero en mi abuelo no había matufia alguna. Ateo, “comecuras”, anarquista. Me libré de tener un abuelo masón porque de tan anárquico no soportó la masonería (aunque por algún tiempo acudiera a la misma logia con don Alfredo Palacios). Vuelvo a repetir: culto para nuestra desgracia porque nos recibía recitando el “Himno a Satanás” o nos regalaba con los versos de Leopardi, en versión italiana o castellana, según los días. Su conversación se hacía muy interesante cuando lo llevábamos al terreno de la música o la pintura, menos polémico por cierto. Pero no había visita en que nos perdonara dolerse por las tres “traiciones” de mi padre que, a saber, eran: ser filósofo y no médico, haberse atrevido a casarse con una “española” y, por último, lo que no le permitía vivir en paz, ¡el Bautismo!, la conversión religiosa y, en menor grado, la toma de postura filosófica y política tan opuestas a las de don Carlos Luis.
En este siglo de notables conversos, no me digan que la muerte en y por Cristo de Jordán B. Genta, educado por semejante padre, alumno posteriormente de la Universidad reformista, no es una misteriosa, insólita “aventura de la Gracia”.
Siendo ateo y marxista mi padre ingresa a la Universidad de Buenos Aires. Dios pone en su camino a Coriolano Alberini, escéptico, no creyente, pero crítico implacable, irónico y despiadado de los ideologismos. No sé si ese gran maestro alguna vez supo que él, más allá de sí mismo, fue el primer viador de la Gracia para con su discípulo. Este es el primer hito: abandona el marxismo. Al rendir su último examen de estudiante le sobreviene una hemoptisis; así se manifiesta la tuberculosis. Pese a ello se casa con mi madre en febrero de 1934 y se van a las sierras de Córdoba en busca de la “climoterapia”. Es el segundo hito: en el obligado reposo serrano de un año, mi padre “descubre” a los griegos, los estudia en serio ya que en la Facultad donde cursara la carrera el lema era “hay que desaristotelizar la Universidad”.
Había sido mi padre discípulo dilecto, también, de Francisco Romero (como consta en su correspondencia) y por eso éste le pide a Alejandro Korn que visite en uno de sus viajes a ese jovencito Genta, esperanza de continuidad de los filósofos positivistas de nuestra Universidad oficial. Korn accede; mi padre le habla con entusiasmo de sus nuevas lecturas y éste, prefigurando el futuro, lo interrumpe de repente y dice: “Genta, usted se nos va”.
El tercer hito: la enfermedad remite espontáneamente, mi padre cura sin ningún tratamiento. Entonces va como profesor a Paraná. Siempre nos decía que la enfermedad lo había eximido de enseñar el error. En Paraná se encuentra con el doctor Álvarez Prado. Es este intelectual católico el que le acerca las primeras obras históricas revisionistas. Genta se encuentra con la Patria, con su raíz, con su historia. Álvarez Prado lo vincula al clero entrerriano, clero atípico, imposible de encasillar, por la gracia de Dios. Jóvenes curas de singulares inteligencias y poderosas personalidades que tuve el don de tratar en las sobremesas de mi casa y en los lugares geográficos más insólitos a lo largo de mi infancia y juventud. Clero con un profundo sentido nacional amén de buena teología y “militancia nacional” (más de lo que el Obispo de aquella época deseaba).
Van a ser dos los cortes drásticos entre mi padre y su mundo intelectual anterior. José Babini, en cierta ocasión, lo invita a hablar por radio, en Santa Fe. Mi padre hace el elogio de Los grados del saber, de Maritain (de allí que, a pesar de sus divergencias político-filosóficas, conservara siempre un gran amor a Maritain, otro de los “viadores” elegido por Cristo para su conversión). Esta alocución provoca una amonestadora carta de Francisco Romero ya muy alarmado por los caminos emprendidos por el discípulo díscolo que se le iba de las manos.
