lunes, 31 de julio de 2017

La guerra de la Vendée: las causas (II)

por María Arratíbel
En los inicios de la guerra de la Vendée, “el 13 de marzo de 1793, el primer jefe reconocido de los vandeanos, Cathelineau –el “santo de Anjou”-, detiene su marcha sobre Jallain y se dirige a sus hombres: “Amigos míos, no olvidemos que estamos luchando por nuestra santa religión”; se arrodilla, se santigua y entona el himno Vexilla Regis prodeunt.
Ese mismo día habían puesto en sus casacas las insignias del Sagrado Corazón. Un “patriota”, testigo de la entrada de los sublevados en Chemillé escribe que llevaban “escarapelas blancas adornadas con una medallita de tela cuadrada en la que hay bordadas distintas imágenes, como cruces, corazoncitos atravesados por lanzas y cosas parecidas”. Gritaban “Viva el Rey y los buenos curas”. (A. Bárcena, “La guerra de la Vendée”, Cap.1, p.26-27)
La importancia y centralidad de la cuestión religiosa en la guerra de la Vendée es evidente hasta en su pacificación final, obrada por Napoleón Bonaparte quien, recién llegado al poder, dirige con otros cónsules en diciembre de 1799 una proclama “a los habitantes de los departamentos del Oeste” reconociendo que “leyes injustas han sido promulgadas y ejecutadas, actos arbitrarios han alarmado la seguridad de los ciudadanos y la libertad de conciencia” y declarando que “la libertad total de cultos está garantizada por la constitución”. En ese mismo año de 1799 regresaban a la Vendée sacerdotes refractarios en medio de una desbordante emoción popular.
Ochenta años antes del alzamiento en armas de los campesinos de la Vendée un predicador bretón llamado Luis María Grignion, del pueblo de Montfort, predicaba por los pueblos y ciudades del oeste francés.
Inculcaba a las familias el rezo del rosario – que quedaría tan arraigado que en algunos batallones de soldados vandeanos se rezaba tres veces al día-, levantaba calvarios y cruces en los caminos, y componía entusiastas cánticos recordatorios de lo predicado en la misión. Los campesinos los aprendían de memoria y los transmitían a sus hijos y a sus nietos. Pues bien, estos nietos de los oyentes de la predicación del Santo de Montfort fueron quienes se sublevaron en armas por su fe en la gloriosa gesta de la Vendée. (Echave Susaeta, José Javier, Las canciones del Santo de Montfort y el alzamiento..de la Vendée.., Revista Cristiandad, jul-ag 1996)
Sin embargo, “el territorio vandeano no fue excepcional desde el primer momento”. Así describe Alberto Bárcena, autor de “La guerra de la Vendée. Una cruzada en la revolución”, cómo se vivieron en la Vendée las primeras etapas revolucionarias: la convocatoria de los Estados Generales se recibe con esperanza, se realizan con normalidad las elecciones de los representantes de los distintos estamentos y se aceptan sin inconveniente los nuevos municipios establecidos en 1789. Sin embargo, la población comenzó pronto a desconfiar de los nuevos poderes públicos, que acaparaban cada vez más poder al tiempo que aumentaba la presión fiscal.
El 12 de julio de 1790 se promulga la Constitución Civil del Clero, con la que la Asamblea Constituyente declara que los obispos y párrocos han de ser designados por elección popular (votando también los no católicos) desvinculándose del papa y siendo obligados a jurar fidelidad a esta ley que sería condenada como “herética y cismática” por Pío VI al año siguiente y se reestructuraban las diócesis de Francia que pasaban de 133 a 83, entre otras medidas.
El obispo Tayllerand, que se había prestado para la consagración de los nominados para obispos de la iglesia constitucional declaraba al fin de su vida en sus Memorias:
"Yo no temo reconocer, aunque haya tenido alguna parte en esta obra, que la Constitución civil del clero decretada por la Asamblea constituyente ha sido quizá la mayor falta política de esta Asamblea, independientemente de los crímenes horrorosos que han sido la consecuencia". (CF. LESSOURD, Paul, Dossier secret de l’Église de France, II, Presses de la Cité, Paris 1968, p.20)
