sábado, 8 de noviembre de 2014

Rectitud heroica de los cristeros.


LOS ARREGLOS

Y llegó el tristemente célebre 21 de junio.

En el Palacio Nacional de Gobierno, ciudad de México, D. F., se consumaron, debido a la nefasta intervención de la Casa Blanca de Washington, los arreglos o Modus vivendi que se celebraron entre los señores Obispos mexicanos don Leopoldo Ruiz y Flores y don Pascual Díaz y Barreto, a quienes el Sumo Pontífice había facultado para ello, y el gobierno masónico de Calles y Portes Gil.
Arreglos que grandemente habían temido, cuando se preludiaban, tanto el pueblo católico que luchaba contra la tiranía, como la casi totalidad de los señores Obispos, y que después deploraron con amargas lágrimas, no únicamente el pueblo fiel, sino el mismo señor Arzobispo Ruiz y Flores que los había concertado y aun el Augusto Romano Pontífice, Su Santidad Pío XI.


¿Qué fueron los arreglos?
El Papa Pío XI envió el día 20 un cablegrama a monseñor Ruiz y Flores, diciendo que lo autorizaba para firmar la reanudación del culto, siempre que se estipulara con el Gobierno:
1.- Amnistía general para todos los levantados en armas que quisieran rendirse.
2.- Que se devolvieran las casas curales y las episcopales.
3.- Que de alguna manera se garantizara la estabilidad de esas devoluciones. (Mons. Ruiz y Flores, Revista Trento, 1959).
Ya antes estaba pedido, como algo básico, el reconocimiento de la personalidad de la Iglesia. Y no hubo nada, ninguna garantía, nada firme, nada seguro; palabras, promesas vagas. Simplemente arreglos verbales que luego desconocieron los hombres del gobierno calles-portesgilista. El culto se reanudaría, pero se reanudaría conforme convenía a las sectas judío-masónicas del Norte y al régimen, masónico también, del gobierno de México. La Iglesia había caído en una negra celada.
Las campanas de los templos tocaron jubilosas, mientras Obispos y fieles, los jefes de la Liga Nacional y los luchadores, lloraban en sus hogares. ¡Cuánto lloraron ese día, entre otros, el Excmo. Señor Obispo don Miguel de la Mora, Presidente del Sub-Comité Episcopal, y el Excmo. señor Obispo Azpeitia y Palomar y el anciano egregio Prelado señor Castellanos! Lloraron como niños.
INGENTES PROBLEMAS
Ingentes problemas quedaban en pie: Prelados, clero y seglares se preguntaban si, tras las declaraciones publicadas en la prensa, habría habido algún pacto secreto para devolver, paulatina, pero seguramente, la libertad a la Iglesia; reconocer y garantizar, por medio de leyes justas, los derechos ciudadanos relativos a la educación de los hijos, a la propiedad, a la práctica de sus creencias religiosas ... (México Cristero -Rius Facius- 1960).
DECLARACIONES DEL PRESIDENTE PORTES GIL
El Presidente Emilio Portes Gil cínicamente declaró entonces:
El gobierno, representado por mí, exigió a los delegados de la Iglesia el sometimiento incondicional a la Constitución y a las leyes vigentes, y por ningún motivo admitió la discusión sobre tales leyes, ni mucho menos hizo confesión alguna que no estuviese determinada en la propia Constitución, admitiendo que no se reconocía personalidad ninguna a la Iglesia, ya que nuestra Carta Magna es terminante en este sentido.
Tampoco hubo, fuera de las declaraciones publicadas, nada que significara pacto secreto o compromiso alguno por parte del gobierno. Lo publicado es todo y, fuera de esto, no existió ningún otro documento de carácter confidencial o reservado.
(E. Portes Gil, Quince años de política mexicana, Editorial Botas).