Llega el 36 y los argentinos se definen por o contra España. En España están nuestras raíces. Mi padre abraza la Cruzada Nacional y, por ende, afirma nuestra propia identidad como nación. Aquí sobreviene el corte definitivo con sus viejos amigos que optan por la República. Me dice el Padre Elíseo, en carta fechada el 7 de diciembre de 1976: “Cuando yo lo conocí en 1938 ya estaba en y amaba la Verdad, sin reserva alguna. De la admiración de la muerte de Sócrates a la que siguió fiel, al comentario estremecedor de las Siete Palabras de Cristo en la Cruz, hay sin duda una ascensión indescriptible”.
Me narra el Padre Elíseo en sus cartas la historia completa del largo proceso de conversión. Me señala sus diversas etapas. No me parece oportuno aportar otro dato, en este momento, que la fecha y lugar de su bautismo, a los treinta años: fue en el año 1940, en la Inmaculada de Santa Fe, meses antes de mi nacimiento.
Otro sacerdote me dijo una vez algo que sintetiza esta “aventura” que culmina en el martirio: “su padre siguió el camino de la humanidad”. Grecia, Roma (en este punto se encuentra con su Patria carnal) y luego Cristo. Todo esto le llevó años de reflexión como conviene a un filósofo. Claudel, el poeta, se convierte en un “derrepente”, anonadado por la Belleza.
Quiero explicar por qué Genta, filósofo, es menos conocido que Genta, doctrinario político, al igual que sus obras más profundas, El filósofo y los sofistas, La idea y las ideologías, los comentarios de San Agustín, y por qué “perdió”, para algunos, los últimos quince años de su vida en escribir para las Fuerzas Armadas casi exclusivamente. Críticas semejantes se escuchan sobre el Padre Meinvielle. ¿Por qué éste se dedicó a escribir más obras apologéticas que especulativas? ¿Por qué mi padre dejó su Metafísica inconclusa? ¡Cuánto más cómodo hubiera sido para ambos quedarse sólo en la especulación! Meinvielle amaba, y por eso le dolía, la Iglesia de su tiempo. Era sacerdote por sobre todas las cosas; con su mente lúcida percibió todos los errores que corroían a la Cristiandad y con su temperamento vehemente les salió al cruce. Mi padre, con certera agudeza profética, percibió el plan de operaciones de la Revolución en la Argentina, el intento de destruir a las Fuerzas Armadas, el asalto al poder, la inevitable lucha en la que, obviamente, las fuerzas militares jugarían un papel incuestionable. Amaba a su Patria carnal, estaba entrañablemente unido a su destino histórico y sabiendo lo que se venía no podía “no participar”. A pesar de que la Metafísica fue su verdadera vocación, dejó su obra filosófica inconclusa, como dejara José Antonio su estudio de abogado y su vocación de intelectual para lanzarse por los caminos de España con su poética-política. Así mi padre, sabiendo que la lucha iba a ser armada se dedicó a adoctrinar a las Fuerzas Armadas como tarea inmediata, no porque ignorara que el filosofar está antes que el obrar, sino porque sin un mínimo de orden en la Ciudad muy difícil resulta sostener “quaestiones disputatae”. Si como resultado de su apasionada prédica consideramos al Proceso de Reorganización Nacional —su ceguera política— diremos: Genta murió para nada. Pero si recordamos a los pilotos muertos en la Guerra del Atlántico Sur, a quienes cayeron en las emboscadas en los cañaverales tucumanos y, ¿por qué no?, a los jóvenes oficiales y suboficiales que derribaron en la noche las puertas de las guaridas guerrilleras (con sus cárceles del pueblo y sus arsenales) para enfrentarse con la muerte, a los que cada noche expusieron sus vidas para que los filósofos siguieran filosofando, los escritores escribiendo, los mercaderes mercando, los politiqueros charlando, los empleados “tirando”, los obreros trabajando (pese a Martínez de Hoz), la muerte de mi padre adquiere su verdadero sentido. Mientras los “inquisidores” de ahora tratan de encontrar corruptos (que los hubo) en la que llaman “guerra sucia”, yo, “con ojos mejores para mirar la Patria”, rindo homenaje en nombre de mi padre a estos jóvenes oficiales que, a pesar de la pésima conducción política, se sacrificaron por la Nación Argentina y por todos nosotros. Oficiales y suboficiales que en lugar de corromperse en la guerra se acercaron a Dios por la senda del Calvario. Ellos hubieran preferido la Cruzada. Pero no hubo San Luis, ni hubo Caudillo. “Oh Dios, que buenos vasallos si oviese buen señor”. Por ellos y por mi Patria doy gracias a Dios que mi padre no fuera “nada más” que un intelectual.