Solo cuatro de los 133 obispos franceses prestaron el juramento, así como un tercio del clero: serían los sacerdotes juramentados. Los fieles de toda Francia siguieron principalmente a los no juramentados o “refractarios”, negándose a recibir los sacramentos de los juramentados, cuya autoridad tampoco era aceptada por la familia real (a pesar de que Luis XVI, esperando en un principio que el papa aceptara la Constitución, la había sancionado). El obispo legítimo de Angers, en una carta dirigida a los sacerdotes refractarios decía: “Tenemos un señor más grande al que servir que la Asamblea Nacional y es él quien nos prohíbe de la manera más absoluta hacer el juramento que se exige”.
El rechazo era general en los departamentos del Oeste. La diócesis de Nantes contaba con 1.058 sacerdotes y religiosos; solamente 159 prestaron el juramento. En Vendée lo hicieron 207 de un total de 768, y en Anjou 44 de 332. En conjunto, muchos menos de la mitad que se sometió en otros puntos del país. (…) Llegó al episcopado Minée que se hizo consagrar por el arzobispo “constitucional” de París. Los sacerdotes reaccionaron difundiendo una carta colectiva en toda la diócesis que empezaba proclamando: “Vuestra elección es nula y vuestra consagración ilícita”, “la mayoría del clero de la ciudad y del campo os mirará como usurpador”. (A. Bárcena, “La guerra de la Vendée”, Cap.2, p.47)
Conforme los jacobinos y la masonería van adueñándose del devenir revolucionario el anticatolicismo –que tiene su porqué más directo en la Ilustración- es cada vez más evidente. En Nantes, el procurador llega a publicar una disposición sin la necesaria sanción de la Asamblea, por la que “los curas y los funcionarios públicos que no hayan prestado el juramento prescrito se tendrán por advertidos, por la publicación del presente, de que su propia seguridad y la de los ciudadanos en general exigen imperiosamente su alejamiento de los lugares donde vayan a ser reemplazados por otros funcionarios”. En un primer momento los refractarios deberán esperar a ser sustituidos para abandonar sus parroquias pero finalmente se decreta la prisión para los que todavía se encuentren en la región.
En otros lugares los refractarios eran obligados a regresar a sus parroquias natales, desde donde mantenían correspondencia con sus parroquias, como descubriera la censura republicana. Finalmente, van llegando los curas juramentados – en número insuficiente- que eran desigualmente recibidos: “Para estos pobres habitantes de los campos, el amor o el odio de la patria consiste hoy, no en obedecer las leyes o respetar las autoridades legítimas, sino en asistir o no asistir a la misa de los juramentados.” (Marquesa de la Rochejaquelein) Muchos fieles buscaban a los “buenos sacerdotes” para recibir los sacramentos de modo que los refractarios pasaban a la clandestinidad.
El vicario general de Luçon, en mayo de 1791, autoriza a celebrar misa en cualquier sitio, “una simple granja, un granero, una bodega, etc.”, con un mínimo de liturgia, como “la Iglesia de las catacumbas”. Se reaviva el sentimiento religioso, como siempre ocurre en las persecuciones. (A. Bárcena, “La guerra de la Vendée”, Cap.3, p.66)
Crece la “desobediencia fiscal” en el Oeste, al tiempo que la mayoría de las denuncias –mientras se pudieron denunciar tales hechos- ante las autoridades revolucionarias y protestas tienen motivos religiosos: cierre y demolición de capillas e iglesias, detención de sacerdotes refractarios, asalto y saqueo de conventos… Desde el 3 de junio de 1790 la ley añade un nuevo elemento desestabilizador: la obligación de denunciar a los “perturbadores”, ofreciendo además a partir de agosto de 1792 una recompensa por “arrestar y conducir” a sacerdotes refractarios. Este es uno de los rasgos en que la revolución francesa aparece como antecesora necesaria de las posteriores revoluciones bolcheviques y del hacer de los regímenes comunistas que esas revoluciones procuraron. Además del anticatolicismo, estos regímenes –véase Cuba, la antigua URSS, los países del bloque comunista…- han creado siempre estructuras psicóticas en las que todo camarada podía ser espía del camarada de al lado…
