jueves, 12 de noviembre de 2015

Miedo, oKupas y colapso: El autoritarismo K hacia su tormenta política perfecta.

"El kirchnerismo no comprendió que, en forma mayoritaria, la sociedad se dispuso a recuperar los derechos que había cedido, en el cénit de la crisis de 2001/2002, por diversas razones.
Quizás uno de los motivos de ese reclamo de devolución de derechos haya sido consecuencia de que el esplendor económico derivado de los altos precios de la soja no se derramó a la sociedad con tanto fulgor, y sólo se percibió el desvío de ese auge a zonas insondables del oficialismo y a sectores que desde el Poder Ejecutivo se buscaba fidelizar mediante la holgura y el ocio que subvencionaban los planes sociales. El error imperdonable de la jefatura K es no haberlo percibido... hasta la noche del domingo 25/10... y ahora todo se precipita cuesta abajo", advierte el autor.
por Alphonse de Luxemburgo.

Ciudad de Buenos Aires (Especial para Urgente24). Los políticos profesionales se suelen equivocar con frecuencia, especialmente cuando transcurre el tiempo y se aferran a la fórmula que les dio éxito al comienzo de una experiencia. Lo que ellos suelen olvidar, cegados por las mieles del esplendor y la popularidad, es que las sociedades cambian. 
“La popularidad es la prima barata del prestigio”, escribieron Armando Bo y Nicolás Giacobone, premiados guionistas de la película “Birdman”, galardonada con el premio Oscar.
Y eso es lo que le sucedió a CFK y su troupe circense. Así como les sucedió a Raúl Alfonsín y Carlos Menem.
¿Cómo es que una misma sociedad aceptó someterse al personalismo y autoritarismo neofascista de los Kirchner y luego, ahora, repudia el quite de esa misma libertad que cedió en el 2003?
El colapso económico-político de 2002 le abrió la puerta a ese ejercicio social del masoquismo. La sociedad, para sobrevivir y sobreponerse a la crisis, convino ceder sus derechos (básicamente, la libertad) a un gobierno, que como piloto de tormentas debía arrancar al país del vórtice.
Los Kichner, ostensiblemente, aprovecharon la ocasión para fortalecerse a sí mismos (Néstor asumió con semejante fragilidad a la que exhibía esa sociedad estragada), desplegando –a costa de los derechos cedidos pero no a título perpetuo a un gobierno encomendado en cauterizar las heridas de la crisis- un despotismo tolerado en función de la gravedad de la situación.
Así, el matrimonio santacruceño supuso, junto con toda la estirpe política, que ellos disponían de un pase libre eterno para instaurar su clásico fascismo caudillesco (un cesarismo entendido como un autoritarismo al que accedieron por vías democráticas), aunque revestido con no menos arcaicos ropajes de un izquierdismo peronista equívoco y falso.
De ese modo, se valieron de algunos nostálgicos, quienes no habían podido en la década del '70 imponer el golpe de Estado montonero al anciano general Juan Perón, y de algunos otros más jóvenes, embaucados como presuntos partícipes de una módica revolución, mientras los Kirchner, al parecer, se enriquecían sin poder ocultar su opulencia de origen brumoso e inexorablemente mal habido. Ambos grupos devinieron en cómplices del enriquecimiento ilícito, lo que es paradójicamente triste: su idealismo fue simplemente manipulado por los Kichner para saturar sus cajas fuertes familiares con dinero incapaz de desprenderse de la sospecha de lavado.
La ecuación política se construyó como un nacionalismo tibiamente de izquierda con Néstor Kirchner y luego más expresivo y menos tibio con Cristina Kirchner, quien se aferró a su propia nostalgia e interpretación presuntamente épica de los ’70, cuando estudió Abogacía en La Plata. 
Ese nacionalismo abrevó del marxismo, con el que mantiene una cierta coincidencia: ambos confieren a sus dirigentes el rol de líderes de una turba que desconoce su propia expoliación (el pueblo) y, por tanto, se erigen en los iluminados que procuran proveerle felicidad tras conseguir la liberación de imprecisos controles extranjeros, en una xenofobia que en la Argentina se focalizó, tal como en el fascismo italiano, el nazismo alemán o en el comunismo stalinista (no extraña la adhesión de Diana Conti, que reinvindicó a esa dictadura), en la persecución de sus opositores.
