jueves, 22 de diciembre de 2016

Tomad libertad religiosa.

por Juan Manuel de Prada
Hace unos días la Audiencia Provincial de Madrid absolvía a Rita Maestre, que se quitó la camiseta y quedó en sujetador (mientras otras compañeras suyas más aguerridas se sacaban las tetas), ante un sagrario que guardaba hostias consagradas.
Y hace apenas un mes un juzgado de instrucción de Pamplona también absolvía al sedicente artista Abel Azcona (predilecto de Cristina Cifuentes), que había escrito la palabra “pederastia” con hostias consagradas, denominadas en la sentencia, con impasible recochineo, “objetos blancos y redondos de pequeñas dimensiones”. Ambas sentencias demuestran que el sacrilegio está amparado por las leyes; y no un sacrilegio cualquiera, sino el de unas hostias consagradas, en las que para un católico sincero está Cristo real y verdaderamente presente, mediante el milagro de la transustanciación.
Pero estas sentencias constituyen, en realidad, una aplicación rigurosa del principio de libertad religiosa, que los obispos no dejan de invocar (tal vez por ello ahora adoptan un perfil bajito ante la impunidad de estos sacrilegios). Pues, en realidad, la llamada “libertad religiosa” no es otra cosa sino tolerancia condescendiente y socarrona de todo tipo de creencias, sean verdaderas, falsas o mediopensionistas (y con especial aprecio por las más pintorescas o delirantes), de tal modo que todas valgan lo mismo; o sea, NA-DA. Y, allá donde todas las religiones toleradas valen nada, es inevitable que el orden temporal erija una religión propia (en nuestra época, la idolatría democrática) que usurpa los atributos divinos, exige adoración exclusiva y eleva sus paradigmas ideológicos a la categoría de dogmas de obligado cumplimiento. La libertad religiosa postula, en fin, que cualquier persona pueda creer en la transustanciación de las especies eucarísticas, como también en el picotazo de una araña que transformó a Peter Parker en Spiderman; pues ambas creencias le parecen igualmente inofensivas para la hegemonía de la idolatría política vigente. Ahora bien, si mañana un fan de Spiderman denunciase ante los juzgados a su vecino, por haber pisoteado una araña, el juzgado absolvería al vecino aracnicida, como hace con los profanadores de hostias consagradas. Porque, para la libertad religiosa, el credo católico y los tebeos de la Marvel son fantasías que cualquiera puede cultivar en la intimidad, incluso celebrar comunitariamente sin causar molestias (con misas o quedadas frikis). Ahora bien, lo que la idolatría vigente no puede amparar es que tales fantasías quieran imponer sus dogmas, impidiendo que un señor, en el ejercicio de su libertad de expresión, robe “objetos blancos y redondos de pequeñas dimensiones” para su performance. Porque, para la libertad religiosa, del mismo modo que una persona tiene derecho a creer que en esos objetos blancos y redondos de pequeñas dimensiones está Cristo presente, otra puede también, en el ejercicio de su libertad de manifestación, convertir tales objetos en el telón de fondo idóneo para sus democráticas protestas de tetas bamboleantes.
Y es que la llamada libertad religiosa, al ser libertad para adherirse a cualquier error, tiene que bendecir también las bestiales consecuencias de ese error. Los obispos, ya que han optado bizarramente por el perfil bajito, deberían, al menos, abstenerse de invocar la “libertad religiosa” que ampara la igualación en la inanidad de todas las creencias, verdaderas, falsas o mediopensionistas. Y deberían también empezar a formar a católicos conscientes que entiendan que existe una idolatría que odia su fe, en lugar de formar católicos zombis que, o bien se resignan al desistimiento, o bien invocan bobaliconamente la libertad religiosa, que es como invocar la soga en casa del ahorcado.


(ABC, 19 de diciembre de 2016)


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