domingo, 5 de noviembre de 2017

Fr. Thomas G. Weinandy «renuncia» como asesor de la C. Episcopal de Estados Unidos tras escribir al Papa

Preocupado por el caos en la Iglesia.
Fray Thomas G. Weinandy, ofm cap, miembro de la comisión teológica internacional, ha aceptado renunciar a ser asesor de la Conferencia Episcopal de EEUU tras escribir una carta al papa Francisco para mostrar la inquietud por el creciente caos que hay en la Iglesia.

Fr. Weinandy fue director Ejecutivo de la Secretaría de Doctrina y Práxis Pastorales de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos desde 2005 hasta 2013. En 2014, Weinandy fue nombrado por el papa Francisco como miembro  la Comisión Teológica Internacional, organismo asesor de la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano. También recibió en el 2013 la medalla Pro Ecclesia et Pontifice en reconocimiento a su servicio a la Iglesia.

El pasado mes de mayo, mientras Fr. Thomas estaba en Roma para una sesión de la comisión teológica internacional, surgió en él la idea de escribir al papa Francisco una carta abierta para comunicarle la inquietud, no sólo suya, sino de muchos creyentes, por el creciente caos que hay en la Iglesia, que considera causado en buena parte por el propio pontífice.

El sacerdote capuchino pidió en oración al Señor una prueba clara y concreta de que debía escribir al Santo Padre. Tras recibir la prueba tal y como la había solicitado, procedió a escribirla. Mons.  Becciu, arzobispo sustituto de la Secretaría de Estado, le confirmó que la carta había sido entregada al Papa.

Carl. E Johnson, del National Catolic Report ha hablado con Fray Thomas , quien le ha segurado que desde la publicación de la carta, ha recibido muchas palabras positivas y alentadoras de teólogos, sacerdotes y laicos. Sin embargo, la USCCB (Conferencia Episcopal de Estados Unidos) le ha pedido que renuncie a su puesto actual como asesor de los obispos, a lo cual ha accedido.


Texto completo de la carta de F. Thomas G. Weinandy al papa Francisco

    Santidad:

    Escribo esta carta con amor por la Iglesia y sincero respeto hacia su ministerio. Usted es el Vicario de Cristo en la tierra, el pastor de su grey, el sucesor de San Pedro y, por lo tanto, la roca sobre la que Cristo construirá su Iglesia. Todos los católicos, clero y laicos por igual, deben dirigirse a usted con lealtad filial y obediencia fundamentadas en la verdad. La Iglesia se dirige a usted con espíritu de fe, con la esperanza que usted la guíe con amor.

    Sin embargo, Santidad, su pontificado parece estar marcado por una confusión crónica. La luz de la fe, la esperanza y el amor no está ausente, pero demasiado a menudo está oscurecida por la ambigüedad de sus palabras y acciones. Esto hace que entre los fieles haya una cada vez mayor inquietud, comprometiendo su capacidad de amor, alegría y paz. Permítame poner unos ejemplos.

    El primero atañe a la disputa en relación al Capítulo ocho de «Amoris Laetitia». No necesito compartir mis propias preocupaciones acerca de su contenido. Otros, no sólo teólogos, sino también cardenales y obispos, ya lo han hecho. La preocupación principal es su manera de enseñar. En «Amoris Laetitia», su guía a veces parece ser intencionadamente ambigua, invitando tanto a una interpretación tradicional de la enseñanza católica sobre el matrimonio y el divorcio, como a una interpretación que parece conllevar un cambio en la enseñanza. Como usted mismo, con gran sabiduría, observa, los pastores deben acompañar y animar a las personas que se encuentran en matrimonios irregulares; pero la ambigüedad persiste con respecto al significado real de ese «acompañamiento». Enseñar con una tal falta de claridad puede, inevitablemente, llevar a pecar contra el Espíritu Santo, el Espíritu de la verdad. El Espíritu Santo es entregado a la Iglesia y, sobre todo, a usted, para disipar el error, no para fomentarlo. Además, sólo donde hay verdad puede haber verdadero amor, porque la verdad es la luz que libera a las mujeres y a los hombres de la ceguera del pecado, un oscuridad que mata la vida del alma. Sin embargo, usted parece censurar e incluso mofarse de quienes interpretan el Capítulo ocho de «Amoris Laetitia» según la tradición de la Iglesia, tachándolos de fariseos apedreadores representantes de un rigorismo inmisericorde. Esta clase de calumnia es ajena a la naturaleza del ministerio petrino. Parece que algunos de sus consejeros se dedican, lamentablemente, a este tipo de acciones. Dicho comportamiento da la impresión que sus puntos de vista no puedan sobrevivir a un escrutinio teológico, por lo que deben ser sostenidos mediante argumentos «ad hominem».