Para dar fe de esto vuelvo a remitirme a las cartas del Padre Melchiori: “El catolicismo argentino contemporáneo nada podría presentar al mundo en materia política —no digo doctrinal, no porque no lo sea, sino porque es vitalmente mucho más que un eximio tratadista— nada podría presentar al mundo si no se nos hubiera regalado desde arriba a tu padre. En él, doctrina, vida y muerte no pueden separarse. Y no puedo tomar distancia para juzgar la cosa como un intelectual. El “partido intelectual” como decía Péguy y el “partido devoto” —idem— se caracterizan por la matufia continua. Disponen de las ideologías para pasarla bien y para gobernar las chauchas —o lentejas— con lo que todo se compra y todo se prostituye. Con todo respeto, por si me equivoco, tu padre no fue nunca ni por un solo instante ni del partido devoto ni del otro. Eso lo había decidido él antes de que nos conociéramos, cuando Francisco Romero lo tentó con una beca en Francia. La carta está en sus carpetas. Yo la leí porque él me la mostró. “Amicus Plato, magis amica veritas”. Si quieres publica esta carta, no me opongo, pero sin quitar ni atenuar nada. Me estremezco ante la idea de disminuir su grandeza. Esa es mi única preocupación: la grandeza de tu padre” (6 de noviembre de 1975).
Creo personalmente, con gran reverencia, que luego plugo a Dios “regalarnos desde arriba” a Sacheri.
Evoco a mi padre en el amor. En el de la Cruz y en el del banquete. Mi padre amó cálida, profunda y expresivamente. Amó a su mujer, a su hijo Jordán Oscar, a mí, a sus amigos, a su Patria y a su Cristo. También gozó de todos los bienes con que nos obsequió el buen Dios —la vid y el olivo—. Pudo ser más o menos pobre con toda naturalidad porque nos recordaba con frecuencia: “pobreza es nada tener y todo bien poseer con entera libertad”.
Este opúsculo quiere ser un testimonio de amor: la última conferencia (su testamento político y la gota que rebalsó el vaso para sus enemigos), el prólogo de mi esposo —su discípulo por dieciocho años—, el gesto de quien paga esta edición —también su discípulo— que con ésta y otras obras demuestra que entendió que es bueno el tener si sirve al ser. También buscamos el mismo taller gráfico en que se imprimía Combate, periódico orientado por mi padre, en cuyas páginas se ocupaba de la Argentina cotidiana, y que, con mi esposo, diagramamos durante algunos años.
Y porque quiere ser una obra de amor en el Amor, para finalizar vuelvo a recurrir al testigo de su misterioso camino hacia Dios: “Quede en pie lo que tengo fijo en mi cabeza desde la Misa del sepelio de Jordán: su eficacia, su cátedra, su vida terrenal, su ejemplo, su vivencia, se multiplican por el infinito en el más allá. Porque lo dijo el Señor de Sí mismo: si el grano de trigo no muere no hay germinación. Dios no permita que nuestras falencias resten o impidan su gracia salvadora” (Carta del 17 de abril de 1976).


 María Lilia Genta



[1] Estos Apuntes fueron escritos y publicados como prólogo al opúsculo Testamento político al cumplirse diez años de la muerte de mi padre. Han pasado veintiocho años y la situación de esas Fuerzas Armadas a las que mi padre dedicó sus mejores esfuerzos, sobre todo al final de su vida, se ha deteriorado hasta límites que en 1984, recién instalada la democracia, no podíamos siquiera imaginar. Mientras escribo esta nota veo la silueta de la Fragata Libertad, que parece dibujada en las pantallas de los televisores… secuestrada en Ghana. Pero sigo pensando que sólo la sangre redime y salva. Que si permanecemos inasequibles al desaliento lograremos hacer crecer ese grano de mostaza que es la sangre derramada por mi padre para la salvación de nuestra patria carnal y la regeneración de sus Fuerzas Armadas (MLG).



Noviembre 3, 2014

Fuente:  "Que no te la cuenten..."  La falsificación de la historia.

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