viernes, 26 de agosto de 2016

Inverness, Escocia.


A Clarens lo tabicaba Lázaro Báez. No lo dejaba ver a Kirchner, El Ruso.
Inverness, Escocia escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital.
“De esos tipos del mundo financiero que un día estaba dulce y al otro arruinado”, confirma la Garganta para describir a Ernesto Clarens.
Hoy los medios lo presentan al “imputado” Clarens como “el financista de Kirchner”.
Aunque Clarens, según las fuentes, “nunca estuvo con Kirchner”. Porque Lázaro Báez lo tabicaba.
“El Porteñito es tuyo”, le decía Kirchner a Lázaro. “Vos lo trajiste, ocupate vos”.
En realidad, Clarens hubiera preferido acercarse. Convertirse en el consultor preferido del Ruso. Pero Lázaro le impedía avanzar. Temía, acaso, que lo puenteara.
En aquel desierto intelectual, Clarens era muy efectivo. Ganaba rápido. Demasiado.
La enigmática historia de Clarens con Kirchner pasa entonces a través de Lázaro. Alude al penúltimo tramo de la constructora originaria. “Gotti”, la más importante de Santa Cruz. Cantidad de obras con la provincia y capacidad de ejecución, aunque durante la gobernación de Kirchner la empresa ya estaba sobrecargada de deudas. “Veinte palos abajo”. En tiempos alucinantes de la convertibilidad. Fuertemente endeudada con el Banco de Santa Cruz, del que Lázaro era subdirector. Y Kirchner, por acción de Lázaro, conocía detalladamente la situación patrimonial de cada uno de los deudores. Decidía quién pasaba a “residuales” y quién no.

 -El Ruso y El Negro- sentían la natural desconfianza hacia El Porteño. Pero lo necesitaban. Coincidía el viejo Vittorio Gotti. Y Sergio, el hijo.

El quebrado
Cuarentón, Clarens estaba en “las últimas” de la sociedad Finmark cuando conoció Río Gallegos. Capitalizado, apenas, por sus contactos, por suficientes conocimientos. Sabía de finanzas, de polo, de barcos, de vinos y de golf. Pero estaba fundido. Culpaba en catarsis “al Tequila”, para legitimar su acongojado quebranto. En 1995, con el peso equiparable al dólar, tenía “ocho millones de dólares abajo”.
Para los inversores, los extrabursátiles, o los elementales cueveros, el negocio financiero mantenía la inestabilidad del tobogán.
En la opacidad del descenso, ocurrió que un amigo le acercó al funcionario precario del Banco de Santa Cruz, situado en la planta baja del mismo edificio, donde funcionaba Finmark. Lázaro necesitaba asesoramiento para destrabar una transferencia extraña. Un trámite menor.
Sin embargo el precario, Lázaro, lo tentó al “paquete”, Clarens, para que lo visitara en el sur. Y como estaba en banda, a los dos días, Clarens fue. Una aventura hacia el fin del mundo. Nada perdía con ir.
Pudo pronto experimentar el duro rigor de aquellos precarios. Lázaro lo mantuvo tres días encerrado en el Hotel Comercio, sin recibirlo. El Porteño llamaba, y Lázaro lo pedaleaba.
“Paso a buscarlo a la tarde”. Pero lo clavaba. “Mañana sin falta estoy a las nueve para desayunar”. Estaba por volverse a los insultos cuando Lázaro, de pronto, lo buscó.
El “código”

Como El Porteño tabicado era un especialista para resolver problemas sin generarlos, con el beneplácito del Ruso, Lázaro lo puso al frente de Gotti. La empresa convivía con la situación caótica, casi imposible. A la distancia, El Ruso fiscalizaba, pero con Lázaro siempre como intermediario. Autorizaba los movimientos del forastero, que paulatinamente se integraba. En simultáneo, Clarens comenzaba a ganarse sus mangos. Fue a partir de la consolidación de Credisol, otro invento local. En plena recuperación, Clarens percibió que el banco no les prestaba plata a los miles de obreros.
“No hay guita para créditos”, dijo Lázaro.
“La guita te la consigo yo, Negro, vos solo tenés que dejarme utilizar el código”.
Clarens consiguió unos cuantos millones de dólares del banquero colérico, pero amigo. Para dedicarse a habilitar los créditos a los obreros, en cantidad, salían a montones, “en carretilla”. Y a descontarles automáticamente del sueldo. Enseñó las claves del negocio que nunca podía fallar.
El Porteño se hizo indispensable para Lázaro, que le impedía igualmente el acceso directo al Ruso. Aunque ahora, al imputado nadie se lo crea.
El embargo
Pero la empresa Gotti se asfixiaba invariablemente. No sólo por la voracidad del Ruso, el primero siempre en cobrar “la suya”. En cualquier movimiento.
Hasta que por sus formidables contactos de Buenos Aires, Clarens se enteró que se venía el embargo imparable contra Gotti.