    Segundo. Demasiado a menudo sus formas parecen menospreciar la importancia de la doctrina de la Iglesia. Una y otra vez usted retrata la doctrina como algo muerto, algo útil sólo para ratones de biblioteca, que está lejos de las preocupaciones pastorales de la vida diaria. Quienes le critican han sido acusados – y son palabras suyas – de hacer de la doctrina una ideología. Pero es precisamente la doctrina cristiana – incluyendo las sutiles distinciones relacionadas con creencias fundamentales como la naturaleza Trinitaria de Dios, la naturaleza y finalidad de la Iglesia; la Encarnación; la Redención; los sacramentos – la que libera al hombre de las ideologías mundanas y le garantiza que está predicando y enseñando el Evangelio verdadero, dador de vida. Quienes infravaloran la doctrina de la Iglesia se separan de Jesús, autor de la verdad. Y lo único que les queda, entonces, es una ideología; una ideología que se conforma al mundo del pecado y la muerte.

    Tercero. Los fieles católicos están desconcertados por su elección de algunos obispos, hombres que no sólo están abiertos a quienes tienen puntos de vista contrarios a la fe cristiana, sino que también los apoyan e incluso los defienden. Lo que escandaliza a los creyentes, e incluso a algunos hermanos obispos, no es sólo el hecho que usted nombre a estos hombres como pastores de la Iglesia, sino que permanezca callado ante su enseñanza y práctica pastoral, debilitando, así, el celo de muchos hombres y mujeres que han defendido la auténtica enseñanza católica durante mucho tiempo, a veces arriesgando su propia reputación y bienestar. El resultado: muchos fieles, ejemplo del «sensus fidelium», están perdiendo la confianza en su pastor supremo.

    Cuarto. La Iglesia es un cuerpo, el Cuerpo Místico de Cristo, y el Señor le ha encargado a usted promover y fortalecer su unidad. Pero sus acciones y palabras parecen dedicarse, demasiado a menudo, a hacer lo opuesto. Alentar una forma de «sinodalidad» que permite y fomenta varias opciones doctrinales y morales dentro de la Iglesia sólo puede llevar a una mayor confusión teológica y pastoral. Dicha sinodalidad es insensata y, en práctica, contraria a la unidad colegial de los obispos.

    Santo Padre, todo esto me lleva a la última preocupación. Usted a menudo ha hablado acerca de la necesidad de que haya transparencia dentro de la Iglesia, exhortando frecuentemente, sobre todo en los dos últimos sínodos, a que todos, especialmente los obispos, hablen francamente y sin miedo a lo que pudiera pensar el Papa. Pero, ¿se ha dado usted cuenta que la mayoría de los obispos del mundo están sorprendentemente silenciosos? ¿Por qué? Los obispos aprenden rápido. Y lo que muchos han aprendido de su pontificado es que usted no está abierto a las críticas, sino que le molesta ser objeto de ellas. Muchos obispos están silenciosos porque desean serle leales y, por consiguiente, no expresan – por lo menos públicamente; otra cuestión es si lo hacen privadamente – la preocupación que les causa su pontificado. Muchos temen que si hablan francamente, serán marginados. O algo peor.

    A menudo me he preguntado: «¿Por qué Jesús deja que todo esto ocurra?». La única respuesta que consigo darme es que Jesús quiere manifestar cuán débil es la fe de muchas personas que están dentro de la Iglesia, incluso de muchos, demasiados, obispos. Irónicamente, su pontificado le ha dado a quienes tienen un punto de vista pastoral y teológico perjudicial la licencia y la confianza para salir a la luz y exponer su maldad, que antes estaba oculta. Reconociendo esta maldad, la Iglesia humildemente necesitará renovarse de nuevo y, así, seguir creciendo en santidad.

    Santo Padre, rezo constantemente por usted. Y lo seguiré haciendo. Que el Espíritu Santo le guíe hacia la luz de la verdad y de la vida de amor, para que pueda dispersar la maldad que, en estos momentos, está ocultando la belleza de la Iglesia de Jesús.

    Sinceramente en Cristo,

    Thomas G. Weinandy, O.F.M., Cap.

    31 de julio de 2017

    Festividad de San Ignacio de Loyola

 Traducción al español ofrecida en el blog de Sandro Magister

2/11/17 1:45 PM  (InfoCatólica)

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