En ambas experiencias, en este caso convergentes, se considera que una enorme masa de asalariados, a los que en definitiva menosprecian, deben ser dirigidos por una élite de dirigentes preclaros, la que usualmente deviene en un conjunto de déspotas ilustrados, quienes utilizan la captura del Estado para amasar fortunas personales.
Así surgió el nacionalismo de izquierda, con Jorge Abelardo Ramos y originalmente el grupo FORJA en la década del '40 del siglo pasado, sostenido en Friedrich List, por el nacionalismo alemán en el siglo XIX (contemporáneo de Karl Marx), y los regímenes marxistas-leninistas, que aunque despreciaban el nacionalismo terminaron por admitirlo tácticamente dado que ambos eran anticolonialistas. En lo económico, esas experiencias concluyeron siempre en colapsos económicos, tales como el Rodrigazo en la década del '70 en la Argentina, o en otros países, el último es Cuba o, si se prefiere, también China, donde su aparato hace rato que creó empresas privadas y semipúblicas.
Sin embargo, tales categorizaciones resultan oxidados vestigios para arqueólogos, desde el punto de vista de la visión de la generación X (aproximadamente, entre los 35 y 25 años) y la generación Z (hasta 25 años de edad actuales), para quienes, hijos pródigos de la ruptura tecnológica/generacional a que dio lugar primero internet, luego el encaminamiento hacia la web 3.0, y más recientemente la comunicación móvil omnipresente, redes sociales y veloces intercambios multimedia, existe una frontera casi inexpugnable desde que se consolidó el mundo digital. 
Caracterizados por un acendrado predominio del disfrute individual y, al mismo tiempo, elevados valores en lo social, estas generaciones están muy lejos de ser fácilmente seducidos por el otorgamiento de derechos nuevos (tales como la posibilidad del voto a partir de los 16 años), sencillamente porque los consideran naturales y no una dádiva de la conducción política.
En definitiva, el régimen kirchnerista, así como otros populismos latinoamericanos, no detectó el cambio en la sociedad. Luego, tampoco comprendió que esa sociedad se dispuso a recuperar los derechos que le había cedido, en el cénit de la crisis de 2001/2002, por diversas razones.
Quizás uno de los motivos de ese reclamo de devolución de derechos haya sido consecuencia de que el esplendor económico derivado de los altos precios de la soja no se derramó a la sociedad con tanto fulgor, y sólo se percibió el desvío de ese auge a zonas insondables del oficialismo y a sectores que desde el Poder Ejecutivo se buscaba fidelizar mediante la holgura y el ocio que subvencionaban los planes sociales.
Una parte de la sociedad financiaba a un universo más reducido que era empleado como una cohorte de aduladores, a quienes se exceptúa de trabajo real (sólo eran figurantes en la comedia de la demagogia kirchnerista) y también de dignidad. Pero a este sector de la sociedad, la creciente inflación comenzó a erosionarle la fiesta, al tiempo que la devaluación en otros países, por ejemplo Brasil, provocó menos exportaciones y suspensiones en establecimientos fabriles, con caída en el consumo. Es decir, la "campaña del miedo" kirchnerista operó primero sobre sus propios seguidores, por lo que, paulatinamente, ellos dejaron de serlo, silenciosamente.
El error imperdonable de la jefatura K es no haberlo percibido... hasta la noche del domingo 25/10. En tanto, para mantener esa ilusión, mediante el clientelismo más brutal y en un festival de nepotismo, corrupción y autocracia, se decidió invertir cada vez más fondos públicos (ya sin ingresos externos por inversiones privadas), lo que condujo al colapso autogenerado por un déficit fiscal de más de 7 puntos del PBI, originado en el financiamiento de su propia derrota.
¿Cuándo cambió la sociedad, la misma que había descansado en el kirchnerismo y le había entregado sus derechos a cambio de que resolviera la crisis?
En los procesos socio-políticos no hay un solo hecho sino varios que prenuncian la mutación, en este caso consistente en recuperar los derechos cedidos temporariamente.
Posiblemente, la primera señal de alarma consistió en la guerra permanente con el campo desatada por el Gobierno desde 2008, tras el intento de aplicar un erróneo cálculo de retenciones móviles.
La segunda señal, quizás, ocurrió cuando la clase media constató, en 2010-2011, que para ser elegida para su nuevo mandato consecutivos, CFK sobreactuó una actitud pública componedora y tolerante que abandonó apenas triunfó por el 54%, mediante aquel despótico "vamos por todo".
Y el principio del final se plasmó en las gigantescas movilizaciones iniciadas en 2012 cuando, inesperadamente, la clase media salió a las calles sin dirigentes ni partidos políticos para reclamar el poder que había cedido en 2003.
De tal manera, cuando el peronismo servil (ahora enfrentado a su propia desintegración, en virtud de su sometimiento al régimen) y el kirchnerismo advirtieron, tras la elección presidencial, que todos los encuestadores contratados a fuerza de billetera no les habían podido anticipar el "cambio histórico" de la sociedad -es mucho más que un mero "cambio de época"- reaccionaron con las herramientas propias de un tiempo que se ha extinguido. 
Por eso,
> la "campaña del miedo",
> las ocupaciones de tierras mostrencas por anacrónicos y perdidosos Barones del Conurbano, y
> la violencia contra el intendente de Concepción, en Tucumán, sitiado con cubiertas en llamas (remembranza del colapso de 2002) en el puesto en el que derrotó en las urnas al oficialismo;
en fin, los aprietes mafiosos y los fracasados intentos de desinformación de Aníbal Fernández o las cadenas nacionales diarias de CFK, sólo generaron un sólido "efecto vacuna".
Sucede que expusieron, impúdicamente, todo lo que la sociedad ahora decidió rechazar. Olvidaron que las afirmaciones de dirigentes caídos en el descrédito, por caso, benefician al contrincante pero, por tratarse de un "cambio social histórico", con un énfasis más definitivo y total. CFK, La Cámpora, la violencia y la imposición, '6 7 8' y hasta la moderación especulativa de última hora de Daniel Scioli contribuyen a la campaña de Mauricio Macri.
Como consecuencia de todo lo mencionado, se generó la tormenta política perfecta: la clase obrera + la clase media le dieron la espalda al cristinismo, fracasado en la gestión y en la percepción política.
Sin duda, Ella lo descubrió demasiado tarde. Por eso, para confirmar que ni siquiera el oficialismo (sea el cristinismo camporista o el genuflexo peronismo) cree ya en ninguna victoria con Scioli, desató un vendaval de designaciones en cargos públicos en la justicia, esencialmente.
Parece haber llegado a la conclusión -probablemente, válida- que la Justicia, en un nuevo gobierno (el de un Scioli abandonado a su suerte o un Macri imbuido de una moderación y una calma infinitas), actuará ya sin las presiones del Poder Ejecutivo y por tanto tomará las decisiones y represalias que postergó. 
Eso no puede significar sino que el peregrinaje por los tribunales al que fue sometido Carlos Menem en su momento tras dejar el Gobierno se replicará ahora pero con el hasta ahora omnímodo y desesperado poder de CFK y sus acólitos. Cualquiera sea el Presidente que se elija el próximo 22 de noviembre, dejará a la Justicia actuar sin reparos. De ahí proviene el "miedo" propio que ha intentado socializar el régimen kirchnerista, que deja muchos enemigos y muchos cabos sueltos tras el uso y abuso de su pasada impunidad.
El error de casi todos fue ignorar que la sociedad argentina había optado por dar un giro crucial, posiblemente porque entendió, con Eleonor Roosevelt, que “nadie puede hacer que te sientas inferior sin tu consentimiento”.
11/11/15

No hay comentarios:

Publicar un comentario