Debían precipitarse para que no fueran también embargados los pagos que le hacía puntualmente la provincia. O sea El Ruso.

Es el origen público de Inverness, la empresa recursiva, registrada en 1981 en Montevideo. Sello de goma que Clarens no utilizaba.
De inmediato se le ocurrió a Clarens que Inverness podía ser la controlante de Gotti. Y entonces, en adelante, Gotti le cedía la cobranza a Inverness. El Ruso, enterado por Lázaro, dio la luz verde.
La ironía estaba justamente servida para el frágil diario opositor, que presentó en portada la providencial Inverness como “Inversiones Néstor”. De aquí procede el lugar común. Y era inútil que Clarens explicara que Inverness es un puerto de Escocia. Situado en la comunidad de Highlands, lo más al norte del Reino Unido. En las orillas del río Ness. Con el gran castillo que preside la ciudad.
Tributos espirituales
Aquí “los senderos se bifurcan” (siempre Borges).
Por las severas complicaciones de Gotti, con Kirchner estrenado como presidente entra a jugar Austral Construcciones.
Ya Clarens le había vendido a Lázaro, en realidad cedido, hasta Inverness. Entregada envuelta. Con la oficina alquilada en la calle Carabelas.

El Porteño, de nuevo, había pasado al frente. Estaba en lo alto del tobogán. Y de pronto en la vida de Lázaro ingresó un contador, Fernando Butti, que era tan o más rápido que Clarens pero también, para colmo, familiar. Butti estaba casado con su sobrina. Y lo desplazó a Clarens, que en el fondo ya quería rajarse.

A partir de 2008, hasta 2015, a Lázaro lo unía con Clarens sólo la ceremonia mágicamente esporádica del cambio en alto nivel. Los empresarios que rendían tributos espirituales llegaban a su nueva oficina con mucho dinero argentino. Entonces Clarens se encargaba de transformarlo en moneda extranjera. Cada pase le dejaba decenas de miles de dólares.
(Hay quien afirma, incluso, que Clarens fue el visionario que los tentó para utilizar mejor los billetes crocantes de 500 euros. La magia transformaba las valijas desprolijas, cargadas de dinero nacional, en elegantes attaches de euros).
Desde Butti a Fariña
Resta contar el llamativo accidente. Cuando don Vittorio Gotti se estrelló en el automóvil, con su esposa, en el regreso desde Chile. Para Sergio Gotti el causante de la muerte fue exclusivamente Lázaro. “Porque lo volvía loco, lo alteraba”. ¿Como Kirchner?
Lo cierto es que Sergio, de repente, lo odiaba a Lázaro. El último favor que Clarens le hizo al Negro fue encerrarlo, en su despacho, con Sergio. Para que se insultaran. Se reprocharan. Se dijeran todo lo (malo) que tenían que decirse. Al final, según las fuentes, se arreglaron.
Después de todo Clarens ya se había abierto. Emancipado, circulaba con el polo, los barcos y el golf. Con flamantes negocios nuevos, tal vez con desarrollos inmobiliarios, se quedó con algún departamento en Miami, la casa en el country de Pilar, el rancho ampuloso en Carmelo, Uruguay. “Todo declarado”. Por derecha.
Por su parte El Ruso, irresponsablemente, caía en la dramática levedad de la muerte. Fue -morirse- un severo error. Aquí empezaba la verdadera presidencia de La Doctora. Su caída cotidianamente contada por los precipitados historiadores del presente.
Para su desconcierto y declinación, Lázaro lo suplió a Clarens, primero, con Butti. Pésima experiencia. Lo depilaron.
Después apareció el muchacho exuberante. Leonardo se le metió a Lázaro por el costado de los hijos. La experiencia fue definitoriamente peor. Aún Lázaro la paga.
Consta que son experiencias que Lázaro suele repasar, entre maldiciones contenidas, desde la cárcel de Ezeiza.
Aquel Leonardo Fariña gastaba a mano suelta en Punta del Este. Invitaba con champagne Cristal. Compraba al contado los autos de alta gama. Decían, por si no bastara, que era el “hijo trucho del Ruso”. Para completar su peripecia de celuloide, el desbordado iba a casarse con la radiante Karina Jelinek.


Oberdán Rocamora

para JorgeAsisDigital.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario