viernes, 30 de enero de 2015

El peronismo o la Argentina fracturada.


por Carlos  Daniel  Lasa.      
Las dos argentinas.

El kirchnerismo ha venido a reavivar, en nuestra vida nacional, la actualización de las dos Argentinas. Esto no se debe a la influencia de Laclau o de algún otro politólogo afamado, sino que es una consecuencia directa de la propia doctrina peronista.

Fue el mismo Perón quien, reeditando al fascismo en su versión de las dos Italias, estableció la existencia de las dos Argentinas. Esta afirmación es el resultado, a nuestro juicio, de su visión filosófica de la historia.
La historia, para Perón, sigue una ley necesaria: la de la evolución. Para Perón, este fatalismo evolutivo, consiste en una progresiva marcha de la humanidad hacia formas cada vez más perfeccionadas[i].
Pero surge esta cuestión: ¿dónde queda la libertad del hombre?, ¿qué sentido tendría actuar en este mundo si ya todo está determinado?
Lo dicho precedentemente no excluye, para Perón, la acción del hombre en la historia; antes bien, la exige. La historia misma, nos dice Perón, da cuenta de eso[ii]. Pero nos aclara que la acción revolucionaria ejercida por el hombre debe ordenarse a la evolución. Afirma de modo explícito en uno de sus discursos: “Revolución, en su verdadera acepción, son los cambios estructurales necesarios que se practican para ponerse de acuerdo con la evolución de la humanidad, que es la que rige todos los cambios que han de realizarse”[iii]. Y añade: “El hombre cree a menudo que él es el que produce la evolución. En esto, como en muchas otras cosas, el hombre es un poco “angelito”. Porque es la evolución la que él tiene que aceptar y a la cual debe adaptarse. En consecuencia, la revolución por los cambios del sistema periférico, que es lo único que el hombre puede hacer, es para ponerse de acuerdo con esa evolución que él no domina, que es obra de la naturaleza y del fatalismo histórico. Él es solamente un agente que crea un sistema para servir a esa evolución y colocarse dentro de ella”[iv]
Frente a una concepción de la historia, cuya marcha se impone de modo ineluctable, quedan dos caminos: o contrariarla (lo que equivale al atraso personal y de los pueblos) o acompañarla.
Precisamente, el éxito del peronismo radicará en tener la intuición suficiente para descubrir hacia dónde se dirige la evolución histórica siguiéndola a pie juntillas. Y aquel hombre que tenga la sagacidad para leer, en determinado momento histórico, la orientación del devenir histórico, se convertirá, ipso facto, en el conductor por antonomasia. De este modo, su voluntad se identificará con la marcha de la historia y, por lo tanto, dejará de ser individual para convertirse en universal. Esta buena voluntad en tanto universal, se enfrentará con aquellas otras voluntades que, en lugar de preferirla, optarán por su propio querer. Estas voluntades antagónicas son las que dan lugar a dos formas de ciudadanos: los hombres nacionales que pliegan su voluntad a la voluntad universal, y la de los cipayos, vende-patria, anti-nacionales, que prefieren su propio querer.
La guerra, entonces, es interna al mismo país y se mantiene mientras las voluntades réprobas no adhieran a la voluntad del líder, que es como decir, a la voluntad del logos universal con la cual el líder está identificado. La patria habrá alcanzado su salvación cuando en cada ciudadano exista un mismo pensar, un mismo querer y un mismo sentir. Cuando esto suceda sólo quedará en pie una sola Argentina y se habrá sepultado, de modo definitivo, la otra Argentina de los intereses egoístas, de los anti-patria.
La voluntad única no puede aceptar la existencia de tres voluntades diversas, como sucede en una República. De allí la permanente contradicción que vive la Argentina peronista entre la Constitución y la praxis política concreta. Desde esta voluntad totalitaria se entiende la condición de mero teatro de títeres del actual Parlamento y el intento, por ahora frustrado, de la “democratización” de la Justicia.
Esta vocación totalitaria, que Perón pensaba como el pasaje del yo al nosotros, gracias a Dios no se ha alcanzado absolutamente, aunque sí se ha logrado una escisión profunda del pueblo argentino que, vista desde el lado de los peronistas kirchneristas, es la oposición entre los militantes de la Argentina celestial y los de la Argentina luciferina.
Ahora bien, seguir al líder, ¿supone seguir una doctrina bien determinada o, como se dice en la actual jerga, sólo significantes vacíos?
Me parece que para responder a esta pregunta necesitamos considerar la cuestión de la naturaleza de esa razón que, según Perón, gobierna la historia. Las ideas de los hombres, cuya trama constituyen un cuerpo doctrinal, no pueden ser, en el caso del peronismo, más que la expresión de la marcha de la historia determinada por una razón inmanente que gobierna todo hacia un fin. Entonces, las ideas que conforman la doctrina peronista no son configuradoras de la historia sino que constituyen un mero reflejo de la marcha de la razón inmanente en determinado momento histórico. Pero es preciso observar que ese logos, esa fuerza que invisiblemente gobierna los hechos históricos, no es una realidad estática, inmutable, sino esencialmente dinámica; en consecuencia, ninguna idea que sea expresión de la misma puede poseer un contenido fijo, inmutable, excepto una sola: que el devenir mismo (la razón universal), siempre idéntico a sí mismo es, eternamente, la raíz invariante de todo variar. Este principio no es un universal vacío sino un concepto completamente lleno, tan lleno que configura la vida política e individual de los hombres. Todas las demás ideas poseen un contenido hic et nunc, esencialmente variable, herramientas aptas para posicionarse, lo más ventajosamente posible, en el devenir histórico. El peronismo tiene una cara invariable: la variabilidad de sus caras.
Un activismo sin valores es el resultado de esta doctrina cuya manifestación ética es el oportunismo más desembozado. Uno de sus maestros, Benito Mussolini, lo había expresado sin ambages: “Nosotros no creemos en los programas dogmáticos… Nosotros nos permitimos el lujo de ser aristócratas y demócratas, conservadores y progresistas, reaccionarios y revolucionarios, legalistas y no legalistas, según las circunstancias de tiempo, de lugar, de ambiente”[v].
¿No es ésta, acaso, la lógica de la política argentina actual? Lamentablemente, gran parte de la clase dirigente de nuestro país se ha “peronizado” y, seguramente, identificaría en Mussolini y Perón a sus mentores.
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Notas
[i] Cfr. Conferencia del Excmo. Señor Presidente de la Nación, General Juan D. Perón. En Actas del Primer Congreso Nacional de Filosofía, Mendoza, marzo 30 – abril 9, 1949, tomo I, p. 150.
[ii] Cfr. Juan Perón, La Hora de los Pueblos, Bs. As, Ediciones Presente, 1973, p. 21.
[iii] Cfr. con el Discurso del General Perón en la CGT el 30 de junio de 1973 (Perón, La comunidad organizada. Con un apéndice de actualización doctrinaria, Bs. As., Secretaría Política de la Presidencia de la Nación, 1974, p. 84).
[iv] Ibidem, p. 88. Lo destacado nos corresponde.
[v] Benito Mussolini, Scritti e discorsi, Milano, Hoelpi, 1934, vol. II, p. 153.


Fuente: ¡Fuera los Metafísicos!  • Enero 29, 2015

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