miércoles, 10 de febrero de 2016

Conversión, Misericordia y vida de Iglesia.


Mensaje de Cuaresma de Mons. José M. Arancedo.

Conversión, Misericordia y vida de Iglesia


1 - Vivir la Cuaresma en el marco del Año Santo de la Misericordia es una gracia que debe iluminar nuestro camino de conversión y orientar nuestro compromiso eclesial. La conversión es un aspecto central en la vida cristiana. La pregunta que nos deberíamos hacer es: ¿convertirnos a qué o a para qué? La conversión necesita de un proyecto de vida que lo veamos como un ideal. En nuestro caso este proyecto se identifica con una persona. Es, por ello, que la conversión no comienza mirándonos a nosotros sino a Jesucristo, en quién descubrimos ese proyecto de vida como camino de nuestra plena realización y el motivo que nos urge a participar en la vida de la Iglesia.

2 - Si no partimos de Jesucristo y de su proyecto de vida como de un ideal que nos mueve a seguirlo, la conversión va perdiendo exigencia, compromiso y esperanza. Cuando san Pablo les presenta a los cristianos de Éfeso el ideal de la vida cristiana, les dice: “hasta que todos lleguemos…. al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo” (Ef. 4, 13). Jesucristo es la fuente de nuestra realización y, con nosotros, el principio de una vida nueva para toda la creación. Esta mirada de fe que da sentido a la conversión es el fundamento de nuestra esperanza.

3 - La fe no es una utopía, sino la certeza y dinámica de un acontecimiento que es la misma persona de Jesucristo: “el iniciador y consumador de nuestra fe” (Heb. 12, 2). Podemos decir que la raíz de lo que podríamos llamar una utopia cristiana es Jesucristo. Es decir, esperamos que se manifieste plenamente lo que ya se realizó en Él, como principio de un hombre nuevo y de un mundo nuevo (cfr. Ap. 21, 1). La dimensión escatológica es esencial en la fe cristiana. Esto nos habla de un horizonte trascendente en nuestras vidas, que se ha cumplido en Cristo y lo vivimos en la esperanza. 

4 - El conocimiento de la fe no es, por ello, algo cerrado que dominamos y manejamos, sino un conocimiento abierto que lo podríamos comparar con la certeza del peregrino que camina hacia una meta, sabe a dónde va aunque aún no la conoce plenamente. Es bueno recordar la definición de la fe que nos da la carta a los Hebreos: “la fe es la garantía de los bienes que se esperan y la plena certeza de las realidades que no se ven” (Heb. 11, 1). A esta verdad de la fe la vivimos con la alegría y la firmeza de una esperanza que se apoya en Jesucristo (cfr. Spe Salvi 1; Rom. 8, 24).

5 – La meta de la conversión es la vida de Dios, la santidad, como un bien al que todos estamos llamados. El camino siempre es Jesucristo, nuestra tarea en la vida cristiana será llegar a tener: “los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Filp. 2, 5). Sólo en él nuestra vida alcanza su estatura y madurez espiritual. No seguimos, decíamos, una idea sino a una persona que se nos presenta como un camino de gracia y verdad, de vida y santidad, de amor y solidaridad. En esta línea de seguimiento a Cristo se comprende las palabras de san Pablo, cuando nos dice: “Desvístanse del hombre viejo……y revístanse de entrañas de misericordia”(Col. 3, 12). Conversión y Misericordia se presentan como una exigencia de nuestra fe en Jesucristo, y que debe ser la causa que motive nuestra oración, examen de conciencia y el compromiso con la vida de la Iglesia.  

6 - La fuente de la misericordia es el amor de Dios. Es Jesucristo quién nos lo revela  y en quien descubrimos: “el rostro de la misericordia del Padre” (MV. 1). A esta misericordia del Padre la contemplamos sobre todo, nos dice Francisco, en tres parábolas especiales: “la de la oveja perdida y de la moneda extraviada, y la del Padre y los dos hijos (Lc. 15, 1-32). Detenernos en una lectura meditada y hecha oración de estas parábolas, es la mejor manera de introducirnos en la riqueza de la misericordia de Dios, a la que somos llamados: “Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso”, (Lc. 6, 36). La misericordia se convierte así, va a concluir: “en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos” (MV. 9).  

7 - La misericordia es expresión de un amor que se hace cercanía ante el dolor y la necesidad del otro. Es un amor paciente que espera el momento del encuentro, no se detiene ante una respuesta negativa o no esperad; así nos ama Dios, incluso en nuestra lejanía. Porque nace del amor ella eleva, primero, a quién la vive. En las Sagradas Escrituras la misericordia: “es la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros” (MV. 9). Esta certeza lleva al Santo Padre a decirle a la Iglesia, y en ella a cada uno de nosotros, con el reclamo de una verdad de fe: “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia” (MV. 10).

8 - Un modo concreto de iniciar esta Cuaresma en el marco del Año Santo de la Misericordia, es hacer realidad en nuestras vidas las palabras de Francisco cuando afirma: “Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales” (MV. 15). El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2447), las define: “Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de misericordia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos” (cfr. Mt. 25, 31-46). Esto nos marca un camino cuaresmal.

9 - Considero que el acento eclesial puesto por el Santo Padre en la Misericordia como: “la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia”, nos debería llevar a sentirnos llamados a fortalecer su vida pastoral. Es en este sentido que los invito a participar en sus comunidades, en las diversas áreas pastorales donde la Iglesia vive y se expresa en estas obras, pienso en: catequesis, caritas, pastoral de la salud, pastoral carcelaria… ¡Cuánta necesidad tenemos de expresar como Iglesia el amor misericordioso de Dios que hemos conocido en Jesucristo! Recordemos que el testimonio cristiano alcanza su madurez eclesial en el ámbito en el que celebro y participo de la eucaristía.

10 – Los invito a que vivamos esta Cuaresma, en el Año Santo de la Misericordia, como un tiempo de gracia que nos haga crecer en la intimidad con el Señor y fortalezca nuestro compromiso eclesial. Reciban de su obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús y nuestra Madre de Guadalupe.

Mons. José María Arancedo 
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

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