viernes, 5 de junio de 2015

La violencia no tiene género.

Por Agustín Laje*
No puede negarse que la violencia contra la mujer constituye una problemática seria en nuestra sociedad.
Los datos empíricos muestran que la cantidad de mujeres que han resultado víctimas de lo que ha empezado a denominarse “violencia de género” es significativa. Ello impulsó la gestación de un lema que corrió, como reguero de pólvora, por los medios de comunicación y terminó materializado en una manifestación: #NiUnaMenos.
Dado que la política está hecha de palabras, las palabras encierran poder. Y si éste debiera medirse en función de cuánta gente es capaz de ser hegemonizada por esas palabras, es evidente entonces que el eslogan que movilizó a la marcha feminista del 3 de junio tuvo un peso específico importante. Y ello no en referencia a la convocatoria en estricto sentido cuantitativo; sino a la capacidad de movilización emotiva que generó #NiUnaMenos en las masas, que tornaron cualquier duda al respecto en una muestra de execrable “machismo”.
“Cuando todos piensan igual es porque ninguno está pensando” decía Walter Lippman. Yo agregaría que, cuando uno no puede dar una visión alternativa respecto de determinado asunto sin por ello ser condenado al ostracismo, es porque se ha bloqueado socialmente cualquier posibilidad de diálogo. ¿Podemos atrevernos a pensar que, en verdad, la violencia no tiene género?
Plantear la pregunta no implica sugerir que se reivindica la violencia contra la mujer, ejercida por bestias que se dicen hombres; ante el fanatismo de los eslóganes, siempre es bueno dejar algunas cosas claras. Plantear la pregunta tampoco conlleva la intención de relativizar la problemática en cuestión; al contrario, lo que encierra la pregunta es la intención de complejizar la problemática. Y es que sólo admitiendo que la violencia no tiene género, podemos empezar a ver una situación mucho más completa de la que presenta una visión que recorta la realidad social por los bordes del género.
La violencia se ha desbordado por todas las grietas de nuestra sociedad, y eso es una verdad sobre la cual las estadísticas oficiales (sí, aún las oficiales) dan cuenta.  Los homicidios dolosos de las últimas dos décadas, por ejemplo, arrojan que más de siete personas son asesinadas diariamente en Argentina, aumentando la cantidad de casos año a año, a tal punto que el gobierno ha dejado de publicar datos al respecto. No hace falta remarcar que las víctimas de estos homicidios son de todas las edades, todos los géneros y todas las clases sociales.
También es sabido que, según los datos de la ONU, Argentina es el país con mayor cantidad de robos por habitante en toda América Latina. Las víctimas son de todas las edades, todos los géneros, todas las clases. Si bien el hecho de quitarle a alguien coactivamente su propiedad es en sí mismo un acto de inconmensurable violencia, estos robos siempre conllevan dosis extra de violencia física y psicológica.
La violencia, se quiera o no se quiera ver, es una nota distintiva de nuestra realidad. La vemos a diario en los hombres que maltratan a las mujeres, pero la vemos también a diario en un sinfín de otras circunstancias: en la escuela, en la calle, en el fútbol, en el gobierno.
La violencia no conoce géneros. Es por ello que el foco debe ser puesto en la violencia, no en el género; lo contrario abre un espacio donde se entremezcla la ideología (sí: esa ideología que propone advertir una inexistente guerra entre hombres y mujeres). Por eso, mi consigna es ‪#‎NiUnaPersonaMenos: sea mujer u hombre, niño o anciano, persona nacida o persona por nacer. #NiUnaPersonaMenos, para poder ver el cuadro completo y no sólo una parte.
Si bien no tengo duda que mucha gente que apoya #NiUnaMenos lo hace con el expreso y excluyente objeto de repudiar la violencia de determinados hombres hacia las mujeres y peticionar por una reacción estatal (lo cual considero muy loable), premítaseme dudar respecto del discurso feminista que pretende hegemonizar la causa.
Horas antes de la marcha, escribí en mi muro que a no sorprenderse si advertían que se utilizaba esta causa para desplegar pancartas en favor del genocidio contra la persona por nacer, es decir, en favor del aborto. Muchos me saltaron a la yugular, pero sólo el tiempo me dio la razón: los grupos feministas se apoyaron en la legítima demanda de #NiUnaMenos que, como una pantalla, le brindó una visibilidad que pocas veces han tenido para manifestar lo que verdaderamente les interesa: la legalización de la violencia contra el niño por nacer.
No es casual, en efecto, que entre las peticiones más destacadas de la manifestación, se encontrara la “reglamentación de la totalidad de los artículos de la Ley Nacional 26845, de Protección Integral de las Mujeres, con asignación de presupuesto acorde”. Dicha ley, en su artículo 3 inciso e) establece el derecho de la mujer a “Decidir sobre la vida reproductiva, número de embarazos y cuándo tenerlos”. Es decir, a decidir matar o no matar al ser que, portador de un ADN diferente del suyo, se encuentra en su vientre.
Comoquiera que sea, nadie puede desconocer que el feminismo es un fenómeno ideológico complejo que aparece hoy como una de las patas del llamado “socialismo del Siglo XXI”. En efecto, la batalla cultural que está dando la renovada izquierda precisa de un pasaje de la lucha de clases característica del marxismo clásico, a una lucha de “posiciones de sujeto” no determinada por la variable económica: la “lucha de géneros” es sólo una de las nuevas divisiones que nos presenta esta izquierda culturalista.
Chantal Mouffe, importante teórica del postmarxismo, escribía en El retorno de lo político que “la política feminista debe ser entendida no como una forma de política, diseñada para la persecución de los intereses de las mujeres como mujeres, sino más bien como la persecución de las metas y aspiraciones feministas dentro del contexto de una más amplia articulación de demandas”. Es decir: el feminismo debe ser parte del proyecto del socialismo del Siglo XXI, y debe usar estos banderines como pantalla para ocultar esa “más amplia articulación” que no aparece frente a los ojos de los bienintencionados que apoyan sus causas.
Nuestra sociedad ya muy dividida está. No la sigamos dividiendo con arreglo a categorías que sólo sirven para quitar de la mirada pública a otras categorías. La violencia no tiene género; y si realmente se condena la violencia, entonces hagamos de #NiUnaMas un eslogan universalizador: #NiUnaPersonaMenos.


*Director del Centro de Estudios LIBRE

Fuente: La Prensa Popular

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