Y lo medular de las declaraciones del presidente Portes Gil oficialmente publicadas el día de los arreglos era esto:
Que no es el ánimo de la Constitución, ni de las leyes, ni del gobierno de la República, destruir la identidad de la Iglesia Católica, ni de ninguna otra, ni intervenir en manera alguna en sus funciones espirituales. De acuerdo con la protesta que rendí cuando asumí el Gobierno Provisional de México, de cumplir y hacer cumplir la Constitución de la República y las leyes que de ellas emanen, mi propósito ha sido en todo tiempo cumplir con esa protesta y vigilar que las leyes sean aplicadas sin tendencia sectarista.
CONFESIONES DEL
EXCMO. SR. ARZOBISPO RUIZ Y FLORES
Al ver la realidad y pasadas la euforia e ilusiones del primer día, el señor Delegado Apostólico Ruiz y Flores confesaba:
"Los arreglos, si arreglos pueden llamarse, fueron los publicados por la prensa. Cierto es que el Presidente se comprometió, por petición del santo Padre, a dar la amnistía general, a devolver seminarios, casas episcopales y curales y garantizar la libre comunicación del Papa con los católicos"
(1° de agosto de 1929, carta al Excmo. señor Obispo don Manuel Azpeitia Palomar).
Y más tarde, el mismo señor Delegado monseñor Ruiz y Flores:
Al ver que pasaba el tiempo y no desocupaban ningún edificio de los que tenían que devolver, insté por escrito, de viva voz y por medio de los licenciados Nortega y Herrera y Lasso. El señor Canales les dijo alguna vez: Sin duda, el señor presidente ofreció todo esto: yo estaba presente, pero no sabía lo que ofrecía, puesto que al desocupar esos edificios y devolverlos, se echaría un enjambre de enemigos
(Portes Gil, La Lucha entre el Poder Civil y el Clero, México, 1934).
AUN CERRADO EL RECURSO
Y ni aún quedaba el recurso a los dos Excmos. Prelados don Leopoldo Ruiz y Flores y don Pascual Díaz y Barreto de recurrir personalmente al presidente Portes Gil o al general Calles, porque éstos se negaron a tales audiencias:
Que para lo que fuese necesario, podían recurrir al secretario de gobernación, señor Canales. (Ruiz y Flores, Revista Trento, abril-julio, 1959).
LICENCIAMIENTO DE LA GUARDIA NACIONAL
Ya en esos días el jefe supremo de la Guardia Nacional era el general don Jesús Degollado; pues el grande, egregio general en jefe don Enrique Gorostieta había muerto, defendiéndose como un león, el domingo 2 de ese mismo mes de junio, en una sorpresa que sufrió en la hacienda El Valle, en Los Altos, Jalisco.
Ante el tremendo problema de los arreglos con el gobierno portesgilista, el general Degollado, de incógnito, hizo viaje rápido a la ciudad de México para celebrar acuerdo con el Comité Directivo de la L.N.D.L.R. La reunión tuvo verificativo en la casa del Presidente, Lic. don Rafael Ceniceros y Villarreal. Estaban además, el Vicepresidente Lic. don Miguel Palomar y Vizcarra, el Ing. Zepeda y otros señores del Comité.
Y se llegó al acuerdo, después de deplorar el hecho casi inaudito de los arreglos, de que ante hechos consumados, no era posible continuar en la lucha armada y era necesario proceder al licenciamiento del ejército cristero, la insigne Guardia Nacional que se había cubierto de gloria en los campos de batalla y que tan de cerca había contemplado la victoria.
JESUS-DEGOLLADO-GUIZAR (1)LAS CONDICIONES QUE PIDIÓ EL GENERAL DEGOLLADO
Estas condiciones, aceptadas por el Presidente de la República, fueron las siguientes:
1. Garantías plenas de vidas e intereses, para que puedan regresar a sus hogares, a todos los generales, jefes, oficiales y soldados de la Guardia Nacional.
2. Garantías plenas de vidas e intereses para todos los civiles, que en cualquier forma hayan ayudado al movimiento de la defensa de la libertad religiosa.
