sábado, 29 de octubre de 2016

Dios permite el mal y los hombres también

Hay personas que se escandalizan con la tolerancia. Esta consiste, según la clásica  definición, en la “permisión negativa del mal”.
Vale decir que el sujeto tolerante no impide la realización de algo malo, aunque podría hacerlo.  ¿Cómo se puede justificar que no se evite el mal? Es la pregunta que algunos se hacen con mucha inquietud. Sin embargo, Dios tolera; y los hombres, también.
 1. Dios tolera el mal. ¿Cómo es posible que siendo Dios omnipotente y sumamente bueno permita que sucedan males en el universo? ¿Por qué si Dios puede impedir los males no lo hace? Esta es una dificultad grande para aceptar la verdad de la Providencia Divina. Y un pilar del agnosticismo y del ateísmo, a tal punto que Santo Tomás la considera una de las principales objeciones contra la existencia de Dios. Claro que hay una respuesta, que no podemos reproducir en esta entrada por razones de espacio. Tal vez haya que agregar un dato de experiencia a tener en cuenta en el trato con los demás: para quien sufre intensamente el mal, las explicaciones racionales muchas veces no son suficientes. Objetivamente lo son; pero la alteración que provoca el padecimiento hace difícil que el sufriente pueda trascender a su situación; de modo que hasta tanto se serene el ánimo, y la persona se deje ayudar por la gracia, puede suceder que le cueste mucho ver a un Dios amoroso detrás de la permisión del mal.
¿Por qué Dios tolera el mal? Responde el Aquinate: “para que no sean impedidos mayores bienes o para evitar males peores” (S. Th. II-II, q. 10, a. 11).
 2. La Iglesia tolera el mal. Hay muchos males morales que se toleran dentro de la Iglesia por parte de las autoridades eclesiásticas, que sin embargo tienen el poder de impedirlos. Existe una tradicional distinción entre pecado y delito. A lo largo de toda su historia la Iglesia ha practicado la tolerancia con muchos de sus hijos bautizados, absteniéndose de emplear sanciones contra ellos y confiándolos a la justicia divina.
La autoridad eclesiástica no debe impedir toda falta siempre y en cualquier circunstancia. Esto lo saben los párrocos, que en algunos casos no pueden impedir sacrilegios, porque la ley les prohíbe denegar un sacramento. Y por supuesto también los obispos y los papas. En el ámbito canónico la tolerancia tiene una importante esfera de aplicación.
3. Los padres toleran el mal. Ciertamente hay padres permisivos. Pero también los buenos padres se ven muchas veces en la necesidad de tolerar malos comportamientos de sus hijos. Si quisieran impedir todo mal acabarían en una asfixia sobreprotectora. Lo mismo sucede en otras sociedades como una escuela, un club, una asociación civil o una sociedad comercial. No se puede impedir todo lo malo porque puede resultar contraproducente.
4. Los estados toleran el mal. Dice Santo Tomás (S. Th. II-II, q. 10, a. 11) que el “gobierno humano proviene del divino y debe imitarle”. Si Dios tolera, los gobiernos también toleran. En efecto, aclara el santo casi inmediatamente que “en el gobierno humano, quienes gobiernan toleran también razonablemente algunos males para no impedir otros bienes, o incluso para evitar peores males”.
¿Qué males sociales se pueden tolerar en una comunidad política? El principio general es: los que exija el bien común. Ni más, ni menos. La decisión, en cada caso, es de tipo prudencial. En efecto, la ley humana no manda todos los actos de cada una de las virtudes sin los que son referibles al bien común (S. Th. I-II, q.96, a.3); pretende inducir a la virtud no de manera repentina sino gradual por eso no impone a los imperfectos las obligaciones que sólo podrían cumplir los perfectos, y tampoco prohíbe todos los vicios sino los más graves y nocivos para la comunidad (S. Th. I-II, q.96, a.2; ad.2).
El mismo Santo Tomás (en un contexto de cristiandad) pone algunos ejemplos de conductas tolerables: a) los ritos de los infieles; b) los ritos de los judíos (equiparados a la idolatría); c) la prostitución. El argumento es siempre el mismo: por razón de algún bien mejor o por evitar algún mal más grave.
Los escolásticos posteriores aplicarán los principios del Angélico a otros supuestos. Así Suárez, menciona el caso de algunas injusticias en los contratos. Vitoria y Soto se refieren a conductas aberrantes de los aborígenes americanos. Los reyes cristianos de España toleran desórdenes importantes en América. Con el correr de los siglos la doctrina de la tolerancia tendrá una elaboración más sistemática y será asumida expresamente por el magisterio eclesiástico de los siglos XIX y XX.
La tolerancia se articula con el principio de doble efecto de modo que para tolerar se requiere causa proporcionada a la gravedad de la conducta permitida. Siempre habrá de conciliarse con otros elementos para que no sea cooperación ilícita al mal y no implique falta de los deberes del propio oficio del gobernante. La prudencia indicará cuál de las diversas opciones prácticas disponibles será la mejor en concreto. Y con esta determinación prudencial del grado de tolerancia surgirá el bien común posible en cada sociedad, pues las leyes para ser justas deben ser posibles de cumplir, física y moralmente, para el común de los súbditos, como lo recuerda Santo Tomás con remisión a San Isidoro de Sevilla (S. Th. I-II, q.95, a.3).


InfoCaótica (6/10/16)

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