viernes, 13 de mayo de 2016

El pecado de no robar.



Derrocamiento constitucional de la señora Dilma Rousseff.

El pecado de no robar, escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital

Proverbio:
“Si te echan como a una ladrona, sin haber robado, lo que se impone, desde el poder, es robar”.
Es una de las terribles lecciones que nos deja el derrocamiento constitucional de la señora Dilma Rousseff.
Al fin y al cabo, la “Peste de transparencia en Brasil”  se lleva puesta a la Presidente que no tiene una inapelable habilidad política, pero es honesta y decente.
Es la estadista equivocada que decidió diferenciarse, y prefirió no robar. Entre una dirigencia surcada de ladrones, que también se encuentran, invariablemente, en los revolucionarios cansados del Partido de los Trabajadores, que se enriquecieron a lo largo de tres mandatos. Dos de Lula, el máximo líder (en adelante el jefe de la resistencia), uno entero de Dilma, con el segundo trunco.
Sin embargo los ladrones también abundan entre los opositores, instrumentadores del golpe anunciado. Junto a opositores bastante recientes, verdaderos paradigmas de la ingratitud, como Michel Temer, del PMSDB. Es el vicepresidente de Dilma que se dispone a asumir la presidencia.
Como si lloviera en el Líbano y nada tuviera que ver con las culpas que se le atribuyen a la derrocada.
Otro ejemplo de hipocresía premiada, para la coherencia de un país que premia, para colmo, la delación.
Golpe de estado popular
En Iberoamérica se registra otro golpe de estado inadmisiblemente popular. Lo motorizaron los parlamentarios designados por el pueblo, en elecciones democráticas. Para un sistema jurídico que admite el cadalso numerológico del impeachment. La rebanada de cabeza legal.
Una kermesse semejante, en Brasil, ya transcurrió con la presidencia de Fernando Collor de Melo. Se fue enchastrado de fango por los mismos medios que colaboraron para ungirlo.
A propósito, Collor fue víctima de la máxima descalificación para un político. Dijo José Sarney:
“¿Collor? Ese no sabe ni robar”.
Hubo también ensayos previos de chirinadas institucionales. Primero en Honduras, en 2009, contra Manuel Zelaya, aquel folklórico presidente de sombrero. Y también en Paraguay, en 2012, contra Fernando Lugo, aquel carismático sacerdote de hiperactividad física intima.
También debe registrarse, en cierto modo, la anterior chirinada parlamentaria de 2001. La que terminó con el argentino Fernando De la Rúa, presidente del Segundo Gobierno Radical. Pero no se trato de ningún impeachment. Fue apenas un “operativo raje”, consensuado entre el oficialismo, el suyo, con sectores de la oposición (tema muy bien tratado por Miguel Bonasso y Ceferino Reato).
El membrillo de la corrupción
Ya no hacen falta los militares severos que se identifiquen con la reserva moral. Hoy los grandes medios asumen la consistencia del poder real. Emergen infinitamente más poderosos que aquellos cuarteles melancólicos.
En adelante basta con tentar, a los dirigentes, en principio, con el membrillo de la corrupción. Para pulverizarlos después por haberse pegoteado.
El resultado electoral ya es nada más que un dato. Un punto de partida que perfectamente puede no respetarse. Se impone el ritmo anímico de la calle.
Otra lección, acaso peor, que deja la caída anunciada de Dilma. La insignificancia geopolítica del Mercosur.
Junto a la irrelevancia, o lateral complicidad, de los líderes vecinos. Partidarios del nada inocente “no te metas”. Cualquier estadista puede recostarse sobre la facilidad argumental de la no injerencia.
Se asiste al llamativo contagio por las caídas de todas las patologías institucionales que se insinuaron como progresistas. De a una caen, inexorablemente.
Como si de pronto los países del subcontinente, que estaba tan desatendido, comenzaran a interesar.
Queda reducida a la sensibilidad de los alucinados aquella fotografía de Mar del Plata. Lo mostraba a Lula, Kirchner y Chávez. 
Como graves desbaratadores del ALCA que disfrutaban la publicitada humillación de George Bush.
De todos modos, sería una alucinación creer que el golpe de estado popular y democrático, registrado en Brasil, puede contar con alguna derivación tranquila. Antes que Michel Temer jure en la asamblea solemne ya comienza la resistencia, nada original. Las movilizaciones en la calle que acentúan la sensación de ingobernabilidad, resulta letal para el estancamiento, la recesión y la utopía del ajuste continuo que se viene. Como castigo para el país que se ufanó de ser BRIC (o sea par de Rusia, China e India). Y que ambicionaba también ser aceptado entre los grandes del Consejo de Seguridad.
Tiempos sombríos para un Brasil próximo. Para desgastarse entre encontronazos y denuncias. Y con elecciones probablemente anticipadas.
Efectos locales
Presidente del Tercer Gobierno Radical, Macri puede aprovechar lícitamente la instancia del retroceso de las administraciones autodenominadas populares. A los efectos de ser promovido (muy distinto de promoverse) como el referente ejemplar. Porque gana por elecciones al kirchnerismo. Aunque no pudiera (el kirchnerismo) equipararse, en materia de transformaciones, con los “travalhistas” de Brasil, o con los bolivarianos de Chávez. Pero formaba parte de esa ronda. Junto al ya acotado Evo Morales, de Bolivia. Y hasta con la recortada señora Michelle Bachelet, de Chile, hoy también sospechada por salpicaduras del membrillo familiar.
Para la Argentina, mirado con benevolencia, el estancamiento de Brasil le impone una situación límite.
Habrá que recurrir al talento para sortear los efectos negativos de la declinación del vecino. Aunque Brasil le brinda, para la mirada corta, un pretexto previsible.
En adelante, para justificar un eventual letargo, el Tercer Gobierno Radical podrá no basarse sólo en la “herencia recibida”. Sobreviene un argumento mucho más sólido: “la crisis en Brasil”.

JorgeAsísDigital.com (12/5/16)

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