3. Libertad absoluta de todos los presos por la cuestión religiosa, ya sean civiles o miembros de la Guardia Nacional.
4. Sobreseimiento de los juicios incoados contra los católicos, con motivo de la cuestión religiosa.
5. Repatriación de los desterrados por el mismo motivo.
6. Entrega de veinticinco pesos por rifle a los soldados de la Guardia Nacional que entreguen su arma, adjudicándoles sus caballos a los que los necesiten.
7. A los jefes y oficiales se les permitirá la portación de sus pistolas, con la licencia respectiva de portación de armas y salvoconductos, y un auxilio en metálico a juicio de los jefes de Operaciones.
8. Que se den las facilidades necesarias para que puedan desarrollarse los trabajos.
9. Que el licenciamiento de las tropas de la Guardia Nacional, sea ante los Jefes de Operaciones. (Memorias de Degollado Guízar. Edit. Jus, 1957).
Portes Gil no tuvo empacho en aceptar estas bases, a sabiendas de que no las cumpliría: ¡Para ello contaba con la vigencia de las leyes persecutorias y la fuerza de la anarquía sembrada en las filas católicas con la sumisión firmada por los monseñores Díaz, y Ruiz y Flores!
EL MENSAJE DEL GENERAL EN JEFE
Y con grande entereza, aunque sangrando su alma, el general don J. Jesús Degollado se dirigió a las invencibles tropas de sus cristeros en un sentido mensaje del cual se reproducen los párrafos principales:
Su Santidad el Papa, por medio del Excelentísimo señor Delegado Apostólico, ha dispuesto, por razones que no conocemos, pero que, como católicos, acatamos, que sin derogar las leyes se reanudaran los cultos, y que el sacerdote, poniéndose en cierto modo al amparo de ellas, comenzase a ejercer su ministerio públicamente. En el acto, nuestra situación, compañeros, ha cambiado ...
Debemos, compañeros, acatar reverentes los decretos ineluctables de la Providencia: cierto que no hemos completado la victoria; pero nos cabe, como cristianos, una satisfacción íntima, mucho más rica para el alma: el cumplimiento del deber y el ofrecer a la Iglesia y a Cristo el más preciado de nuestros holocaustos, el de ver rotos, ante el mundo, nuestros ideales, pero abrigando, sí, ¡vive Dios!, la convicción sobrenatural que nuestra fe mantiene y alimenta, de que al fin Cristo Rey reinará en México, no a medias, sino como Soberano absoluto sobre las almas.
Como hombres, cábenos también otra satisfacción que jamás podrán arrebatarnos nuestros contrarios: La Guardia Nacional desaparece, no vencida por nuestros enemigos, sino, en realidad, abandonada por aquellos que debían recibir, los primeros, el fruto valioso de sus sacrificios y abnegaciones. ¡Ave, Cristo!, los que por Ti vamos a la humillación, al destierro, tal vez a una muerte ingloriosa, víctimas de nuestros enemigos, con el más fervoroso de nuestros amores, te saludamos y, una vez más, te aclamamos Rey de nuestra patria.
Y sin rendirse, abandonaron los cristeros la lucha bélica por respeto a la Santidad del Papa Pío XI que había dado su suprema autorización a aquellos arreglos y por amor a la Iglesia, a fin de no obstaculizar la labor que en el campo cívico se emprendería -según decir esperanzado del señor Delegado Apostólico- para obtener la derogación de las leyes anticatólicas y la libertad de la misma Iglesia.
BAJO LOS PINABETES DE CERRO PRIETO
Era la tarde del jueves 4 de julio cuando allá sobre la cima de Cerro Prieto, en las faldas occidentales del Volcán de Colima, en aquellos días de hambre, frío excesivo, habitación a la intemperie, bajo la sombra únicamente de los altos pinabetes en donde en aquellos días, se habían refugiado los heridos, entre ellos el general Miguel Anguiano Márquez y las personas que los atendían y con ellos su Padre Capellán señor Ochoa, se tuvieron las primeras noticias, ya ciertas e inequívocas, de los arreglos y de cómo ya, en otros lugares, se había procedido a licenciar a los soldados cristeros. Entre otros, el general cristero Lauro Rocha, en Jalisco, había depuesto ya su actitud bélica.
Había la circunstancia del lugar, pues se estaba propiamente en estado de sitio, ya que los antiguos cuarteles cristeros de La Mesa, El Borbollón y Santiago, que es. por donde tendría que bajarse, estaban en poder de los soldados callistas de la tiranía calles-portesgilista. Las noticias habían llegado por medio de un correo que se había enviado a través de la intrincada selva de Cerro Prieto, reptando, materialmente reptando, empujándose con los pies como cuando se nada, en largos trechos, bajo la espesa maraña de las zarzas, porque por ahí no había veredas, hasta llegar a las playas del cono del Volcán y, de ahí, atravesar por el medio de los volcanes para caer a la región de San Marcos, Caucentla, Montegrande, etc. Más aún, desde hacía dos días se estaba bajo una lluvia menuda, casi sin interrupción.
EXTREMA URGENCIA DE ARREGLO
Y dadas las circunstancias, era urgentísimo bajar a Colima y entablar directamente pláticas con el general Heliodoro Charis, jefe militar de la plaza, quien ya debería tener órdenes al respecto.
¡QUIEN VA!
El general Anguiano Márquez era imposible que fuera, pues con grande dificultad daba algunos pasos.
Y se ofreció el Padre Capellán.
El general Anguiano no quería aceptar. Tenía miedo, tenían miedo todos de que lo fueran a matar.
Pero alguno tendría que afrontar el problema. El Padre insistió y, a la mañana siguiente, primer viernes de julio, después de la santa Misa celebrada ahí en la montaña, se marchó a través de la selva.
DON ARCADIO DE LA VEGA
En la ranchería de El Parián, ya en las cercanías de Colima, se encontró un amigo -único hombre de la región que en aquellos días de tanto infortunio y peligro quiso ayudarlo en su empresa de presentarse en la Jefatura de Operaciones Militares de Colima: don Arcadio de la Vega-. El, en la mañana del lunes 8, fue a Colima y habló con diplomacia exquisita con el general callista Heliodoro Charis y él, finalmente, lo acompañó en la mañana del 12, cuando tuvo que presentarse en la Jefatura de Operaciones a concertar el licenciamiento de los cristeros de Colima.
Y quiso Dios que en la primera entrevista, antes de 8 ó 10 minutos, pudieran entenderse el Padre don Enrique de Jesús Ochoa que se presentaba en nombre de los cristeros y el general Charis Jefe de las Operaciones en Colima. Y se tuvieron -cosa que parece increíble-, en cuanto se conocieron y trataron un poco, confianza mutua.
VERDADERO HEROÍSMO CRISTIANO
Y los bravos héroes, a quienes nunca doblegaron los más grandes sufrimientos ni las más crudas persecuciones, entregaron sus armas con resignación humilde, de subidos quilates de un santo heroísmo. Y sumidos en la miseria regresaron los cristeros, los cristeros todos, a sus respectivos hogares.
Treinta meses hacía que se venía combatiendo. Cuando se inició la guerra, allá en enero'de 1927, se dijo con toda verdad, que los rebeldes no llegaban a treinta, armados con armas viejas y desiguales, y que el parque no les alcanzaba para un combate de un cuarto de hora. El fracaso lo daban los enemigos como un hecho -y esto lo pregonaban a cada momento en las columnas de los periódicos de Colima-, ya que los jóvenes jefes del movimiento eran muchachos inexpertos, sin armas y sin recursos, decían ellos.
LA EMPRESA DE LOS MUCHACHOS
Y estos muchachos inexpertos que nunca habían tomado quizá un arma de fuego entre sus manos, fueron atacados por la gendarmería del Estado, por agraristas, Acordadas, fuerzas de voluntarios, por tropas de la federación, al mando de los generales Ferreira, Talamantes, Beltrán, Buenrostro, Manuel Avila Camacho, Maximino Avila Camacho, Aguirre Colorado, Pineda, Rodríguez Escobar, Flores, Martínez, Charis, Pineda, hermano del primero, y todo fue en vano.