Un comisario de la Asamblea Nacional realizó una encuesta de resultados esclarecedores: los habitantes de aquellos campos (…) no solicitaban “otra gracia que la de tener sacerdotes en los que tengamos confianza”.
Antes del comienzo de la guerra se producen revueltas. La marquesa de La Rochejaquelein, testigo de todos los sucesos de la Vendée, afirma: La causa fue la persecución a la que se sometía a los sacerdotes. Había varios sacerdotes escondidos en la región, y como se vigilaba más que nunca para que no celebraran misas (…) los campesinos se reunían todos los domingos en un campo, llevando tres o cuatro sacerdotes y celebraban misa. Un día se les amenazó con llevarse a los sacerdotes durante la celebración. Al siguiente domingo, se dirigieron al mismo campo, pero armados con fusiles, horcas y bastones.
En esos mismos días tenía lugar la destitución de Luis XVI y la proclamación formal de la República, cuyos soldados ya no realizarían sus campañas “en nombre del Rey”, por lo que la situación se iba definiendo cada vez más. Ante la ejecución del monarca y la amenaza de expansión de la revolución francesa, las potencias extranjeras –que tan poco habían hecho por socorrer a Luis XVI- deciden intervenir, lo que induce a los revolucionarios a tomar medidas para reclutar a más de 300.000 hombres.
Esta leva forzosa decretada por la Convención fue la chispa del incendio; la persecución religiosa fue el motivo de un levantamiento cuyos primeros líderes eran un carretero, un guardabosques o un vendedor de mantequilla, es decir, un levantamiento que no fue liderado por la nobleza, como ha venido diciendo la historiografía “oficialista”. La marquesa de La Rochejaquelain describe también cómo eran los campesinos quienes pedían a los nobles que dirigieran la sublevación una vez iniciada ésta.
Más adelante, uno de los principales jefes vandeanos, el marqués d’Elbée, declararía ante el tribunal que le condenaba a muerte:
Juro por mi honor que, aunqeu deseé un gobierno monárquico, no tenía ningún proyecto particular y hubiese vivido como un pacífico ciudadano bajo cualquier gobierno que hubiese asegurado mi tranquilidad y el libre ejercicio de la religión que profeso. (Afonso Bullón de Mendoza, citado por A. Bárcena en La guerra de la Vendée. Una cruzada en la revolución)
En el próximo (y último) post sobre la guerra de la Vendée conoceremos algún detalle sobre el desarrollo de la guerra así como de su trágico y cruel desenlace a manos de las “columnas infernales”, que ha sido calificado por no pocos historiadores como “genocidio”, término que fue acuñado en 1944 para referir la política de exterminio del nazismo y que, según la Real Academia de la lengua Española, significa el “exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza , etnia , religión , política o nacionalidad”.


A continuación les enlazo dos vídeos.

El primero de ellos es uno de los dos programas de la serie “Mirando al Norte”, en los que el historiador Javier Paredes entrevista al autor del libro que venimos citando, Alberto Bárcena, sobre la cuestión de la guerra de la Vendée.
https://youtu.be/w2iEC-722V0
Con el segundo vídeo les invito a escuchar el himno Vexilla regis prodeunt que, al parecer, campesinos vandeanos entonaban antes del combate. (A modo de “reflexión colateral", les invito a comparar la excelsitud de este himno con las paupérrimas melodías que “adornan” hoy nuestras liturgias…)
https://youtu.be/Mm0ce0amh6s InfoCatólica. Blog: cristianos perseguidos (26/7/17)

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