El movimiento cristero siguió en pie y cada vez más fuerte, coherente y formal. Al fin, estaban militarizadas las fuerzas, divididas en grupos conforme a la ordenanza militar, con buenas armas y suficiente parque. Más aún, la organización civil cada día se perfeccionaba en las poblaciones y rancherías, y en todos los lugares controlados o semicontrolados por las fuerzas libertadoras, había ya el respectivo gobierno civil cristero.
AUN EL SECRETARIO DE GUERRA
Cuatro veces fue a Colima, para dirigir la campaña contra los cristeros el propio Secretario de Guerra, general Joaquín Amaro, con su flotilla de aeroplanos de guerra, y los muchachos inexpertos, sin armas, ni recursos, siguieron en pie, inquebrantables, victoriosos.
En una de las ocasiones en que Amaro fue a Colima para dirigir la campaña contra el grupo de los cruzados, encontró la ciudad con luz eléctrica, y cuando se fue lo hizo en medio de las tinieblas, porque en su honor, a orillas de la capital del Estado en que estaba el grueso de sus fuerzas, se acercaron los libertadores, y cortaron los cables que conducían la energía eléctrica, y derribaron los postes, para que tuvieran los enemigos pruebas inequívocas de que, ni habían sido derrotados, ni habían huído, presas del temor, sino de que continuaban firmes, con iguales bríos, y ello que no tenían ni armas, ni recursos, ni experiencia; pero tenían a Dios de su parte.
Estando el mismo general Amaro en Colima, atestada la ciudad de perseguidores y con un tren militar encendido día y noche en la estación del ferrocarril, quemaron los cruzados una finca del gobernador del Estado, Solórzano Béjar, en el balneario de Cuyutlán, y destruyeron los muebles de la del senador Aguayo, muebles comprados ex profeso para recibir al general Amaro.
Por último, la formidable y gigantesca columna del diabólico Eulogio Ortiz fue igualmente inútil; porque los cristeros continuaron con igual entusiasmo, casi sin habérseles hecho mal ninguno, con más parque y armas que al iniciarse la campaña y con una nueva y más palpable prueba de que Dios los asistía con especialísima Providencia.
Pero se luchaba por Cristo, se guerreaba contra los tiranos, a fin de obligarlos a suspender la persecución y dar libertad a la Iglesia; y esto según el Excmo. Delegado Apostólico monseñor Ruiz y el señor Arzobispo Díaz, que habían concertado los arreglos, estaba obtenido.
¿LA PAZ? ...
Y los Ilmos. Prelados volvieron a sus Sedes, los sacerdotes a sus templos, los que estaban desterrados regresaron a la patria, casi todos los deportados a las Islas Marías volvieron al seno de la familia, y los cruzados de Cristo, cubiertos de tierra, destrozada la ropa, tuvieron que volver a sus hogares, llevando las cicatrices de las heridas abiertas en la lucha, llenos de pobreza y de miseria y sufriendo en muchas ocasiones el desprecio aun de los que los habían aclamado en los días de sus triunfos. Muchos de aquellos valientes derramaron en silencio gruesas lágrimas, anegada el alma en mortal tristeza y víctimas de graves presentimientos, lágrimas de tan honda melancolía como nunca se habían saboreado durante la heroica brega.
LA VUELTA DOLOROSA
La mayoría no encontró la antigua casita, querido y santo patrimonio, porque manos impías la habían reducido a escombros y cenizas. Otros no encontraron a los miembros de su hogar; habían muerto la madre y la esposa consumidas por las penas o habían tenido éstas que emigrar ... y llegaron a sus pueblos, sin tener trabajo, sin tener dinero y entre mil incertidumbres.
¿Cumpliría el gobierno perseguidor lo pactado con los señores Arzobispos Ruiz y Díaz? ¿Las garantías que se nos ofrecen, serán sinceras y verdaderas? Si el mismo día de consumados los arreglos, el hombre de la presidencia de la República tiene el cinismo escalofriante de negar, en documento público, que hubo verdaderos arreglos y que todo se redujo a la sumisión de la Iglesia a la Ley Calles ¿qué será más tarde?
LA PERFIDIA ENEMIGA
Ya preveían ellos, con una especie de instinto que pasma, todo lo que iba a suceder: la infidelidad de los tiranos en reconocer y cumplir sus compromisos y la matanza que de los libertadores, irían haciendo poco a poco, de una manera cobarde y ruin y sin fruto ninguno para la causa de la libertad de la Iglesia ... y como ellos lo pensaban, así fue, y así, sólo en el primer año de infortunada paz, murieron, asesinados, casi la mitad de los jefes cristeros de Colima y, los que escaparon, fue porque pudieron huir a tiempo.
Entre estas víctimas están los siguientes:
El mayor J. Félix Ramírez, jefe cristero del combate de El Borbollón, en Ciudad Guzmán, en el mes de octubre de 1930, al estar colgando en el frente de su casa unos farolillos en honor de Señor San José; el capitán Joaquín Guerrero, su asistente y un hermano, dentro de la propia casa del primero; los capitanes Enrique Mendoza y Agustín Carrillo; los subtenientes Margarito García y J. Jesús Chávez, en diversas circunstancias y lugares.
Además de ellos, se cuenta gran número de soldados que murieron a manos de los perseguidores, que impunemente cometieron sus crímenes, no ya ocultamente y en lugares apartados, sino de una manera del todo pública.
Se llegó a dar el caso de que se ahorcase al antiguo soldado de Cristo o de que se le fusilase en el propio atrio del templo o plaza principal del lugar.
¿TODO PERDIDO?
NO; NI EL HONOR, NI LA CONCIENCIA, NI LOS MÉRITOS
Los heroicos defensores de la libertad religiosa habían cumplido con su deber: En el campo de la lucha se habían cubierto, ante el mundo entero, qe inmarcesible gloria, guerreando con heroicidad por su Dios y por su Patria; luego, por no crear ni siquiera aparentemente obstáculo a la acción diplomática que se decía había de desarrollarse, y por disciplina, después de haber merecido ceñir el laurel del triunfo, entregaron sus armas y aceptaron humildemente la obscuridad, la pobreza, la incertidumbre, el desprecio, la muerte sin gloria, dando así la más palpable prueba de la rectitud de sus intenciones y de la elevación de sus almas.
No era ningún fin político el que perseguían, no ambicionaban ningún interés mezquino: únicamente por Cristo luchaban y sufrían y daban la vida. Llegaron entonces a la cúspide sus inmolaciones y la Historia de la Iglesia tendrá que dedicar una de sus más hermosas páginas para cantar glorias tan puras.
MAGNANIMIDAD ADMIRABLE
Para concluir debemos consignar algo que pinta mejor lo que fueron los cristeros de Colima: el noventa por ciento de ellos estaba formado de jóvenes que no pasaban de 25 años, entusiastas y dotados de valor heroico. ¡Cuántas veces, en lugar de temblar, se les veía saltar de alegría y correr alborozados al encuentro del enemigo! Exponían sus vidas y se mezclaban entre los mismos perseguidores, a la hora del combate, para poder adquirir un arma más, porque ese era casi el único modo, a costa de muchas vidas preciosas, de dotar a la Guardia Nacional de las armas, ya muy numerosas, con que contó al final. Cuántas veces se oyó decir a nuestros jóvenes:
Qué importa que nos maten hoy, si al cabo hemos de morir un día: un día más o menos, es cosa que no significa.
Un día oí decir textualmente al mayor J. Félix Ramírez:
Lo que pido a Dios, es que me dé licencia de trabajar mucho por su causa; que me cuide y conserve o que me maten, eso no: Dios sabe lo que hace conmigo aquí y en la otra vida.
Exclamaciones como éstas se oían casi a diario, y, al oírlas, no era posible sino quedar en silencio, sin proferir una palabra, admirando tanto heroísmo, como cuando se está en presencia de lo sublime. ¡Con cuánta razón escribía el Discípulo de Cristo: Os escribo a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y persevera en vosotros la palabra de Dios y habéis vencido al maligno!
Sí, verdaderamente fue todo de Dios: su espíritu fue quien vivificó la cruenta empresa, porque la carne no es capaz de tantos heroísmos. Esta ya siempre en busca de las comodidades y placeres, no de las hambres, privaciones y desvelos; no de las pobrezas, zozobras, heridas y sangre, y sin más recompensa en este mundo que morir, tal vez muy cerca, tendido en su propia sangre y desamparado en lo humano.
EL IDEAL CRISTERO
No andamos buscando -les decía casi diario Dionisio Eduardo Ochoa, el Iniciador del Movimiento en nuestro Estado de Colima- ni comodidades, ni empleos, ni dinero, ni aplausos. Trabajamos por Cristo; por El luchamos, por El daremos nuestra vida si El así lo dispone.
Y este ideal sublime quedó grabado en el corazón de los libertadores.
Aquí está por quien andamos trabajando, solía decir con mucha frecuencia, señalando una imagen de Cristo Rey, un valiente, el joven Ramón Radillo, que murió en combate el 12 de enero de 1929, en las calles de Colima y cuyo cuerpo fue objeto de escarnio de los enemigos, porque no fue posible que sus compañeros lo recogieran para darle cristiana sepultura.
Nunca recibían los libertadores, ni jefes, ni soldados, un céntimo de pago; pues siempre se vivió en pobrezas y lo que era dable conseguir, poco era para invertirlo en elementos de guerra. ¿Podrá encontrarse fácilmente un ejército así? Hubo abusos, es verdad, pero fueron cosa aislada y excepcional, al grado de que nunca contó México con un ejército tan honrado, disciplinado, heroico y abnegado, según el general en Jefe del Movimiento don Enrique Gorostieta declaraba y probaba en un documento que firmó pocos días antes de su muerte.
¡SALVE, COLIMA, CUNA DE HÉROES!
¡Gloria a nuestrobrigadas_abastecimientos héroes! ¡Gloria a Colima! De ninguna manera eres, podríase decir, parodiando las palabras del Profeta, el más pequeño de los Estados de nuestra Nación; pues si en extensión territorial eres un pequeño jirón, colocado en las remotas playas del Pacífico, en el número de tus bravos luchadores, de tus héroes y de tus mártires, sacerdotes y seglares, excediste en relación con el número de tus habitantes, a todos ellos.
Fuiste uno de los primeros que respondieron al clarín guerrero que invitaba a luchar por Dios y por la Patria. ¡Gloria inmensa a todos los que han muerto por Cristo! ¡Gloria a todos aquellos bravos y esforzados campeones que en la hora de la agonía, bañados con su sangre, expiraban murmurando con ardiente fe y celestial dulzura el Viva Cristo rey de su combate!
Si Dios Nuestro Señor ha dado a México héroes, si El nos ha dado tantos milagros y triunfos, es que vela por nosotros. No importan las tinieblas del presente, ni el odio de los perseguidores de la Iglesia, ni la conjuración de las sectas masónicas de la tierra en contra de la Nación de Cristo Rey.
Los pueblos perecen, no porque son débiles, sino porque son viles, dijo un insigne español y, si Dios está con nosotros, ¿quién podrá vencernos? El seguirá siendo el guía, la luz, la fortaleza de los católicos mexicanos. Vendrá el momento providencial, vendrá el milagro si es menester, y entonces fulgurará la victoria, aparecerá el sol esplendente de la cristiana libertad.
La sangre de los mártires es imposible que permanezca infecunda; es imposible que no florezca en un porvenir de luz.





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